Es cuestión de poseer y mostrar una honestidad imbatible. No se puede ofrecer un espectáculo tan auténtico y centrado en la música sin desviar la atención sobre la esencia de lo que de verdad importa, manejando unos recursos escénicos tan sencillos como solventes.
Con ello, Ben Vaughn consigue enganchar desde el principio tanto a los adeptos de siempre como a los, pocos es verdad, que no lo tuvieran en su hasta ahora desgraciada existencia musical. Al igual que saca discos sin relación alguna entre ellos, que muestra en sus perfiles unos gustos musicales de lo más variados y que sabe bucear en diversos estilos sin el más mínimo tropiezo, el de New Jersey aterrizó en su primer concierto de la mini gira en Valencia, con su formación más rockera, saxo del gran C.C. Cumberbreed incluido.
Sus pequeñas joyas de rock n’ roll clásico como las festivas Tantalize o Growin’ a Beard y la dislocante Darlene, se fueron sucediendo intercaladas con las sinceras y emotivas Carved in Stone y Too Sensitive for This World. No hay experimentos en su directo y por supuesto que no defraudó en modo alguno de lo que todo el mundo esperaba. Era inevitable que temas clásicos de su repertorio quedaran fuera pero como él mismo dice, difícilmente repite set list en sus conciertos y por lo tanto otros podrán posiblemente disfrutar de Dressed in Black o Rhythm Guitar.
En definitiva, no tenemos ese poder de decisión que el artista como creador debe reservarse por lo que es inútil lamentarse. Como de costumbre su sentido del humor, siempre presente, hizo que sobre el escenario fluyera esa sensación de una reunión de amigos que siguen juntos por el placer de tocar y a la vez compartir con los demás lo que estás disfrutando ahí arriba. Ben hizo sonar su guitarra con ese descaro y soltura que hace que parezca tan fácil y que no demuestra en principio de lo que realmente es capaz. Error. Te hace creer que se ríe de sus (inciertas) limitaciones, pero se mofa más bien de los solos corre mástiles que algunos toman como competición velocista.
Las dosis de pop presentes en la deliciosa Cashier Girl, o ese trallazo vocal como Daddy is Gone for Good, dieron paso a la enérgica Big Drum Sound, y la garagera Trashpickin’ que dejó para el acordeonista Gus Cordovox, habitual en sus iniciales correrías ochenteras, el cual aun con voz limitada pero entusiasmo y simpatía infinita, hizo vibrar el suelo. Con el público ya en el bolsillo y sabiendo manejar a la banda en todo momento con la efectividad de unas dinámicas bien aprendidas, no dejó de obviar su talante tan particular. Tiró de fina ironía al presentar un tema de John Coltrane y lanzarse a un Yakety Sax de tan buenos recuerdos televisivos infantiles.
Cantó en un yankee spanish palabrero pero con una crítica directa a la muerte del lenguaje perpetrada por el fallido traductor de Google (El mismo Zappa lo hubiera filtrado en sus directos) y se atrevió a versionear con total respeto, letra en mano y bajándose el tono como debe ser, el archiconocido Sixteen Tons como homenaje al garito de Pepe, artífice de que sean felices por una noche un puñado de gente en la maldita ciudad de agosto.
Texto: Héctor Fernández Baselga
Fotos: Sergio Lacedonia