La película más bestia del pasado festival de Cannes (y que a la postre se alzaría con el premio a mejor guión) tiene toda la pinta de convertirse en fenómeno de culto instantáneo con esta fábula feminista que gira en torno a la superficialidad estética de la sociedad actual en clave de terror gore. Con un punto de partida digno de un episodio de Black Mirror en el que a una estrella de Hollywood en horas bajas se le ofrece probar un producto revolucionario basado en la división celular, capaz de crear un alter ego ‘’más joven, más bello y más perfecto’’, que le permitirá volver a disfrutar del éxito de antaño, pero que también provocará el descenso a los infiernos más turbador que un espectador pueda imaginarse.
En un festín de referencias cinéfilas que van desde Él Crepúsculo de los dioses hasta Carrie pasando por El retrato de Dorian Gray, y en el que sobrevuela el espíritu de Cronenbergh y Aronofsky, este fascinante cuento de terror en manos de su creadora y directora Coralie Fargeat se convierte en una experiencia excitante, desmesurada, aberrante y terrorífica. Y es que su poderoso espectáculo visual —también hilarante por momentos— no echa el freno de mano en ningún momento mientras rebosa de fluidos corporales, carne, vísceras y deformaciones que se convertirán en la fantasía de cualquier fan del cine gore.
Mención aparte merecen sus excepcionales protagonistas Demi Moore y Margaret Qualley, su entrega es tan impresionante que se merecen todos los premios posibles simplemente por haberse metido en un berenjenal de este calibre. Un ‘body horror’ en toda regla no apto para estómagos sensibles llevado a límites inimaginables que denuncia el sexismo inherente de Hollywood así como la tiranía de la juventud y la belleza que dictan las redes sociales y aportando un desmedido final sangriento que ya forma parte de la historia del cine. Sin duda, La Sustancia es la pesadilla erótica y aberrante más molona que se ha visto en muchos años.
Martín Page