The End podemos leer en el centro del diseño del cartel que pone imagen a este XX aniversario, firmado por el revolucionario pintor y diseñador gráfico Manolo Cuervo. Nocturama se despide tras 20 años como auténtico oasis cultural alternativo e independiente, fomentando espíritu crítico entre público y artistas. Pero nada de nostalgia, este “adiós” será una fiesta en la que el pasado y el presente seguirán dialogando y enriqueciéndose, caminando, como durante estas dos décadas de festival, de la mano hacia el futuro.
El festival se celebrará del 5 al 8 de diciembre en Sevilla, sumando a lugares ya familiares como Teatro Alameda y Sala Malandar, dos espacios más, la Sala Cite Cartuja Center y La2. Además, en colaboración con la Fundación SGAE y el Colectivo Brecha, Nocturama ofrecerá una plataforma para bandas emergentes, reforzando así su firme compromiso con el desarrollo de nuevas audiencias y el impulso de artistas jóvenes e innovadores.
En el cartel de esta XX edición encontramos nombres imprescindibles para entender de dónde venimos y a dónde podemos ir: de Sr. Chinarro a Frente Abierto, de Guadalupe Plata a Salvar Doñana, pasando por Ruido Clavel, Julia de Arco, Rezelo, Ana Chufa & The New Deal o Juano Azagra, entre otros. Tras la interesantísima charla que tuvimos con David Linde, director de Nocturama, os dejamos enlace con toda la programación y demás información de interés para disfrutar de un festival imprescindible.
Nocturama, uno de los festivales más longevos y diferentes del panorama nacional, con ese espíritu independiente y comprometido con los nuevos creadores y en continua retroalimentación con un público activo e inquieto, sigue intacto tras dos décadas, ¿Cómo fue el germen del festival? ¿Qué es lo primero que se te viene a la cabeza de aquellos principios en los que tantas bandas fueron trazando la Sevilla cultural de hoy?
El germen fue un encargo del entonces director del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC), Pepe Lebrero, para dinamizar el espacio que entonces, durante los veranos, se quedaba desierto.
Fue un experimento porque, salvo contadas excepciones como Territorios o algún concierto aislado, la escena independiente nacional no recalaba en Sevilla y vimos la ocasión para establecer un primer puente. La mayoría de los artistas de esa época, y hablamos de bandas como la Costa Brava, Hidrogenesse, Ainara Legardon, etc., nunca habían pisado Sevilla.
Recuerdo, sobre todo, el sentimiento de lo colectivo. Apenas llegábamos a cien en aquellos primeros conciertos, éramos un poco como los primeros cristianos (risas), un poco Monty Python, pero todos supimos que habíamos encontrado un lugar donde encontrarnos y ya no íbamos a dejarlo escapar.
En el cartel de este año sigue más vivo que nunca ese diálogo vital entre pasado, presente y futuro, ese latido tan importante en el arte, “mirar atrás para seguir avanzando”. Háblanos de ese pulso que siempre habéis manejado y cómo se refleja en este último Nocturama, con bandas y artistas de siempre como Sr. Chinarro, Juan Azagra y Ana Chufa, Guadalupe Plata y, por otro lado, nuevas y rompedoras propuestas, como Frente Abierto, Ruido Clavel o Salvar Doñana, entre otras.
Ni revisionistas ni adanistas. Ese pulso del que hablas es más bien un diálogo natural y necesario. Ver cómo conviven los que ya llevan recorrido con los que comienzan, enriquece, y mucho, al espectador, dándole elementos para la crítica a través de la diversidad y la diferencia.
Y tras dos décadas, ¿por qué ha llegado el momento de soltar de la mano a Nocturama y poner estos tres puntos suspensivos?
Siempre hemos sentido como una obligación ser útil a la ciudad de Sevilla y sus vecinos: la labor del servicio público, respetando la inteligencia del espectador y teniendo muy claro el contexto en el que nos hemos movido. Y entonces supimos que el festival era el espacio para esos encuentros entre las sevillanas y sevillanos y los artistas. Veinte años son más que suficientes para entender que esa labor tiene que mudar la piel y que el formato festival ya no aporta nada diferente a la ciudad. Podríamos seguir muchos años más, pero seríamos deshonestos con nuestro público. Desde el formato de festival ya hemos dicho todo que teníamos que decir. No vamos a combatir a la industria musical con sus propias armas, nos somos tan ingenuos. Ahora toca seguir trabajando desde otro lugar donde realmente seamos útiles a la creación, tanto musical como de público.
