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St Vincent – Razzmatazz (Barcelona)

Existe una opinión prácticamente unánime entre la crítica que St. Vincent, el alter ego de Annie Clark, es una de las artistas más singulares y polifacéticas del panorama musical contemporáneo. Nacida en Tulsa, Oklahoma, en 1982, ha forjado una carrera que desafía las convenciones del rock, el pop y la música experimental, destacándose por su enfoque vanguardista y su capacidad para fusionar géneros como el art rock, el indie, el electro-pop y el jazz.

Con una estética visual y un sonido que oscila entre lo retro y lo futurista, St. Vincent combina una habilidad pasmosa para reinventarse y mutar en cada una de sus etapas, con una sensibilidad lírica profunda que la lleva a explorar temas vitales e íntimos como el aislamiento, la alienación, el poder, el amor o la tecnología.

Su propuesta no teme abrazar lo raro o lo incómodo, y su arte es a menudo un desafío a las normas de género y sexualidad, algo que refleja en sus actuaciones en directo, donde combina teatralidad con una presencia escénica magnética. Como artista visual, St. Vincent destaca por su estilo enigmático y su estética cuidadosamente elaborada, que cambia con cada gira, desde el cabaret retrofuturista que pudimos degustar en la gira de Masseduction hasta el espectáculo rockero más vintage y funk de la gira de Daddy’s Home.

Sale la diva a escena y comprobamos que la banda que ha reunido para la ocasión es de auténtico lujo. Un chispeante Jason Falkner acompaña a la guitarra a Annie, Mark Giuliana aporrea los parches con maestría, la imponente Charlotte Kemp Muhl (pareja desde hace años de Sean Lennon) aporta presencia escénica y glamour al bajo y la entrañable Rachel Ecktroth a los teclados protagoniza algunos de los momentos más íntimos y emotivos de la noche junto a su compinche en innumerables aventuras musicales.

El outfit que luce la protagonista absoluta de la noche, en contra del que llevaba en la gira de Masseducation es sencillo, elegante (combinando el blanco y el negro) y le permite moverse con agilidad por el escenario. Tiene un porte y aura de estrellón que reafirma con cada una de sus acciones. Con los primeros acordes de «Reckless», Annie  empieza el hechizo. Sonríe y se contornea como una marioneta. Incluso no se rompe la magia cuando se esfuerza en cantar alguno de los versos en ese castellano macarrónico del que ha hecho gala en la regrabación de su último trabajo, All Born Screaming, traducido a nuestra lengua y que verá la luz en las próximas semanas. Una extravagancia que afortunadamente no repite más que en un par de breves momentos más de la noche, ya que la gente no celebra con especial entusiasmo sus ortopédicas incursiones en la lengua de Cervantes.

La comunión con el público es total a lo largo de toda la noche, corean las canciones del último trabajo en las que se basa en gran parte el setlist, especialmente cuando suenan auténticos himnos como “Big Time Nothing”, “Broken Man” o “Flea”. Arden a imagen y semejanza de Annie en la portada del disco (qué imagen más poderosa, pardiez)  cuando ataca clásicos como “Los Angeles”, “Cheerleader” o “Digital Whitness” y la transportan con timidez cuando se lanza encima de ellos embargada por la emoción mientras interpreta “New York”. Antes de que acabe la canción, la diva, en pleno éxtasis es devuelta a las tablas e intenta trepar por las barandas que dan al piso superior de la sala poniendo en riesgo su integridad. Afortunadamente acaba desistiendo mientras grita, salvaje y con la mirada inyectada en lágrimas de emoción a una audiencia que aún se está pellizcando intentando corroborar que aquello que vivieron no era un sueño.

Después de eso tan sólo nos quedaba disfrutar de un par de temas (la clásica “Sugarboy” y una celebrada “All Born Screaming”) antes de dar por concluida una noche mágica con uno de esos momentos que perduran en nuestras mentes a lo largo del tiempo. Annie, tan sólo acompañada por Rachel Eckroth a los teclados interpretó a bocajarro un “Somebody Like Me” que nos confirmaba que hablar de St. Vincent es hablar de palabras mayores. Esperemos que dentro de nada el mundo caiga definitivamente en sus talentosas y delicadas manos.

Texto: Rubén García Torras

Fotos: Sergi Fornols

 

 

 

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