Nunca había visto a Temples en sala y era algo que tenía ganas de verdad. Quizá fue por eso por lo que el concierto del pasado martes me dejó un poco frío. Eso de las expectativas y tal.
Recuerdo la primera vez que los vi en un FIB de hace no sé cuántos años y me encantaron. Me parecieron una bocanada de aire fresco en un momento en el que la psicodelia resurgía de sus lisérgicas cenizas. Nunca me paré a pensar por qué me gustaron, pues la mayoría de su setlist estaba conformado por las canciones de Volcano, su segundo álbum de estudio que, tras varias escuchas, nunca me llegó a convencer del todo. No se acercaba, ni de lejos, a ese gran debut que fue Sun Structures, y que situó en el mapa a los británicos.
Es por esto que Temples, en sala y conmemorando el décimo aniversario de ese primer álbum, sonaba a plan inmejorable. Sin embargo, y aquí sí que tengo claros los motivos, la velada se me tornó tibia. Sería un pecado negar que Temples es una gran banda y que temas como “Shelter Song”, “The Golden Throne” o la estupenda “A Question Isn´t Answered” son canciones hechas con un gusto exquisito. Por desgracia, ninguna de ellas salvo la última mencionada llegaron a calarme como esperaba.
El bolo de la Sala But pecó de todo lo que pecan muchos de los grupos actuales. Música alta, donde el brillo de los tres rides –casi nada- que llevaba la batería se comía por completo al sonido del bajo, y demasiados efectos que no hacían sino causar rechazo a la hora de intentar entrar en el mood que la psicodelia exige.
Es totalmente cierto afirmar que los álbumes de bandas como Temples pueden pecar de exceso de producción, lo que provoca que sean complicados llevarlos a un directo en sala. Pero, puestos a elegir, dame siempre un buen concierto por delante de un buen disco. Y si, por motivos logísticos, económicos o personales, una banda decide no llevar todo el arsenal del álbum, quizá es mejor tirar por la austeridad en lugar de por la pomposidad. Es aquí donde la elegancia de Temples quedó eclipsada. Donde, en lugar de estar dentro de esa burbuja que causan las grandes bandas psicodélicas, parecía que había una barrera sonora entre el escenario y el público. Algo que, para alguien que iba abierto en canal, resultó demasiado ruidoso.
Texto: Borja Morais
Fotos: Fernando Ramírez (Apolo, Barcelona)