Uno, que estaba animado en la tarde del domingo, decidió hacer doblete. Tras pararnos en el Jamboree para ver a Aisha Khan & The Rahjas, nos dirigimos al infausto chiringuito (es un decir) que con dinero público se ha montado en el Port Vell de Barcelona para la “dudosa iniciativa “ de celebrar la Copa América de Vela. El objetivo era ver la actuación de Xarim Aresté, que no entendíamos muy bien qué pintaba allí, pero suponemos que, viendo el percal, su buen caché le cayó y no están los músicos para ponerse exquisitos con eso. De hecho, bien que se los ganó. Porque tocar donde y como lo hizo era directamente infame. No voy a decir ni una palabra del concierto de Xarim, músico brillante que me parece que ha grabado uno de los discos del año. Pude comprobar, además, la fuerza de su directo en el pasado Cruïlla Festival. Y hasta aquí. El motivo es que no lo oí.
Llegamos diez minutos de la actuación y la cosa no podía pintar peor. Un montón de gente en sillas y hamacas (¡hamacas!) hablando en corrillos con sus cócteles y directamente giradas al escenario, posición que como sospechamos no iban a cambiar en ningún momento por mucho que empezara ¿Qué esperabas, Eduardo? Si no quieres soniquete, pa que te metes. Normal, íbamos a un concierto de rock patrocinado por Louis Vuitton. Cuatro habituales, uno de ellos con la camiseta de nuestro querido Rocksound, dábamos la nota y éramos objeto de miradas de curiosidad. Alguno y alguna estaba viendo por primera vez al populacho, y su modo de observación era el mismo que el que uno realizaba a los ingratos monos del Goeldi en el denostado y pasado de tiempo Zoo de Barcelona. La expectativa al menos era que Xarim saliera con su banda como lo hizo en el Cruïlla, y que a algunas de las personas asistentes –es un decir– les temblaran las joyas. Como dijo en su momento Lennon, “los que están en los asientos baratos aplaudan y el resto agiten sus joyas”. Aunque allí los asientos baratos, por inexistentes porque el concierto era gratuito eso sí, consistían en quedarse de pie, lo único que de concierto de rock tuvo la noche.
Xarim salió calmado, como casi siempre en esta gira, pero se mantuvo ahí, a diferencia de otras noches. Supongo que era consciente de donde estaba y lo que le tocaba. De hecho, intentó un par de chistes (“aquí hay dinero”, “el camerino es el más grande que hemos tenido nunca”) que pronto vio que no cuajaban en el ambiente. Pero es que relegar a un artista a hilo musical debería estar penado. Y eso es lo que se hizo con Aresté y su banda. El sonido era ínfimo, normal teniendo en cuenta que las tres PAs que emitían apenas hacían palmo y medio de altura, y era difícil oír al cantante incluso cuando hablaba sin música. La batería se lo comía todo –bajar una batería más allá de no sonorizarla es difícil– y el resto estaban al volumen necesario para que la gente pudiera degustar sus caras copas mientras charlaban sin que la música de fondo les pusiera problemas. Solo deseo que Xarim se levantara una buena pasta porque, por lo demás, no le valió la pena. Nosotros, a medio concierto, para casa y a ponernos el disco. Una lástima. Quién me mandaría a mí.
Eduardo Izquierdo