Poca gente ha seguido las andanzas de Eric Bell, incluyendo a los fans hardcore de Thin Lizzy. Y no es de extrañar, porque una vez tiró la guitarra por los aires en aquella fatídica noche vieja del 73 en pleno concierto y abandonó a Lizzy, el guitarrista hizo poco (luego se arrepintió, quiso volver, pero Phil Lynott le cerró la puerta; es otra historia, como suele decirse). Discográficamente, un par de discos junto a la banda de Noel Redding (el clásico bajista de Jimi Hendrix Experience) y un EP a su nombre en el 81. Fue ya en el nuevo milenio cuando Eric se activó y dejó florecer un talento que solo los más recalcitrantes sabían reconocer.
Como cantante resultó ser más que talentoso, como guitarrista seguía siendo lo original que fue en la trilogía que grabó junto a Lizzy, y como compositor, un tipo más que interesante aún moviéndose en los patrones del blues y los ligados «hendrixianos».
Live Tonite… Plus! (1996) es un directo vulgar y corriente cortado en formato trío en el que apenas se visualiza lo que está por llegar. La tocada es plana y el repertorio es un «¿Quién es quién?» de canciones ya conocidas en el circuito blues. Incluye «The Rocker», de su antigua banda. Sin embargo, Irish Boy (2008) es ya otra cosa. Bell compone todo el material y hay mucho corazón en las canciones, que por su simpleza atraen. Hay espacios abiertos, la banda camina con mucho reposo y la guitarra de Eric suena natural, cristalina. Lonely Nights In London, 2010, es otro disco crudo, con arraigo y composiciones que llegan dentro. Hay alguna versión, pero casi todo es de propiedad de Bell. Escuchen el tema titular, si no les emociona hay algo que no funciona aquí.
Exile (2015) nos muestra a un Bell más actual, utilizando la tecnología en favor de un sonido más moderno. Lamentablemente, las baterías programadas son poco menos que lamentables y lastra todo lo bueno que traen las canciones. Su guitarra, tan natural, no casa con esa deshumanizada batería que en cada canción repite el mismo patrón y mismo redoble cada ciertos compases. Como anécdota, la instrumental «Song For Gary», dedicada a Gary Moore, colega de Bell desde los viejos días en Belfast. Afortunadamente, Standing At A Bus Stop (2017) vuelve a recuperar la buena senda, y casi podríamos hablar de su mejor álbum. Las canciones son excelentes, Bell se sale del formato simplista del blues y visita algunos pasajes africanos para traerlos a Irlanda y realizar una mezcolanza curiosa y original en algunas canciones. Incluso las versiones, las conocidas «Back Door Man» y «Mistery Train», suenan con un halo de frescura que te deja perplejo.
Los cinco discos vienen reunidos en ese cofre, formando todo un trabajo más que interesante, indispensable no solo para conocer a Eric Bell más allá de su trabajo con Thin Lizzy, sino para dejarse sorprender por esta última etapa de su carrera, que sin duda es la más brillante desde que formó parte de… uh hu, Thin Lizzy.
Texto y Fotos: Sergio Martos.