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Blues Pills + Daniel Romano’s Outfit – Razzmatazz 2 (Barcelona)

El principal reclamo para mí esa noche era ver a Daniel Romano’s Outfit porque el recuerdo de su show en el Azkena 2022 seguía fresco en mi memoria. Aún así, se me hizo raro disfrutar de la banda en el rol de telonero, aunque es bien probable que fuera  la que propició que su set fuera tan directo, a caraperro, como si no quisieran malgastar ni un segundo de los escasos 35 minutos que tenían para demostrar lo que valen. Y vaya si lo consiguieron.

Romano y su banda no se anduvieron con rodeos: desde el primer acorde de «Field of Ruins», atacaron con un frenesí que no dejó espacio para pausas ni respiración. Su estilo, una mezcla de garage rock, folk, country y punk, se desliza entre géneros con una naturalidad que parece casi insolente. Y luego está él, Daniel Romano, con un look y una actitud que evocaban a Pete Townshend en 1971: movimientos enérgicos, guitarrazos cortantes y un dominio absoluto del escenario, como si cada paso y cada gesto estuvieran cargados de electricidad.

Pero no todo giraba en torno a Romano. Carson McHone aportó una dimensión extra con su pandereta, sus coros y su voz, especialmente en «Downhill», mientras que Roddy Rosetti» sorprendió al frente con «Firebreather», un tema que destilaba un aire punk sucio y descarnado, a lo Ramones / New York Dolls. Por su parte, Ian Ski Romano mantuvo el pulso inquebrantable desde la batería, marcando el ritmo en canciones como «Nerveless» o la maravillosa «Toulouse». El set avanzaba sin tregua, como un tren a toda velocidad, y aunque la interacción con el público llegó tarde (un rápido “hello” hacia la mitad del concierto), la conexión se estableció a través de la música, que hablaba más alto que cualquier palabra.

Cuando salieron del escenario, la sensación era clara: Daniel Romano’s Outfit no parecían un telonero al uso. Más bien parecían un grupo que decidió dejarlo todo en cada minuto que les habían concedido, sin guardarse absolutamente nada. Y eso es algo que se agradece.

Después de semejante despliegue, el inicio del set de Blues Pills no tuvo el mismo impacto inmediato. La banda sueca, encabezada por la magnética Elin Larsson, entró al escenario con toda la teatralidad que se espera de ellos: luces bajas, la intro de «Birthday» de The Beatles sonando como preámbulo, y finalmente los primeros acordes de la canción que da título a su último álbum. Todo estaba perfectamente calculado, desde la ropa de Larsson –unos llamativos pantalones verdes metálicos y botas blancas– hasta los movimientos que la cantante desplegó por todo el escenario.

La voz de Larsson es, sin duda, impresionante. Su rango y potencia son capaces de llenar cualquier sala, y su interpretación mezcla crudeza y emoción con una facilidad pasmosa. Sin embargo, hubo momentos en los que su presencia escénica se notaba demasiado estudiada, rozando por momentos lo histriónico, aunque eso no parecía desagradar a esa gran parte del público formada por fans de la banda que respondía con entusiasmo…

Musicalmente, el grupo ofreció un set sólido, con un inicio cargado de energía gracias a temas como «Don’t You Love It» o «Bad Choices». Larsson se mostró especialmente emotiva en «Like a Drug», donde habló de las dificultades de equilibrar la maternidad con la vida de gira, y consiguió uno de los momentos más íntimos de la noche con Little Sun», una balada cargada de melancolía.

Sin embargo, fueron los clásicos los que realmente desataron al público. Canciones como «Bliss», del EP debut de 2012, y «High Class Woman», del primer álbum homónimo, trajeron de vuelta el sonido más psicodélico y bluesero que define los inicios de la banda. Pero, en general y a nivel personal, es una banda que focaliza su set en la figura de Larsson, lo que deja al resto del grupo en un segundo plano, como meros acompañantes de su potente voz.

El bis, por suerte, levantó el tono con un final explosivo donde Larsson bajó al público durante «Bye Bye Birdy», desatando un pogo espontáneo y desbordando la sala de energía. Cerraron con «Devil Man», un tema que, como siempre, funcionó como un exorcismo colectivo, con Larsson canalizando todas las fuerzas del hard rock clásico en cada fraseo. Fue un cierre efectivo, pero no logró borrar mi sensación de que su set, aunque potente, careció de esa chispa de autenticidad que tanto brilló en Daniel Romano’s Outfit.

Al salir al frío de Barcelona, las conversaciones parecían dividirse en dos bandos: quienes se habían dejado seducir por la fuerza vocal y el carisma escénico de Elin Larsson, y quienes seguían comentando la descarga eléctrica que ofreció Daniel Romano y los suyos. Yo me quedo con los segundos. Tal vez porque su set tan directo y urgente me recordó lo esencial que es el rock cuando viene desprovisto de artificios: cuando es crudo, inmediato y te agarra por el cuello.

Texto: Roger Estrada
Fotos: Sergi Fornols

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