Puede que no les suene el nombre del autor, pero estamos ante el séptimo trabajo de Pablo Cerezal. Cierto es que lo suyo se había movido entre la novela, las crónicas urbanas y los diarios poéticos, aunque no es este volumen el primero que dedica a una de sus grandes pasiones, la música. El madrileño aportó textos a un par de antologías literarias de músicos, como Hey Bob, dedicado a Bob Dylan y Lift Off, tributo a David Bowie. En lo nacional, además, probó con el texto introductorio para la box-set de Bunbury Canciones 87/17 e incluso escribió las notas del disco Baladas de Plata de Chencho Fernández.
Aquí, eso sí, se ha metido en un fregado importante del que, dicho sea de paso, sale bien librado. Una especie de meta libro en el que su prosa se entremezcla con la obra literaria y visual de Diego Vasallo. Él mismo asegura que no es un libro al uso, ni una novela, ni un ensayo, ni ficción, ni biografía. Toma descoloque. Pero ya intento explicárselo yo. Cerezal lo que intenta – y consigue – es hacer literatura hablando de un artista. Tan simple y tan complicado como eso. Huye de la biografía tradicional, evidentemente, pero se mantiene en algún sitio etéreo entre la ficción y la realidad. Encuentra las grietas del personaje, juega con ellas y las recrea dándoles nuevas formas. Aprovecha la figura de Vasallo para reflexionar sobre diversos temas, especialmente sobre la creación artística, pero intentando no traspasar la línea hacia el ensayo. Y, al final, crea una obra nada fácil pero muy adictiva que publica en una editorial creada para la ocasión pero que amenaza con más referencias. Si entran en ella, les costará salir de su red.
Eduardo Izquierdo
Es un librazo excepcional.
Entrar en esta obra, entrar en el universo creativo de Cerezal/Vasallo y salir de ella sabiendo que la libertad que marca el instinto es la máxima con la que dejarse llevar.
Maravilla