Definitivamente, quizás, el mejor festival — Canela Party (Torremolinos, Málaga)
El pasado domingo 25 de agosto, todo era emoción y halagos compartidos por los asistentes al festival en las redes sociales. Ni una crítica. Ni un mal comentario. Ni siquiera el pegajoso calor de Torremolinos parece haber hecho mella entre las miles de personas que se dieron cita en un recinto de asfalto entre los días 21 y 24 en Málaga. La mayoría de las reflexiones que se podían leer en X (antes Twitter) apelaban al estado emocional de un certamen que sigue siendo, como decían en Instagram sus responsables, el “sueño” de unos amigos “con ganas de montar una buena” y juntar en un mismo espacio a sus “grupos favoritos”.
Un fiestón de música presidido principalmente por guitarras furiosas para gente de 20, 30, 40, 50 o 60 años. Para todo el mundo, vaya. Si alguna vez fue cierta esa frase mil veces repetida de que “el rock ha muerto”, debería acudir alguna vez al Canela Party; aquí se niega rotundamente el dicho gracias a una atinada selección de bandas jóvenes y donde la guitarra eléctrica es el instrumento principal. Un festival de melómanos, pero también un punto de encuentro intergeneracional de gente venida de todo el país. Una gran familia que celebra la vida alrededor de cervezas y un montón de canciones en directo.
Joan Vich, director de la agencia de managment Ground Control y curtido en mil batallas festivaleras (es autor del libro Aquí vivía yo sobre su trabajo en el FIB durante 25 años) dio en el clavo: “Esta semana en el Canela he recuperado una sensación que no vivía desde los FIB del Velódromo: la de pensar que todos los asistentes podrían ser mis amigos (o, en este caso, también los hijos de mis amigos”. Esa sensación de camaradería, confianza mutua y buen rollo reina desde el primer al último día; una correa invisible que une a los trabajadores del Canela y el público. El sábado, el famoso día de los ocurrentes disfraces y la más redonda en el aspecto musical, el medidor de felicidad se dispara. Y todo ello con precios razonables en las barras y food trucks, tal como está el patio en los festivales y algunas salas.
Aunque hay varios candidatos a mejor concierto (¿el de Big Thief el jueves? ¿Las sorprendentes irrupciones de Crack Cloud y Deeper? ¿Protomartyr?), ninguno destacó especialmente por encima del resto y el nivel se mantuvo bien arriba durante los cuatro días. Sobre los DJ de la carpa, dos apreciaciones. La primera, que el sonido se mezclaba con el de uno de los dos escenarios; la segunda, se hace raro oír reguetón en un festival de estas características. A continuación, un repaso por días de algunas de las actuaciones más destacadas del Canela Party. Definitivamente, quizás, el mejor festival de este país.
Miércoles, 21 de agosto
Extrañó que en la jornada inaugural, al que se podía acceder libremente previa invitación, fueran los valencianos La Plata los que clausurasen la noche. Pero los autores del sencillo «Un atasco» demostraron no tenerles miedo a las multitudes y desempolvaron sus certeros temas en medio de un ambiente de emoción. Que una banda acostumbrada a patearse los garitos de todo un país se doctore ante 5.000 personas tiene mucho mérito. El día había empezado con otro atasco: la única cola que se formó en el festival retrasó el acceso de buena parte del público, que esperaba la entrega de la pulserita bajo un sol de justicia. Ya dentro, se habían habilitado varios castillos hinchables para los más pequeños y el sonido saturado de Monteperdido se esparcía por el recinto. Presentaron algún tema nuevo, sacaron del baúl del indie noventero una contundente versión del «Amanecer» de Los Fresones Rebeldes y clamaron contra la dichosa humedad y sus devastadores efectos en el pelo.
Muchos de los congregados apostaban por Los Punsetes, que arrancaron a modo de declaración de intenciones con «Opinión de mierda». Antes, las autoras de «Canción de despedida» fueron a por todas con su banda al completo, pero Adiós Amores y sus delicadas y bonitas melodías vintage no terminaron de cuajar. Sin el pulcro sonido del estudio, al joven dúo se le hizo grande, por momentos inabarcable, el escenario principal. Lo más destacado vino de la mano de dos bandas foráneas. Los padres que jugaban con sus hijos en los hinchables debían alucinar ante la voz del cantante de Deeper: ¿se había colado Robert Smith en el Canela y nadie se había dado cuenta de que aquello no era un disfraz?
