Es difícil centrarse en escribir una reseña cuando horas después del concierto un servidor todavía anda flotando en una nube de felicidad. Cargado de razones para seguir creyendo en el colosal poder de la música como medio para articular emociones. Nada como la citada disciplina artística, sobre todo, en directo, para provocar ciertas sensaciones, que estás en el lugar donde tienes que estar, convirtiendo un puto lunes de mierda en un día estupendo, compartiendo esa exaltación con las almas que te rodean. Los Sheepdogs volvieron a pisar la capital catalana, nos han visitado en varias ocasiones, y ofrecieron el mejor concierto que han dado por estos lares y postulándose con enormes garantías para ser uno de los más destacados de este 2024 que inexorablemente se va acercando a su fin.
Subieron al escenario con una sonrisa en la cara, ese intangible que te dice que la gira está funcionando a las mil maravillas, y desde el primer acorde se ganaron con creces todo lo de bueno que se pueda escribir o decir de ellos, que es mucho. Los canadienses son, en espíritu, como The Band o Little Feat, las etiquetas se les quedan cortas. Ellos cogen todo lo que hay en la música tradicional norteamericana y lo llevan a su terreno, fundiendo boogie, country, southern, blues y rock & roll con los sonidos clásicos de los setenta, para llevarlos al infinito y más allá con unas armonías vocales de lujo y unas guitarras que se doblan, se funden, hermanándose en melodías y punteos en espiral. Rememorando como hubiera sido que Duane Allman, Dickey Betts, Scott Gorham y Brian Robertson hubieran tocado juntos en una formación ideal. Casi nada.
Sonaron como los ángeles, transmitieron pasión y amor por lo que hacen, atesoran una colección de canciones impecables. «Nobody», «Downtown», «Take Me For A Ride», «I Don’t Know», «Find The Truth», «Southern Dreaming», «How Late, How Long», «Now Or Never», «Hell Together», «Feeling Good», que no solo impactan por su apabullante ejecución técnica en escena. Son temas excelentemente construidos, que saben dónde van, siempre en la dirección correcta, con el puente y los estribillos cuando tocan, con los solos engrandeciendo el conjunto.
Solo faltaba un factor para que la noche fuera perfecta, que el público estuviera a la altura, algo que no siempre se cumple en la ciudad condal. Y vaya si lo estuvo, excelente entrada, audiencia entregada y jaranera, que cantó con la banda, bailó, y aplaudió a rabiar cada interpretación. Si los tienes a tiro no te los pierdas, están en plena forma, los mejores ahora mismo, sin lugar a dudas, en lo suyo.
Sus compatriotas The Commoners fueron los encargados de abrir la velada, estuvieron por aquí hace dos años en su propia gira, y lo hicieron con solvencia, oficio y un directo consistente.
Manel Celeiro
Fotos: Marina Tomás