Una de las bases sobre la que ha cimentado Ricardo Martínez Llorca su obra es la literatura de viajes. En unos libros en los que relata sus propias experiencias (véase también Atlas del Camino Blanco), ya sea en un relato más autobiográfico o trasladando sus viajes a los personajes que crea, pero en ningún momento haciendo de la historia una guía o un diario de viaje al uso para turistas.
Moçambique se vertebra en el viaje del escritor charro a la ex colonia portuguesa. Como ya hiciera en sus inicios en Cinturón de cobre, su cuaderno de notas sobre Zambia, a lo largo del texto se mezclan leyendas, historias y supersticiones con las experiencias que el propio autor recibe de su día a día: en ocasiones cabe la sospecha de que la mayor sabiduría se encuentre en el interior del silencio. Esa mezcla permite mostrar el lado amable y, al mismo tiempo, sus atrocidades, no solo de guerra, también de supercherías y supervivencia en un país donde él nunca dejó de ser, ni sentirse, turista, pues siempre llevaba el billete de vuelta cerrado. Y en el que el horror se resume con la frase Si el hombre hubiera hecho del mundo un lugar mejor, no habría necesitado la música.
Ricardo Martínez sabe de su privilegio de viajar frente a los desterrados de la oportunidad en la vida, existiendo la categoría de los humillados y los ofendidos, en un país donde la mujer es el motor de la vida cotidiana. Vidas que igualan en riqueza y en pobreza y que acompaña en cada capítulo con referencias literarias y a otros periplos, además de abrirlos con las citas de Pavese extraídas de El oficio de vivir como guía-recurso; incluso a modo de juego o patrón.
Las descripciones del autor consiguen situar al lector en el centro del paisaje, por momentos, incluso confeccionando falsos recuerdos a través de olores o imágenes como fotografías. A diferencia de otros escritores, no recrea un mapa exacto de los barrios o las calles. De la misma manera que sortea el bullicio de las avenidas principales, describe el contexto y el lugar mediante la actividad de sus gentes, las impresiones, los ruidos; cierto que desde un lugar privilegiado y con las explicaciones para componer una idea o aproximación, en ocasiones, superficial del sitio. Mientras indaga hasta donde un viajante puede importunar, de forma sutil, el salmantino desperdiga pequeñas píldoras de humor, no evidentes, pero dejando a la luz una socarronería con la que, de paso, el lector atisba pequeñas pullas encerradas en dichos comentarios.
Moçambique contrapone el peso de la tradición y el impacto que tiene la luz en quienes se adentran en sus ciudades frente a los tiempos “modernos”. Porque hay lugares en los que saben que La prisa es un error del ser humano.
Y es que, después de su lectura, queda uno canturreando en su cabeza la melodía de Dylan:
I like to spend some time in Mozambique
The sunny sky is aqua blue
And all the couples dancing cheek to cheek
It’s very nice to stay a week or two[1]
Texto: David Vázquez
[1] Mozambique (Written by Bob Dylan & Jacques Levy), Desire, 1976