Además de un timbre vocal icónico, el grupo de Chicago se recrea en unos parámetros ochenteros / post punk tipo Echo and The Bunnymen y tiene un puñado de canciones con gancho que funcionan realmente bien en directo. De los escoceses y galeses The Tubs (su batería se encargó de dejarlo muy claro con un sonoro “fuck England!”) fue asombroso cómo calcaron los nerviosos temas pop de Dead Met. «Wretched Life» y «Dead Met», por ejemplo, parecían que salían directamente del disco. The Tubs agitan un cóctel en el que se mezclan las guitarras de los Smiths, Cleaners from Venus y cierto aire sesentero.
Jueves, 22 de agosto
El primer día completo del Canela Party cumplió con creces las expectativas. Fue alucinante cómo una música rica en matices, pausada pero bella, acallaba la muchedumbre. Big Thief es un grupo de indie folk y americana atípico; se presentan con dos baterías, a veces recuerdan a Wilco y muchas veces sus canciones serpentean por recovecos inesperados. Y qué voz la de Adrianne Lenker. Con la inaugural «Shark Smile» ya se aventuraba que aquello eran palabras mayores. Emoción, pureza y calidad a raudales.
Otro plato fuerte debía ser el de Bar Italia, pero se cayeron en el último minuto del cartel y los organizadores apostaron por Ghostwoman para reivindicarse a las puertas de su gira por salas en otoño. El dúo, visiblemente molesto con un sol implacable, dejó la sensación de que no supo o no pudo aprovechar la oportunidad. Tocaron con aparente desidia y los arañazos psicodélicos de sus álbumes apenas llegaron a inquietar a la audiencia. Tiene toda la pinta de que a su líder, Evan Uschenko, le tira más un garito recogido y oscuro.
Que levante la mano quien se aburra con los directos del soulman Curtis Harding. Al compositor estadounidense le persigue una fama injusta de cantante frío y poco comunicador con el público. Ataviado con una gorra de golf, ofreció un show muy completo que puso a bailar a todo el mundo, con una versión al estilo de Joe Cocker del «With a Little Help From my Friends» de los Beatles. En una jornada tan sumamente ecléctica uno navegaba del éxtasis rock y flamenco de Israel Fernández (qué vozarrón y qué pelazo el suyo) a una banda que le va como anillo al dedo este festival: los cordobeses Viva Belgrado. Sus miembros se amontonaron en una melé de rugby poco ortodoxa, y lo que sale de ahí es un ruido descomunal, un grito de guerra fiero y épico que rebotaba por todo Torremolinos.
Por último, una historia de amor y reencuentro: la de Standstill y el Canela. Los barceloneses han regresado a los escenarios después de casi una década de silencio. Y si uno se pregunta el porqué de este regreso, que eche un vistazo al lema del festival: “Make canela core again”. No faltó el guiño a su etapa hardcore en inglés, un tema que dedicaron a los organizadores del certamen y a todos los que les siguen desde sus comienzos. Otra respuesta posible sería a modo de recordatorio: si vas a salir a la carretera después de un tiempo, ponte las pilas. Que no sea por nostalgia. Un puñado de canciones que siguen tan vigentes y emocionantes como el primer día. Chapeau.
Viernes, 23 de agosto
Con un primer vistazo al público, ya se intuía por dónde iban a ir los tiros. La ropa oscura y las zapatillas Vans reinaban con más fuerza que las jornadas precedentes. El día más cañero y también homogéneo del Canela Party vio ascender primero al cielo de los elegidos a Lisabö. El grupo de Irun tiene fans acérrimos (Gorka Urbizu es uno de ellos) y te avasallan desde el minuto uno con conciencia política (una enorme bandera de Palestina presidió todo el concierto), dos baterías sincronizadas y un vendaval sónico. Terminaron exhaustos, como si fuera el último concierto de sus vidas. Karlos Osinaga Txap acabó con un breve alegato solidario y saludó a “la diáspora vasca” de Málaga.
Toca hablar de dos de las estrellas la noche. Una parece más lejana que la otra. En 2012 Cloud Nothings publicaron su segundo y exitoso disco, Attack on Memory, producido por el recientemente desaparecido Steve Albini. Cuando llegó «Stay Useless», se caldeó el ambiente de tal manera que muchos levantaron sus puños y un pogo invadió las primeras filas. Fue un pequeño espejismo nostálgico: el setlist miró más al presente que al pasado y los de Cleveland decidieron abrazar muy fuerte su último trabajo, Final Summer. Por su parte, Metz van camino de convertirse en los Shellac (seguimos con Albini) del Primavera Sound: es el grupo que con diferencia más veces ha tocado en la historia del festival. No tienen enchufe o un primo en Mijas que les apañe el contrato. Se llama oficio, saber hacer. Superaron rápidamente los problemas de sonido iniciales y, canción tras canción, los canadienses fueron levantando un muro sonoro arrollador.
