Nadie diría, escuchando los apacibles tratados de country-pop de Bonny Doon, que se formaron en Detroit, ciudad que instintivamente ligamos a la destrucción garagera de Stooges o MC5. Es lógico que hayan reubicado sus soleadas melodías en la Costa Oeste, donde aparte de publicar tres interesantes álbumes, han servido de acompañamiento a Waxahatchee, cabecilla de cierta ola revival de rock americano noventero.
Si sus discos son interesantes, es en directo donde dan de verdad la talla de su capacidad, ampliando unas coordenadas musicales que tan solo pueden atisbarse en sus entregas en estudio. Buena muestra es «Clock Keeps Ticking», reciente single que los sitúa en coordenadas casi cercanas al jangle-pop. Pero donde mejor se desenvuelven es en cierto folk-rock alumbrado en alguna casa de Laurel Canyon a finales de los sesenta, animados quizá por un porro que se dejó olvidado Neil Young en algún rincón de su casa de Topanga. Bill Lennox y Bobby Colombo parecen, a su manera, sosias del citado Young y de Glenn Frey.
La clave del éxito de Bonny Doon se encuentra en que no se trata de un ejercicio retro. En su música uno puede rastrear signos que los emparentan con ese resurgir del folk-rock que está empezando a tomar forma en EEUU gracias a la citada Waxahatchee o MJ Lenderman: por una parte, una desidia slacker que los emparenta con grupos como Pavement e, incluso, Parquet Courts; por otra, una limpieza instrumental que, Velvet mediante, los acerca a una gramática musical más relacionada con la libertad de las guitarras que con la bella pulcritud de las voces; finalmente, esa manera de reinventar el concepto de jam band que se han sacado de la manga grupos como Big Thief. Así, cuando en «Saw a Light» invocan el «Wild Horses» de los Stones, no se trata tanto de un gesto de veneración a los clásicos como un sample que parece irrumpir desde una era ya olvidada. Canciones bonitas tienen un rato: «I Am Here (I Am Alive)», «San Francisco» o «Summertime Friends», con la que cerraron el concierto tras hora y cuarto. Diagnóstico unánime: sorprendentes por lo inesperado.
Por eso es apropiado que los teloneros fuesen The Lost Tapes, dúo catalán formado por el ex La Habitación Roja Pau Roca y RJ Sinclair de Tokyo Sex Destruction, que se bañan en chorus y flanger para viajar por los años ochenta más pop, de Prefab Sprout a Feelies pasando por New Order, mirando de reojo a Alex G o Kurt Vile. No solo fue una bonita noche de lunes, también la confirmación de que incluso en un género tan conservador se está empezando a abrir un nuevo camino.
Texto: Héctor García Barnés
Fotos: Salomé Sagüillo