¿Qué otros proyectos tiene la LaSUITE en mente para seguir agitando culturalmente Sevilla y ayudar a regenerar ese hueco que va a dejar la despedida de Nocturama? ¿Cuál será ahora vuestro lugar para seguir afianzando y apoyando esa mirada independiente y lúcida, el compromiso con la creación de público y la cultura de base?
Paralelamente a Nocturama, en LaSUITE llevamos más de 20 años trabajando la escena contemporánea, las artes vivas y las artes escénicas. Nocturama es el proyecto más popular y el que nos ha dado más visibilidad, pero llevamos más de veinte años con otros trabajos igual de importantes y nada de eso ha cambiado.
Llevamos años trabajando en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, produciendo espectáculos y festivales, danza y teatro contemporáneo, músicas experimentales… Tenemos programas docentes de gestión cultural e infinidad de ciclos y talleres musicales más minoritarios y arriesgados.
La novedad más importante y que lleve nuestro sello más personal es MICROCLIMA, un festival especializado en música experimental, drone y ambient music con el que cuento con la complicidad del músico David Cordero y del que este año celebramos la segunda edición con nombres como Ainara Legardon, Suso Saiz, Federico Durán, Enrique del Castillo…
Estas músicas ya tenían hueco en Nocturama, pero hemos pensado en darle un espacio exclusivo donde puedan crecer con más naturalidad. Es lo que ahora toca para enriquecer la oferta y, nuevamente, nos movemos buscando la diferencia.
Estamos realmente ilusionados con este proyecto, que está teniendo una excelente acogida. Volver a sentir ese pellizco de las cosas que empiezan desde cero nos está dando una segunda juventud.
Luego, más invisible, pero muy ambicioso y muy necesario, desde la marca Nocturama estamos diseñando un programa de mentorías, talleres, encuentros, ciclos y comisariado para artistas y públicos emergentes, principalmente nacidos en el XXI, aunque no exclusivamente, donde estos puedan hacerse con el liderazgo natural que esa generación necesita y reclama. Es su momento y nosotros nos echamos a un lado para que ocupen ese espacio y formar parte del cambio con nuestra experiencia, pero sin liderarla, apoyando.
Mi generación ha sido muy egoísta con los que venían detrás y desde la Suite tenemos claro que si queremos que la cultura en Sevilla siga viva y sobreviva a los mercados, tenemos que ser el puente para que estos nuevos liderazgos se materialicen. Si queremos ser parte del cambio, tenemos que ponernos al servicio de los que lo harán posible.
Realmente, nos ilusiona mucho estar en esta nueva posición disfrutando de todo lo que el futuro viene a ofrecernos.
Esa suerte de triángulo de las Bermudas cultural que se producía en Sevilla cada otoño se va a quedar cojo sin Nocturama, ¿cómo ha sido la convivencia entre tres eventos tan atractivos como el Festival de Cine de Sevilla, Monkey Week y Nocturama, compartiendo gran parte de su público?
La convivencia por parte de los promotores ha sido y es excelente, ya que, aparte de una gran amistad que nos une, sentimos el público como algo común y nos gusta cuidarlo como algo de todos y no exclusivamente de cada festival.
Además, en el caso de Monkey Week y La Suite, hemos sido compañero de viaje en otros proyectos. Y respecto al Festival de Cine de Sevilla, como he dicho antes, formamos parte de él desde hace más de quince años. Es muy bonito tomar parte de las familias que hacen que nuestro otoño sea una locura. Desde luego, al público deberíamos hacerle un monumento porque el maratón al que lo sometemos merece todo nuestro respeto, ¡merecen un premio!
“Pensar en el público como individuo, no como masa”. Qué bonito y qué importante para que la música no se convierta en un laberíntico y repetitivo hilo sonoro de fondo mientras se consumen bebidas a precio de oro, con brillantina en la cara y looks para la ocasión…
Hay un viejo dicho que dice que el mejor truco del diablo fue convencer al mundo de su inexistencia. De una manera sutil, pero imparable, la mal llamada industria musical (es más preciso industria del ocio) está arrasando todo aquello que tiene que ver con la creación y las distintas sensibilidades que se dan en el mundo de la música. Y lo hace además en nombre de la propia música. Humor negro in da house.
