Dentro de los elásticos, panorámicos márgenes del Americana, se facturan cada año una serie de grandes discos que mantienen viva la música de raíces; buena parte de ellos, actualizando los sonidos clásicos con hallazgos y detalles afanados del indie menos ramplón. Escogiendo el grano y desechando la paja. En ese gran cajón de sastre, el debut de Brother Elsey tras varios EPs es un álbum homónimo que conjuga esa tradición country folk a la que todo músico del género debe adscribirse, con unas guitarras y un caudal melódico de primer orden, remitiendo a los grandes del rock americano que no necesitaremos nombrar.
Combo familiar en sus tres cuartas partes, los gemelos Brady (voz y guitarra) y Beau (bajo), junto al hermano mayor Jack también a las seis cuerdas y el amigo-de-toda-la-vida Dalton Thomas a la batería se han sacado de la chistera un disco muy pero que muy notable. Un disco que no esquiva para nada el peto tejano, la brizna en la comisura de los labios y la bosta de vaca en la suela de la bota, pero que al mismo tiempo no se corta un pelo a la hora de mirarse (y reflejarse) en modelos más contemporáneos. Trece temas, casi una hora de música que tan pronto rinde honores a Springsteen y a los Heartbreakers del añorado Tom, como se va por lo alternativo sin, eso sí, petardear ni querer inventar la rueda. Ni falta que hace, porque canciones como «Need You Now», «Dreamer» o «Silver Tongue» se sostienen de sobras por sí mismas, sin necesitar vanas trascendencias.
Particularmente los veo emparentados (más allá de la fraternidad consanguínea como concepto) con otro pequeño gran nombre del rock americano de los últimos años: Sons of Bill. Al igual que ellos, Brother Elsey cocinan unas armonías vocales, unos picos de intensidad y una emoción subyacente en todas sus canciones, al tiempo que las sirven en esa inteligente, apetecible bandeja que es la de la modernidad bien entendida, y asumida.
Eloy Pérez
