Discomático

Nathaniel Rateliff & The Night Sweats – South of Here (Stax-Music As Usual)

South of Here - Álbum de Nathaniel Rateliff & The Night Sweats - Apple MusicAdiós, música negra. ¡Hola, pop! Nathaniel Rateliff ha ido alejándose progresivamente del libro de estilo de James Brown, Otis Redding y Sam Cooke. El “shouter” que quemó las penas, las suyas y las nuestras, en su debut homónimo con The Night Sweats y el posterior Tearing at the Seams, ha mutado en cantautor. Es normal. La gente cambia. Nathaniel también. Ya no es aquel treintañero que aullaba a la nada y cantaba sobre sus problemas con la botella a ritmo de gospel y rock añejo. Han pasado muchas cosas desde el éxito inesperado de «S.O.B.» —un divorcio, la muerte de su colaborador Richard Swift, una pandemia— y ahora es otro artista y, seguramente, otra persona.

La mutación no ha sido de un día para otro, claro. Empezó a gestarse con su escapada en solitario, ese And It’s Still Alright que reconfirmó su talento como introspectivo singer-songwriter capaz de sacar rayos de esperanza de la oscuridad, y continuó con un The Future que, si bien seguía derrochando sudor y rock’n’soul, ya miraba hacia otro lado: hacia Dylan y The Band, hacia Harry Nilsson y Randy Newman, hacia Van Morrison y Bruce Springsteen. South of Here es, me parece, el final del trayecto, la culminación de esa transformación. El soul no ha desaparecido del todo, hay alguna balada marca de la casa y los vientos siguen caldeando una parte del material, pero algo ha cambiado. Nathaniel ya no te levanta del suelo como un huracán ni pretende llevarte “allí”. Solo te cuenta lo que le pasa —sus luchas contra la ansiedad, sus inseguridades, su vida— desde un enfoque folk-rock.

“¿Puedo salir de mi cabeza?”. Este es el primer verso que escupe la garganta prodigiosa del barbudo en su cuarto asalto con los sudores noctámbulos. Lo canta mientras van sonando los primeros acuerdos de un piano trotón de aires sureños que destila blues-pop de tintes poéticos. Es «David and Goliath». Es una declaración de intenciones que funciona como antesala de lo que está por venir. Os voy a hablar de mí, parece decirnos, y voy a hacerlo no como un soulman blanco de alma negra sino como un singer-songwriter literario.

«Heartless», «Remember I Was a Dancer», «South of Here», «Everybody Wants Something» y «Center of Me», lo mejor del plástico con diferencia, cumplen con lo prometido. Son cinco temas de texturas acústicas, melodías claras, estribillos pegadizos y letras yo-céntricas. Nathaniel las canta de un modo distinto al habitual. No grita, no aúlla. Se limita a dejar que su torrente de voz se deslice majestuosamente por encima de los arreglos llenando los espacios de una emotiva ternura y consiguiendo un efecto parecido al que conseguían Tom Petty y Bob Seger al cantar. Alguien se va a morir de celos. El nivel aquí friega lo sublime.

Menos espectacular resulta el tramo final. «I Would Like to Heal» recupera los metales y nos devuelve al pop barroco de los setenta. Resulta imposible no pensar en Nilsson Schmilsson o Good Old Boys, aunque nuestro hombre se las apaña para no dejar de sonar a él mismo. «Call Me (Whatever You Like)» y «Time Makes Fools of Us All», dos temas grasientos de rock bañado en R&B, suben la temperatura a base de guitarras disruptivas y arrebatos souleros, casi los únicos del álbum. No tienen el gancho de, pongamos, «You Worry Me» o «Love Don’t», pero te invitan a mover el cuerpo. De la producción se ocupa Brad Cook y no hay nada malo que pueda decirse de ella. Ajustada, luminosa y oscura a partes iguales, y llena de detalles bonitos.

 

JORDI PUJOL NADAL

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