Hemos pasado de ser una alternativa cultural a la oferta que ya existía en los circuitos culturales habituales (artes escénicas, cine, literatura, etc.), a un objeto de consumo y explotación donde los artistas están en un plano meramente ornamental y el público no es más que un recurso más al que explotar económicamente como si de una explotación agrícola se tratara.
Nosotros no vendemos experiencias. No nos hace falta un photocall para dar constancia de que se ha estado allí. No hay atracciones de feria, ni muestrarios de maquillaje para disfrazarte o capillas portátiles donde un trasunto de Elvis te casa por 50 € (está pasando, me lo han contado).
Es solo música (como si fuese poco), es cultura en su estado más crudo.
Nuestra obligación es crear el mejor espacio posible para que los artistas hagan llegar al espectador su mensaje sin interferencias. En la intimidad que han de tener los amantes (de la música). Ya si vienes solo o con veinte más es lo de menos. Te vamos a tratar siempre con el respeto que nos da que nos hayas escogido. Es de tú a tú.
Hay que dejar de hablar del público como un ente anónimo. Somos tú y yo, Ana y Miguel, Luisa y Pedro, etc.
Ese espíritu outsider de Nocturama del que hablábamos antes, el de salirse de las vías del circuito para no convertirse en industria musical ni en nada comercial, el de ir en contra del mercado… ¿Cómo ha sido esa lucha por intentar que no fuera la taquilla la que dictara a quien programar y a quien no durante estas dos décadas?
Pocas veces nos ha interesado nada que codiciara la industria, por lo que hemos tenido mucha libertad de elección con los carteles que hemos confeccionado. Somos un festival muy sostenible y, con poco, tiramos. Y eso nos ha permitido llenar nuestra programación de, por ejemplo, mujeres (“no venden tíquets”, me llegó a decir un gran promotor) o artistas realmente incómodos, y enriquecerlo. El público aprecia esas diferencias y responde. No se trata de hacernos ricos. En la cultura es imposible, si eres honesto. Se trata de conseguir el equilibrio presupuestario y, para eso, siempre hemos hecho cómplices a las distintas instituciones públicas.
Traer por quinta vez a Vetusta Morla a Sevilla no es algo que nos motive especialmente (risas). Además, no es tan difícil; es solo cuestión de pasta. La cultura es otra cosa.
Hemos sido un poco mosca cojonera y, la verdad, estamos encantados con esa etiqueta, pero el mismo interés que hemos tenido por la industria, la ha tenido esta con nosotros. No creo que sepan que existamos (risas) y, la verdad, es mejor así.
¿Crees que ha calado esa lucha y espíritu de Nocturama, el de no medir la música sólo por el impacto económico, sino por el cultural? ¿Qué brotes verdes has visto durante el camino y qué presente y futuro ves en este aspecto en el horizonte?
Quiero pensar que sí, pero el tiempo lo dirá. No estamos en el mejor momento para este tipo de apuestas. Ahora que dejamos el hueco, igual se genera la necesidad de reclamar el derecho a la cultura y no solo el ocio. Ya sabes, a veces tienes que perder algo para apreciarlo. Creemos que nuestra labor ha sido muy importante y ahora es la hora del público.
Soy de condición pesimista, de los alegres, ojo. No voy por ahí dando la chapa (risas), y no suelo creer en milagros, pero Sevilla tiene esa capacidad de sorprender siempre. No de casualidad fuimos la cuna del underground nacional en los 70.
Han sido muchos conciertos en muchas ediciones, pero a mí, de los que tuve la suerte de vivir, se me vienen dos a la cabeza, esas pre Navidades de 2016 en El Teatro Alameda con Nick Lowe y los Straitjackets parando el tiempo, con Pájaro haciendo lo propio de telonero; y aquella edición pospandemia de 2020 en los Jardines del Casino de la Exposición, que fue como un bálsamo veraniego de libertad, con una energía muy especial en el ambiente y ganas de recuperar el tiempo perdido, con bolazos de Guadalupe, Jose Domingo, Chencho, Le Parody y Martirio con Raúl Rodríguez entre otros… ¿Cómo recuerdas ese bolo de Nick Lowe y esa edición en la que volvimos a juntarnos con la música?
