
Vas siguiendo las pistas, montando el rompecabezas, yendo de país en país, de convención en convención, pero al final tienes clara una cosa: nunca viste a Phil Lynott y nunca lo verás. Su legado es lo que te importa, no te queda otra. Allá que hay un pedazo de su alma, allá que vas.
Ellos, Grand Slam, transcienden más allá del puro revisionismo; es cierto que cuando volvieron a la vida fuimos unos cuantos los que nos pusimos las manos en la cabeza. ¿Qué sentido tenía devolverle la vida a la banda post Thin Lizzy de Lynott sin Lynott? El que quieran darle. No creo que se estén haciendo millonarios y Laurence Archer, único integrante de la formación original de Grand Slam, merece reconocimiento como gran guitarrista. Y qué carajos, las canciones de estos nuevos Grand Slam te sacan una sonrisa.

Pero de nuevo, las canciones. Ahí es donde vuelve la figura de Lynott. Había parte de la audiencia que ignoraba de dónde había salido esto llamado Grand Slam. Fans de Lizzy tampoco es que hubiera demasiados. Pero cuando suenan canciones como «Military man» o «Sisters Of Mercy» tu atención se gira hacia el escenario y una extraña pero reconfortante sensación recorre tu cuerpo. Las canciones. Esas canciones, las trajo al mundo Lynott. Y piensas que no hay mucho material que roce ese altura. Te emocionas como un niño en el día más bonito de su infancia.
Tras Grand Slam llegó el turno de FM, a los que les seguía una reputación de ser una gran banda de directo en lo suyo. Y sin duda lo son, pues interpretan ese AOR serio de mediados de los ochenta en adelante con una solvencia y una clase fuera de duda. Siempre fui más de la vertiente americana del género, pero cuando algo está tan bien hecho no puedes más que asentar y rendirse a la evidencia: son una banda excelente.
Texto: Sergio Martos
Fotos: Fernando Ramírez
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