El aire fresco ya anunciaba el final del verano en Barcelona, pero el patio de armas del Castillo de Montjuïc, escenario del ciclo de conciertos Sala BCN, se sentía cálido y acogedor. Quizás era el calor humano, o la seguridad que siempre transmiten Mishima en directo, o tal vez solo el deseo de conectar y disfrutar juntos de una buena noche. Sea como sea, los catalanes subieron al escenario con la tranquilidad de quien sabe que ya tiene al público en el bolsillo desde antes del primer acorde, y pese a ello sigue subiéndose a las tablas con la determinación de no decepcionar.
Arrancaron con el ya clásico «La vella ferida», una apertura cargada de esa calidez humana que define sus recitales. Desde el escenario, no faltaron las bromas con su técnico de sonido, cómplice de –casi– todos sus conciertos, salvo uno: el que ellos consideran el mejor de su carrera, también en este castillo. David Carabén desplegaba lírica y elegancia mientras Dani Vega se adueñaba del escenario, embriagado en sus solos de guitarra, siempre respaldado por una banda que le daba todo el espacio necesario para brillar. Lo suyo fue un repaso por ese repertorio que, tras siete discos en catalán, se ha convertido en una colección de himnos atemporales.
El bis después de una hora y media de concierto, no se hizo esperar demasiado. Ellos mismos se reían de que el público apenas los llamaba para regresar, como si supieran que la vuelta estaba asegurada. Y lo hicieron con Carabén bailando sobre el escenario al ritmo de «La Diablessa», una versión acústica al estilo Mishima de la original «La Diabla», del estadounidense de origen mexicano Joshua Xavier Gutiérrez Alonso, más conocido como Xavi a secas. Le siguió «La nit de les roses», esa versión inesperada del tema de Miley Cyrus, que no puede ser registrada en estudio por cuestiones de derechos, pero que en directo suena tan auténtica como solo Mishima podría hacerla sonar. Para el cierre, «Tot torna a començar», broche de oro para una noche épica.
La de Mishima en Montjuïc fue una velada de reencuentros, de abrazos entre viejos amigos, mientras se coreaban esos himnos que han marcado –y siguen marcando– a toda una generación. Un repertorio construido con paciencia y talento, que se siente como una sucesión de éxitos atemporales; canciones como «Qui més estima», «L’última ressaca» o «L’olor de la nit» ya forman parte de la historia musical de este país, más allá del idioma en que se interprete. Con los años, la banda ha sabido mantener una conexión íntima con su público, creando algo que va más allá de la música: son relatos de vida, reflexiones sobre el amor, la nostalgia, el deseo, el orden y la aventura.
Mishima sigue renovando la música popular, ofreciendo recitales que, especialmente en escenarios como este, se convierten en auténticas comuniones de música y emociones.
Texto y fotos: Borja Figuerola