Fermín Muguruza celebró sus 40 años de carrera con un Palau Sant Jordi hasta la bandera, y no es que hubiera pocas… Lo celebraba con algo más que un concierto: una declaración de principios, un aquelarre antifeixista, como él mismo proclamó en un perfecto catalán antes de lanzarse con «Urrun».
Desde ese instante, quedó claro que para ninguno de los presentes se trataría de una noche cualquiera. Había ganas. Ganas de reivindicación, de memoria, de baile… Entre camisetas de Kortatu, el público parecía un collage de generaciones en el que convivían veteranos punkis con chupa de cuero, junto a adolescentes con el móvil en alto buscando inmortalizar la experiencia en redes sociales. En la pista, donde se agotaron las entradas con antelación, se dejaban las gargantas –y pies, codos, brazos…– con clásicos de Kortatu como «Hay algo aquí que va mal» o «La línea del frente» (ya lo dice la canción… ¡que se note que estás presente!). Y sí, se notaba. Estos himnos, guardados en un rincón de la memoria de servidor, resurgieron como si el tiempo se hubiera detenido en mitad de una barricada, aquella primera vez que los escuchamos en un viejo casete robado a algún primo mayor.
Pero, sobre el escenario, la barricada real. Una docena de músicos de primera línea, al menos la mitad actuando en casa. Y es que el catalán y sus “países” estuvieron muy presentes en todo momento, demostrando el fuerte vínculo que guarda Fermín con esta tierra. La batería Glòria Maurel, en gira también con el ex-Manel, Guillem Gisbert, se descubría como la escudera perfecta en el campo de batalla de Fermín. Y es que su música sigue presentándola, como lo hace su puesta en escena, en todo momento encabezada por una pancarta de apoyo a Casa Orsola, edificio pendiente de desahucio por un fondo buitre.
Alguien en el público gritaría “¡No pasarán!” y se encendió una roja bengala (¡¿de qué color, si no?!). Decíamos pues, que la música de Muguruza siempre ha estado del lado de la resistencia. Y resistir es, precisamente, lo que hizo la audiencia cuando llegaron los trallazos: «Desmond Tutu» y ese espíritu combativo que no se ha diluido ni un ápice con los años. Cuando sonaron «La familia Iskariote» o «Nicaragua Sandinista», la sensación era ya la de estar en medio de un seísmo.
Para cuando llegó la hora de recordar a Negu Gorriak, ya nos habíamos enamorado. Invitado quien fuera batería de aquella formación, Mikel Abrigo, para tocar la percusión, se arrancaron con «B.S.O» y la muy celebrada «Itxoiten», que demuestra la influencia que tenía el guitarrista Íñigo Muguruza del jovencísimo Frusciante (R.H.C.P.) o del propio Hendrix. Hablando de Íñigo, fallecido en 2019, su presencia flotaba en cada acorde, pero especialmente en «Bizitza Zein Laburra Den», con imágenes en las pantallas de viejos conciertos y tomas caseras de los hermanos Muguruza en su juventud.
La emoción iba en aumento, «Kolore Bitzia» y «Radio Rahim» marcaron el punto de no retorno dando pie a la festiva «Dub Manifest», momentos antes de flirtear con la inevitable despedida. En el bis recuperamos un clásico de Otis Redding, porque, Fermín, además de agitador, es un melómano empedernido con la misma facilidad para citar a The Clash que para hablar de literatura negra americana. Antes de irnos definitivamente después de casi tres horas imparables, «Sarri Sarri» puso el Sant Jordi patas arriba: puños en alto, sonrisas cómplices, explosión colectiva. La música de Fermín sigue siendo un faro para los que no se resignan. Entre pancartas de apoyo a Palestina, luchas sociales y proyecciones gigantes, quedó claro que esto no, no era solo un concierto. Fue un recordatorio de que, mientras haya canciones como éstas, la luche sigue. Y los pogos, también.
Texto: Borja Figuerola
Fotos: Sergi Fornols