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David Gilmour – Circo Massimo (Roma)

Anoche, viendo a David Gilmour, me vino a la cabeza una frase que siempre decía un entrenador: dejad que la que corra sea la pelota, que esa nunca se cansa. Anoche, en el quinto de los seis conciertos programados en Roma, Gilmour nos volvió a recordar el motivo por el cual la música es el motor de nuestras vidas.

El británico demostró, por si alguno lo dudaba, que en eso de hacer hablar a la guitarra pocos hay como él. Con ese sonido tan característico, personal e intransferible, reconocible en cuanto suena la primera nota, Gilmour nos regaló una velada inolvidable, demostrando que, si bien la edad pasa para todos, una guitarra puede sonar igual de fresca e inspiradora tocada por un hombre con 25, 50 o 76 años. La guitarra, como el balón, nunca se cansa.

Dos horas de puro trance, de saber que algo bueno está sucediendo sin poder explicar exactamente el qué, en las que el legendario guitarrista, acompañado de una gran banda -mención especial para su hija Romany, quien demostró que eso de que el talento es aleatorio a veces no es tan aleatorio- nos cautivó. Esto no es música, es algo más.

Comenzó Gilmour su recital con “5 A.M.” de su álbum Rattle and Lock, acertada intro para presentar los dos temas de su último trabajo, Luck and Strange, el mejor disco en solitario que Gilmour ha lanzado. En 2024 y con casi 80 años, para que luego digan que el rock es de treintañeros. “Black Cat” y la canción que da nombre al álbum nos hacen entrar en materia y nos preparan para lo que se viene. “Breathe (In the Air)”, “Time” y “Breathe (Reprise)”  cercioran (aunque nunca he tenido dudas, incluso antes de verlo en directo) que, en ese bicéfalo que es Pink Floyd, del Team Gilmour siempre. Y sí, en este debate hay que mojarse. Para cuando suena “Wish You Were Here” ya ni siquiera hay debate.

La guitarra de Gilmour sigue mostrándonos el camino y es en “Between Two Points” donde su hija copa todo el protagonismo. Con una voz  angelical y tocando el arpa, Romany Gilmour canta las letras de su madre al ritmo de su padre y hace suya la canción. Una artista como la copa de los árboles que rodean este maravilloso Circo Massimo a la que el apellido no parece pesarle. Y, por favor, que siga siendo así.

Tras “High Popes”, Gilmour y compañía ponen fin a la primera mitad del concierto. Tras un largo parón, donde hasta el cielo pareció impacientarse, los protagonistas volvieron a escena para dar comienzo al lado psicodélico de la noche. “Sorrow”, “A Great Day for Freedom” combinaban magistralmente con “The Piper’s Call”, cantada junto a Romany, para dar rienda suelta a esos riff eternos, interminables y únicos. Con todo el recinto ya  sumido a los pies de los caballos -nunca mejor dicho-, “The Great Gig in the Sky” nos lleva al summum de lo que la música debe ser. Donde los límites de la expansión tanto espacial como temporal no existen. Un tema que define como ninguno un periodo concreto de la historia, donde la creatividad era una fuente de recursos inagotable. Un periodo de absoluta libertad artística que, más de 50 años después, sigue provocando el mismo efecto. O casi el mismo. Lástima que en los kioscos no vendieran hongos junto a las birras y los paninis. Un viaje a ninguna parte donde solo importa el durante. Un viaje abruptamente interrumpido por un incidente en una de las gradas. Un incidente que, gracias a Dios, no fue a más, pero que rompió el hechizo en el que estábamos todos metidos.

“Sings” y “Scattered”, los temas que cierran Luck and Strange, son los encargados de clausurar este segundo acto y de confirmar una verdad tristemente patética: que somos una sociedad programada para actividades efímeras. Para  estimulaciones inmediatas. Todo lo que dure más de hora y media no tiene cabida en este sistema inexpugnable y por eso ya hay más de uno y más de dos que comienza a inquietarse. Ya ha escuchado lo que quería y visto lo que había que ver y el resto da igual. Que le jodan a los 70, que eso queda muy lejos y tampoco es que muchos lo viviéramos.

El único motivo por el que siguen ahí, y que es más triste aún, es que falta la guinda del pastel. El video que rulará por todos los grupos de wassap. Es por eso por lo que la gente abandona sus asientos y se agolpa en las primeras filas. Es por eso por lo que el icónico Guy Pratt ha salido hace dos horas a pedir que, por favor, las fotos y los videos sin flash…

Suenan los primeros acordes de “Confortably Numb” y en Roma parece de día. Miles de pantallas encendidas y un cierre colosal. Una canción icónica con un solo final apoteósico. Un solo en el que recuerdo cerrar los ojos y poco más. 8 minutos o más en los que se para el tiempo y aún ahora sigo con la sensación de que, de algún modo, este concierto me ha cambiado para siempre.

Salimos de ese lugar histórico y pienso para mis adentros, porque si se lo suelto a alguien quizá me dé una hostia, que cuando Woody Allen afirmaba que, cuando muriera, le gustaría reencarnarse en las yemas de Warren Beatty, es porque nunca ha visto tocar la guitarra a David Gilmour.

Texto y fotos: Borja Morais

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