La edición de las sillas y las mascarillas tuvo mucho de resistencia. Todas y todos los que asistimos entramos en una suerte de comunión colectiva muy bonita. De repente éramos todos iguales. No había distinción entre artista, técnicos, público o promotor. Surgió una complicidad que rara vez se da. Yo salía al escenario todos los días para explicar y dar la chapa sobre las normas de seguridad, prohibiciones, etc. pero, sobre todo, para dar las gracias a los asistentes. Quería que fuese una relación personal y no unos carteles con unas prohibiciones, unos gráficos y punto; que me vieran a mí como yo veía a cada una de ellas y ellos, que supieran mi nombre y qué cara tengo.
Para mí fue un acto de amor del público a la música y quería que supieran que lo sabíamos. Que estábamos juntos en eso.
Recuerdo que llegué a obsesionarme con las dichosas sillas. No he odiado más en mi vida un objeto. Estuve meses sin sentarme en público. Realmente llegué a odiar estar sentado.
De Nick Lowe tengo una anécdota muy hermosa de la cual no hubo testigos. Aprovechando que durante un descanso en las pruebas se quedó el espacio vacío, fui a revisar pequeños detalles con la tranquilidad que da estar solo y sin prisas. Al poco sentí que había alguien detrás de mí. Era Nick Lowe, que tuvo la misma idea, y durante unos buenos minutos estuvimos los dos solos, dando pasos por el escenario. Tan solo nos mirábamos y nos sonreíamos sin saber bien él quién podría ser yo.
Entonces me acerqué y le estreché la mano sin mediar palabra y me la sostuvo unos segundos y agregué: “Para mí es muy importante estrechar la mano que tantas veces lo hizo con la de Johnny Cash (fue su suegro). No me la pienso lavar en un buen tiempo”. Me miró con sorpresa y los dos nos echamos a reír.
¿Qué artista o artistas estuviste a punto de programar y al final no pudiste? ¿A cuál o cuáles seguirás persiguiendo hasta conseguirlo?
Tenía un sueño de esos inalcanzables que era hacer concierto de La Costa Brava, pero cantando Julio Iglesias. Y sin anunciar (La Costa Brava + artista invitado). Siempre he pensado que los primeros discos de Julio Iglesias son puro pop, y La Costa Brava, la banda perfecta. Quién sabe, ahora que Ricardo vive en Miami, igual se lo cruza y sale… o cuando lea esta entrevista en su jet privado. Me consta que aún mantiene la suscripción a Ruta 66.
Y por último, tendrás una infinidad de recuerdos, pero, si cierras los ojos, ¿qué actuación o momento se te vienen especialmente a la cabeza de estos 20 años?
La primera vez que vino Martirio sin lugar a dudas.
Fue un empeño personal y tuve a casi todo el mundo en contra. Incluso dentro de mi equipo. Yo, por edad, he podido disfrutar de Martirio cuando era una artista underground y recordaba sus conciertos como algo muy punk, muy fuera de norma, siempre a contracorriente.
Martirio llevaba entonces muchos años que solo actuaba en grandes teatros y cuando recibió mi invitación no lo dudó. Aun así, las reticencias, ya digo, incluso dentro de mi equipo, no cesaban. Ese año Jägermeister nos esponsorizaba y no nos dejó poner su imagen en los carteles (“no os enteráis de nada”, le decía todo el mundo).
El concierto fue un llenazo total y se llenó de roqueros, de modernos, de gente joven. Martirio dijo: “Por fin me habéis sacado de los teatros y estamos aquí, juntos, escuchando música, bebiendo y fumando”. Fue un conciertazo. Solos ella y su hijo Raúl a la guitarra. Un conciertazo. Yo acabé llorando de emoción (y soy duro en eso) y cuando Maribel bajó del escenario, señalándome con el dedo, me dijo; “Siempre lo supiste” y me abrazó. Ese día, todo el público acabó bailando sevillanas mientras íbamos a camerinos. Es lo más underground que he visto nunca. Aquello era puro punk. “Lo dejo aquí, jamás podré superar este momento”, recuerdo que me dije y, a fecha de hoy, sigo pensando que estos 20 años han tenido sentido solo por esa actuación de Martirio.
Programación completa y entradas de Nocturama 2024: https://nocturamasevilla.es/
Texto: David Pérez Marín
Fotos: Óscar Romero