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Elliott Murphy & Band – Razzmatazz 2 (Barcelona)

 

Hace poco más de un año, escribíamos sobre la lúcida longevidad de Elliott Murphy. Sobrepasado ese tímido periodo de tiempo, podemos jurar, sobre la biblia del rock, que, actualmente, incluso ha mejorado. No porque esté a punto de presentar un nuevo disco, eso sería una menudencia, el caso es que con 75 noviembres en sus piernas, todavía, es capaz de ofrecer lo máximo de sí mismo y chiflar a los adeptos, sean de su edad o más jóvenes (en el Razz 2 los hubo).

Olivier Durand llegó al recinto del Poble Nou poco antes de empezar el show, problemas con el avión, que lo traía de París, le impidieron aterrizar a una hora más propicia. Le vimos probar unos minutos el sonido de su guitarra y marchó hacia el camerino. Volvió con Murphy para el inicio con “Drive all night” (a dúo) y ni se notó esa falta de precalentamiento. Durand es, además de un músico prodigioso (lo que hace con la acústica es apabullante), un profesional como la copa de un pino. Sus prestaciones, durante toda la velada fueron prominentes, al igual que las de sus compañeros Melissa Cox (violín, percusiones y coros) y Alan Fatras (percusiones y trompetista vocal, otro acierto divertido), el trío perfecto para el lucimiento del insigne bardo neoyorquino (residente en París).

Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto de un concierto. En más de una ocasión se me saltaron las lágrimas, fruto de la excelencia y del derroche proveniente del escenario, a mí y a todos los fans, arrodillados (es un decir) desde el minuto uno. Cantos, vítores (oe, oe, oe), aplausos interminables y sonrisas de oreja a oreja constantes; júbilo con pocos precedentes. Para un servidor, el concierto de 2024. En principio, el grandioso Elliott preparó un set con alguna novedad, respecto a anteriores visitas, excluyendo alguno de sus mayores éxitos. Sin embargo, cuando el recital arribó a puerto con “Touch of kidness”, quizá obligado por las exigencias del enloquecido público o por su propia emoción al observar la respuesta obtenida (lloró al acabar “You never know what You’re in for”), lanzó una tremebunda andanada que incluyó la novedosa “Night surfing”, “Never say never”, “Last of the Rock Stars” (incluyendo unas estrofas del Shout de The Isley Brothers), una increíble lectura de “Rock Ballad” (iniciada sin micro) y “Come on Louann”; el Razzmatazz se hundió. Fueron casi dos horas y media sin desperdicio, repletas de canciones memorables, guitarrazos imparables y de una entrega excepcional, una gozada en toda  regla. Vivirlo fue único.

Murphy ejerció de rapsoda, contador de historias como la de Ali MacGraw y Steve McQueen (“Something like Steve Mcqueen”) y anécdotas: conoció a Lou Reed en 1972 quien llevaba una camiseta de Mickey Mouse y se acordó que en el Restaurant Set Portes de Barcelona hay colocada una placa justamente donde él comió. A Reed dedicó, de corazón, una entonadísima versión de “Deco Dance”.

Escojamos lo mejor, aunque es casi imposible: “Green river” sonó de fábula, en “Metaphysical moments”, Durand se marcó un solo de infarto (hizo unos cuantos), finísima Cox con su violín en “Sunlight keeps falling” (tándem perteneciente a “Wonder” de 2022), “Sonny”, “Fix me a coffe”, “Alone in my chair”, o esa maravilla que lleva por nombre “On Elvis Presley’s birthday”; congregación de perlas preciosas.

Elliott Murphy no abandonó las tablas ni para atacar la tanda de bises mentada: “Llevo 51 de carrera y el camerino queda lejos, espero aquí”.

Un artista enorme, risueño, agradecido, efusivo y generoso, no se le puede pedir más. El año próximo volverá. Allí estaremos.

Escribiendo estas líneas aún siento vibrar mi corazón. Glorioso y me quedo corto.

 

Texto: Barracuda

Foto: Marina Tomás

 

 

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