Retrasado por la pandemia, reelaborado y transformado durante la larga espera, Mercy (2023) fue un álbum monstruoso, una obra oscura y revitalizante donde el octogenario maestro se rodeó de jóvenes colaboradores en la onda, rescatando recuerdos de sus correrías con Bowie o Nico, sonando como el más avanzado de los brujos electrónicos actuales. Muchos lo vimos como un memorable punto final, una despedida inesperadamente magistral, definitiva. Qué errados íbamos. A sus 82 años Cale sigue siendo el espíritu inquieto que hizo avanzar esta música, siempre explorando el porvenir, buscando las dimensiones ignotas del sonido y la canción. Y, en POPtical Illusion, nos retrotrae a sus elepés más sólidos, de Paris 1919 (1973) a Black Acetate (2005).
Ya desde los primeros cortes, «God Made Me Do It (Don’t Ask Me Again)» y «Davies and Wales», domina la canción misma más que su entorno, como sí ocurría en el a veces siniestro Mercy. Obviamente, el galés fue elemento esencial en The Velvet Underground, así que su concepto de canción, aún siendo veterano admirador de Brian Wilson, siempre llega mancillado por arreglos esotéricos, intenciones oblicuas. El delicioso single de adelanto, «How We See the Light», ya anunciaba un renacido ingenio melódico, mayor simplicidad, aunque esto pueda resultar engañoso pues, sin invitados, en solitario, teje vibrantes texturas con sintetizadores y samples, órganos y pianos. Sin embargo, el estudio no es el único hábitat de este científico loco. La vida reflexionada se cuela siempre en sus composiciones.
En «I’m Angry» es un anciano que no se resigna al devenir del mundo, aunque destile una rabiosa esperanza e insista en que el cambio aún es posible. No ha perdido mordida, como en ese bailable «Shark-Shark» —con mezcla diferente en vinilo, que no incluye «All the Good», solo disponible en CD y digital— sonando a doce pulgadas ochentero lanzado alegremente al futuro. Marcial en «Company Commander» o juguetón en «Laughing in my Sleep», típicamente lírico en «Edge of Reason» o la final «There Will Be No River», Cale da muestras de sabiduría y resiliencia documentando experiencias que muchos de sus contemporáneos ya no podrán vivir. Descubrió durante el covid que, a su edad, el humor puede transformarse en frustración, los remordimientos dar paso al autoperdón, la tristeza adquirir rasgos surrealistas.
La senectud ha devenido, por simple biología, el último tabú que le quedaba al rock. El niño prodigio que aprendió con John Cage y LaMonte Young, el joven que laceró con su viola electrificada la conciencia del pop, sigue en primera línea como creador musical y canta como en sus mejores tiempos. Si la mente sigue encendida, las ideas se hacen palabras, los conceptos mutan en ritmos y tonadas, el ingenio se alía con la veteranía… y el futuro se presenta tan inefable como el de un adolescente. Es, al fin y al cabo, solo otra quimera.
IGNACIO JULIÀ