Mucho ha llovido desde que Jason Isbell debutara bajo su propio nombre en los escenarios españoles allá por 2009 –en Barcelona todavía se recuerda con cariño su paso por la añorada sala RockSound–. Desde entonces, el de Alabama ha firmado media docena de discos que lo han revelado y confirmado como uno de los mayores exponentes de la música de raíz norteamericana en lo que llevamos de siglo. Por desgracia (nuestra), también parece haberse convertido en uno de esos artistas cuyas giras europeas no suelen cruzar los Pirineos.
La más reciente de estas giras llegó precedida por una residencia de ocho noches en el legendario Ryman Auditorium de Nashville –se dice rápido–. Y lo más importante, avalada por un trabajo, «Weathervanes» (2023), que tarde o temprano debería contemplarse como una de las obras capitales de quien lo firma. Casi la mitad del repertorio despachado en Wolverhampton –una de las últimas paradas del tour, que finalizaría dos días después en Londres– fue de cosecha reciente. El resto picoteó a su aire de un fondo de catálogo tan rico como generoso.
Gas a fondo
Al frente de sus inseparables 400 Unit –ahí estuvieron sus fieles escuderos Sadler Vanden (guitarra) y Derry deBorja (teclados y acordeón)–, calentó motores con los tenues destellos de «Save the World» antes de pisar gas a fondo al ritmo de una desgarradora «King of Oklahoma». Más que la joya de la corona de «Weathervanes», una pieza llamada a ser puntal de sus directos de ahora en adelante. El relato en primera persona de un adicto a los fármacos, como retrato y metáfora de una sociedad que se ha ido al garete, con épico muro de sonido y aparato eléctrico de alto voltaje.
Acto seguido alternó las raíces profundas de «Strawberry Woman» con el corrosivo rock’n’roll stoniano de «Super 8», el polvoriento latido de «Miles» y los frágiles repuntes de «Elephant», esta última interpretada casi al desnudo, a dúo con el piano de deBorja. Las emotivas «Alabama Pines» e «If We Were Vampires» desataron dos de las grandes ovaciones de la noche, y la siempre infalible «Cover Me Up» nos vino a recordar, si es que hacía falta, por qué Isbell admite pocas comparaciones con la mayoría de sus coetáneos. La inició casi como un susurro, y la culminó vaciándose en un arrollador torrente emocional.
Ya en tanda de bises, una austera y desoladora lectura de «Cast Iron Skillet» contrastó con la fortaleza y la diligencia de la final «This Ain’t It». Otro de los grandes reclamos de «Weathervanes», claro ejemplo de cómo una canción puede cobrar vida y ganar enteros sobre el escenario. Expansivo ejercicio de southern rock en modo jam band, con Isbell y Vanden marcándose un superlativo duelo a las seis cuerdas e invocando por momentos el legado de quienes les precedieron en su sagrado oficio –llámense, por ejemplo, Allman y Betts–.
La artista invitada
Previamente había actuado en condición de artista invitada ni más ni menos que S.G. Goodman. Promesa en vías de confirmación dentro de ese cajón de sastre que se ha venido a llamar sonido Americana, la cantautora de Kentucky defendió con su voz cristalina y el único apoyo de su guitarra los dos álbumes que tiene publicados a su nombre, los muy notables «Old Time Feeling» (2020) y «Teeth Marks» (2022).
Desgranó con sumo cuidado joyas como «Supertramp» o la propia «Teeth Marks». Entre canción y canción se sirvió del (buen) humor y la ironía para relatar el día a día de un artista telonero en la carretera, también para pasar revista al estado de las cosas en su país después de la victoria electoral de ya saben ustedes quién. En dicho contexto, la final «Space and Time» casi pareció por momentos una elegía por todos aquellos sueños que quedaron truncados el pasado 5 de noviembre. Sobrecogedor es poco.
Texto y fotos: Oriol Serra