Con todo, lo más jugoso vino de la mano de Protomartyr primero y Model/Actriz después. En ambos casos, hasta que no los ves en directo no puedes atisbar su grandeza. El grupo de Chicago está liderado por Joe Casey, un tipo de 47 años que aparenta 15 más y que parece haber salido de una bolera de Fuengirola a las cuatro de la mañana. Pero la realidad es que este Nick Cave descamisado es la monda; te engancha desde el inicio hasta el final. Escoltado por una banda en apariencia más juvenil, Protomartyr escupe un rock oscuro y afilado. De fondo, una pantalla emitía unas extrañas imágenes que acompañaban la función post punk. Un espectáculo redondo.
A primera vista, Model/Actriz pueden llegar a despistar. Es un grupo que te hace bailar como LCD Soundsystem pero no se andan con chiquitas. Suenan fuertes, arrogantes, hasta turbios; musicalmente imponentes. Su líder pasó más tiempo entre el público, pavoneándose como un artista pop al que le gusta que lo adoren. Y la gente feliz ante semejante show y soltura escénica.
Sábado, 24 de agosto
Día de despiporre en el Canela. La traca final. Miles de personas disfrazadas con un ingenio desbordante que llegó a contagiar a algunos de los grupos participantes. Los miembros de Yawners, por ejemplo, iban de Spiderman y cuando sonó «La escalera», uno de sus himnos, llegó la habitual lluvia de confetis. Otros conocidos de nuestra escena, el dúo catalán Cala Vento, emulaban con sus trajes el color rojo del equipo de Fórmula 1 más laureado de la historia: Ferrari. Con ellos empezaron los primeros pogos de la tarde-noche.
Mientras los canadienses Home Front se desgañitaban en uno de los escenarios, los connoisseur del pop ocupaban las primeras filas antes de la lección maestra de esos hermanos prodigio que forman The Lemon Twigs. Desde la apertura con «My Golden Years» hasta el cierre con la muy T. Rex «Rock On (Over and Over)» todo salió a las mil maravillas. Fueron tres cuartos de hora perfectos. Todo estaba en su sitio: el sonido retro de los 60 y 70, las voces elevándose al cielo en «In my Head», la ropa impecable… Ni siquiera el horroroso calor húmedo pareció afectar a sus miembros. Como si estuvieran hechos de otra pasta. Como si fuese un radiante día de primavera a 18 grados.
Superchunk, héroes subterráneos del indie rock de los 90, hicieron los deberes muy dignamente. A continuación, Triángulo de Amor Bizarro, también disfrazados, incendiaron el Canela en un concierto frenético y excelso regado de pepinazos pop. El grupo gallego se desenvuelve entre una maraña de ruido y el don melódico. Hubo pogos, hubo histeria de fan. Se ganaron el Premio del Público del sábado y, además, le dan sentido a esa palabra manoseada llamada indie. Tal vez, su concierto más redondo en mucho tiempo. Histórico.
Ya de madrugada llamaron la atención por su originalidad y creatividad musical los canadienses Crack Cloud. Liderados por el batería Zach Choy, sus miembros se despliegan en fila horizontal muy pegados al borde del escenario. Guitarra, teclado, saxo… Cuando parece que se van por las nubes, vuelven a pisar tierra y recuerdan a muchas cosas buenas (Talking Heads, Stranglers) y ninguna a la vez. Habitan su propio mundo. Música con personalidad propia. Y qué final: del rock and roll 70s de Sheer Mag a la inmersión africana y bailable de los londinenses Ibibio Sound Machine. En ambos casos, con una mujer al frente del timón. Una noche casi perfecta que se cerró con una brevísima actuación de Show me the Body y el machacón tecno de VVV [Trippin’you].
Texto: Jon Pagola
Fotos: David Pérez Marín
Creo que habéis dejado de mencionar a la banda malagueña, qué actuó abriendo el festival a las 18:30 horas, con un calor asfixiante, y tuvieron más de cien personas con ellos, su poli en chándal, moreno albañil, su forma de hacer canciones protestas. Con su balada Begoña cajera del Eroski etc.
Fueron lo mejor. Así más promoción a nuestra banda malagueña…