El concierto con acompañamiento orquestal por parte de un intérprete de rock o pop a menudo es un capricho de dudosos resultados artísticos. La cosa promete más si el intérprete en cuestión ya suma un interesante corpus discográfico previo en el que haya utilizado arreglos orquestales. Y más aún si estos arreglos los ha firmado algún reputado especialista que al mismo tiempo tenga una comprensión íntima de la obra en la que participa.
Con estos antecedentes, Beck se embarcó el pasado mes de julio en una minigira por seis ciudades americanas haciéndose acompañar por orquestas locales interpretando una selección inédita de su repertorio aprovechando los arreglos firmados por su padre, David Campbell. El tour finalizaba con dos conciertos en el venerable y mítico Carnegie Hall de Nueva York (construido en 1891), al primero de los cuales tuvimos la suerte de asistir.
Los 73 miembros de la St. Luke’s Orchestra protagonizaron los primeros segundos de la actuación con la breve “Cycle”, que de hecho es también la introducción instrumental a Morning Phase (2014). Inmediatamente después suena una guitarra acústica, Beck aparece en el escenario y, ya con el acompañamiento añadido de Jason Falkner (bajo), Roger Manning (teclados) y Joey Waronker (batería), canta “The golden age”, el tema de apertura de Sea change (2002). De hecho, son estos dos discos del cantante de Los Angeles los que marcan el tono y buena parte del repertorio de la noche.
Pero también picotea también en otros terrenos de su ya larga carrera: canciones cedidas a bandas sonoras (“Everybody’s got to learn sometimes”); temas de Mutations (1998) como “We live again”, que dedica a Françoise Hardy, recientemente fallecida; o incluso, en este caso sí, algún capricho como versionar a Scott Walker. Más sorprendente aún es la aparición a medio bolo de “The new pollution”: “Hoy tengo poco espacio para bailar”, comenta Beck, comunicativo a lo largo de todo el set, que cierra oficialmente con “Where it’s at”, otro de los éxitos de Odelay (1996).
A partir de aquí, la orquesta abandona el escenario pero Beck se resiste a hacerlo y se pasea por él un buen rato convertido en un monologuista cómico. Al fin y al cabo, es un concierto especial para él, explica, ya que su madre es de Nueva York, la clásica chica del Greenwich Village de los 60. Finalmente, se marca un “One foot in the grave” en solitario, voz y armónica, y, acompañado del trío básico, “Devil’s haircut” y, claro, fin de fiesta desmelenado con “Loser”. Noche redonda.
Texto y fotos: Guillermo Soler