¿Podemos hablar de algún concierto que haya sido perfecto? Probablemente no. Las imperfecciones, sean del tipo que se les antoje, aparecen como setas en un otoño lluvioso. Myles Sanko y su poderosa banda se las ingeniaron para disimular cualquier mácula (quizá la falta de graves que no acabaron de llenar la extensión de la sala) y rozaron ese acabado sublime que casi nunca existe.
Algún malpensado podría especular que, el glamuroso cantante de origen ghanés, (aunque se dejó el traje colgado en el perchero) no cuajó una actuación brillante; se equivocan. La Paloma, que registró una entrada con la que soñar posteriores conquistas, vivió una noche dónde se conjugaron la pulcritud, el buen hacer escénico, el ansia por crear algo bonito y el trabajo (impagable) de estructurar un espectáculo que no decayó ni un solo segundo. Este último punto fue básico para el gran éxito cosechado.
En el vigorizado salón de baile se reunió público de varias generaciones, un hecho poco usual. La música soul es capaz de aglutinarlas porqué sus características (ritmo, melodía, pasión y unas cuantas más) han resistido a las modas como pocas. A ese vendaval sonoro, inmarchitable, Sanko le ha añadido frescura, una modernidad casada con el compás clásico y una clase que no conoce épocas.
Por si fuera poco, su voz abaritonada tiene personalidad propia y aunque, lógicamente, encuentras, en ella, referencias a clásicos (léase Barry White), tan solo al escuchar una nota surgida de esa garganta (en prodigioso estado), ya sabes quién te está cantando, cualidad muy difícil de encontrar en este género.
El generoso y humilde artista (parece otro elemento más del grupo) está presentando “Let It Unfold” (213 Music, 2024), un ejemplar disco que marca ese punto de madurez anhelado por tantos y tantos creadores. Tras el dubitativo “Memories of Love” (Légère Recordings, 2021), la nueva entrega nos reconcilia con aquel Sanko que arrasaba en el Jamboree barcelonés y en el que todos creímos desde el primer instante.
No era fácil reproducir las sutilezas de los arreglos de estudio en directo, pero el delicado crooner ha reunido un combo de lujo formado por Ric Elsworth (batería), Jon Mapp (bajo), Tom O’Grady (piano), Chris Booth (guitarra) y Gareth Lumbers (saxo). Sin inútiles alardes, el fornido quinteto encajó, de forma admirable, en cualquiera de los bretes impuestos por las cadencias. Si me dan a elegir, sus prestaciones subieron enteros en el magnífico cover del grandioso Roy Ayers titulado “Everybody Loves the Sunshine” (se ganó el cielo) y en la musculosa “Rainbow in Your Cloud”, pieza funk, sin fisuras, en la que destacó el pianista O’Grady con un solo descomunal.
Hasta ocho piezas de la reciente entrega (de un total de doce) se atrevió, nuestro protagonista, a llevar a juicio, el resultado resultó muy satisfactorio. Imposible no balancearse (su juego no es la danza desenfrenada) con “I Feel the Same”, la colosal “Stronger” (majestuosa coda musical), “Dream Chaser” o la adictiva “Let Go”. El resto del repertorio lo compusieron canciones del anterior LP (muy bien remodeladas) “Blackbird Sing”, “Whatever you are” o “Freedom Is You”, dos propinas de rigor muy reclamadas. Para completar el éxtasis, miró al retrovisor para interpretar el cañonazo de 2016 “Just Being Me”. Frenesí imparable.
Myles Sanko se metió a los presentes en el bolsillo a base de clase, ganas, carisma y ese poderío vocal que alguien, en las alturas, le ha regalado.
Se cansó de preguntar: Is there love in the house? Pues sí, lo hubo y en grandes cantidades. Un amor que pude comprobar con un abrazo sincero que no olvidaré. Sensacional cantante. Mejor persona.
Texto: Barracuda
Fotos: Marina Tomás Roch