Ver un concierto en Estados Unidos y con su correspondiente público es toda una experiencia. Ya puede estar tocando sus mejores éxitos el mismísimo Dios que apenas hará un gesto mientras suene la canción. Se limitará a observar, callado y atento, mostrando así todo el respeto posible ante lo que, las cosas como son, debería ser asistir a un concierto. Durante el durante, los protagonistas son únicamente los que están subidos al escenario; al finalizar, será el público el que dicte sentencia con largos y efusivos aplausos.
Para un español como yo esto puede resultar algo de lo más chocante. Para un español como yo, acostumbrado a saltar y a gritar y a abrazar y a disfrutar de otra forma, lo vivido con Jeff Lynne es lo más cercano a asistir a la ópera que ha vivido jamás. Y no solo por el comportamiento del público (que, en lo que desgraciadamente más se parece al espectador medio de cualquier país del mundo es en tener el móvil constantemente grabando), sino por la energía de un concierto legendario, a la altura de la carrera de un artista inigualable.
Jeff Lynne’s ELO (siempre conocida como la ELO) es lo que queda de la banda de culto por excelencia. Una banda, la Electric Light Orchestra, que quizá nunca estuvo en primera línea de batalla, pero que, tras más de 50 años de trayectoria, puede presumir de haber trascendido no solo en la historia del rock progresivo, sino en generaciones de familias (incluida la mía) que en esta gira de despedida se reúnen para ofrecer al maestro Lynne su merecido reconocimiento. Los más de dos minutos de ovación así lo sugirieron.
A sus 76 años, Jeff Lynne dice -a priori- adiós a una carrera envidiable como músico y lo hace acompañado de una banda virtuosa, donde los coros, teclados, chelos y violines que convirtieron sus canciones en himnos sonaron a otra época, donde todo era alegría y magia. Dos horas anacrónicas en las que sonaron un hit tras otro, y donde algunos de los hijos que acompañábamos a nuestros padres a cumplir uno de sus sueños nos dábamos cuenta, casi sin quererlo y con orgullo, de que nos sabíamos casi todo el repertorio. Íbamos pensando en cantar “Last Train To London”, “Livin’ Thing” y “Don’t Bring Me Down” y acabamos recordando cómo sonaban “Telephone Line”, “Strange Magic”, “All Over the World” o “Turn To Stone” en el casete del coche de papá. Canciones únicas que nuestro cerebro decidió en algún momento asignar a otras bandas de la época.
El concierto de Jeff Lynne’s ELO fue un viaje a la tierna infancia que cada uno de los presentes vivió a su manera. Un viaje a ese axioma que asegura que tiempos pasados fueron mejores. Algo que, viendo a la ELO cerrar con “Mr. Blue Sky”, bajo las conmemoraciones de los seis anillos de los Bulls de Michael Jordan que cuelgan en el techo del pabellón, hace difícil no creer que así fue y que así será.
Texto y fotos: Borja Morais