Hay bandas y entornos que parecen hechos el uno para el otro. El templo modernista de la Ciudad Condal y la banda de Nottingham es un ejemplo perfecto de ello. La magia y la elegancia de la música de Tindersticks resonó con tanta intimidad como majestuosidad entre las paredes del mítico recinto, durante las dos horas que duró el concierto.
Un show, enmarcado en el Festival del Mil·leni, en el que venían a presentar Soft Tissue, su reciente y más que notable trabajo; posiblemente, diría, su mejor disco de los últimos años. Y lo hicieron repasándolo de cabo a rabo, sin dejarse tema alguno, y recabando algunos de ellos las más sonoras ovaciones de la noche. Y es que canciones como «New World» u «Always a Stranger», editadas apenas hace dos meses, ya huelen a clásicos en su set list.
Un repertorio que nos regaló, intercaladas, otra docena de joyas extraídas mayormente de The Something Rain (2012), The Waiting Room (2016), No Treasure but Hope (2019) y Distractions (2021), más el obligado guiño a Claire Denis abriendo los bises con «Stars at Noon», del film homónimo. Virtuosos y flemáticos como siempre, comandados por un Stuart Staples lacónico pero aun así cercano (gracias aparte entre temas, tan sólo se dirigió al respetable para agradecer nuestra presencia aún en días “tan duros” como estos, mencionando a “la gente de Valencia”), los Tindersticks de 2024 siguen siendo un punto y aparte en la escena musical, casi un estilo en sí mismo.
Lejos, muy lejos queda aquel pop melodramático y orquestal de sus primeros lanzamientos -aunque siempre mantienen un cierto poso del mismo-, orillado en favor de un soul de cámara en el que cada nota, cada instrumento, teje un pluscuamperfecto colchón para la voz de barítono que comanda los temas. Una voz inconfundible, tan personal como familiar, tan sugerente como emocionante.
Particularmente, entiendo que sus directos se centren en la segunda parte de su trayectoria, y como fan advertido sabía que no podía esperar sorpresa alguna en la forma de un «Tiny Tears» o un «Cherry Blossoms», por poner sólo dos clásicos. Pero aquella era otra banda, otro mundo. Y pese a todo, seguir disfrutando a estas alturas de la inmensa clase de Neil Fraser a las seis cuerdas y de los mil maravillosos paisajes que Dave Boulter crea con sus teclados es un absoluto privilegio para todos aquellos que descubrimos en ellos, allá en los noventa, una de esas formaciones que sabes que, en tu banda sonora particular, han venido para quedarse.
Texto: Eloy Pérez
Fotos: Sergi Parames