El 17 de marzo de 1966, un tipo llamado Robert Allen Zimmerman la lio parda en el Free Trade Hall de Manchester. Al nuevo mesías del folk tradicional, se le ocurrió utilizar la guitarra eléctrica para interpretar algunas de sus canciones junto al grupo The Hawks (The Band, a la postre). En ese instante, le llamaron Judas, vendido y todos los adjetivos punibles que puedan imaginarse. Poco cambió la cosa cuando actuó, un par de meses más tarde, en el Royal Albert Hall de Londres. En esa gira, no tan solo cambió él, sino, probablemente, el devenir de muchas cosas que sucedieron, musicalmente, a posteriori.
A Charlyn Marie “Chan” Marshall, alias Cat Power, aquel zurriagazo, también la marcó (de hecho todo lo que huela a Dylan) y cuando se le presentó la oportunidad de actuar en el mítico teatro londinense, ni corta ni perezosa, se le ocurrió repetir lo que hizo el de Duluth años atrás. Con la marca de la casa (Marshall tiene personalidad innegociable), pudo grabar el acontecimiento, titulándolo “Sings Dylan (The 1966 Royal Albert Hall Concert)”. El resultado fue tan convincente, que el hilo, afortunadamente, se ha ido estirando. No creemos que la ilustre intérprete se recree mucho con este hechizo, así pues, los que estuvimos deleitándonos, con su saber hacer, en el Poble Espanyol (en esta ocasión sentados), adquirimos la categoría de privilegiados.
Cat Power no ha hecho ningún tributo ni una copia voluntariosa del repertorio que Dylan cantó en aquella histórica gira. Se ha limitado a reinterpretar, a su modo, aquellas canciones, que, hoy en día, parecen sobrenaturales. Las ha llevado a su fraseo suave, inteligente, repleto de pausas adecuadas, situándolas en el lugar perfecto: el suyo. No toca ningún instrumento (para eso están los dos perfectos acompañantes luciéndose con guitarras y harmónica), se limita (con la ayuda de apuntes) a cantar, sin olvidar ninguna de los versos del idolatrado camarada. Bastó escuchar “She belongs to me”, “4th time around” o la increíble versión de “Visions of Johanna” (composición de otra galaxia) para quedar estupefactos. Estamos situados en la parte acústica, dónde también aparecieron “Desolation Row” (pelos como escarpias), “It’s all over now, baby blue”, “Just like a woman” (perpetua) y “Mr. Tambourine man”, siempre, siempre, diferente y disfrutable. Sin solución de continuidad, arrancó el fragmento, antaño, comprometido.
Al finalizar la proeza, abrimos el debate (no apareció el detestable apóstol), sobre cuál de las dos partes había sido mejor. En principio, ganó la eléctrica (quizá más vibrante), pero captando otras opiniones, la cosa quedó a la par. La escudería compuesta por seis fantásticos músicos, quizá inclinó la balanza. El querido Nacho (¿quién será?) y el firmante, nos quedamos con la parte desenchufada. Cosas de tercos.
El repertorio es tan bueno (no existe nada mejor) que da lo mismo interpretarlo de la manera que a uno le dé la gana, con enchufes o sin ellos. ¿Acaso importa el ritmo o el carácter que les des a “Tell me, momma”, “I don’t believe you (she acts like we never have met)”, “Leopard-skin pill-box hat”, “One too many mornigs”, “Ballad of a thin man” (insuperable) o “Like a rolling stone”? La respuesta, si se ciñe al respeto y la lógica (entramos en terrenos escabrosos), será siempre la misma: no. Cat Power logró el prodigio de que nos olvidáramos del autor durante un par de horas. Nadie como ella lo lograría.
Lidiar con Dylan es casi inviable. Tan solo pronunciar su apellido produce escalofríos. La intrépida artista de Atlanta, se nos antoja como la única, en la actualidad, que pueda afrontar este reto con suficiencia. Su calidad y la cierta sumisión (llámenle amor) con la que lo ha concretado, no admite competencia.
Charlyn firmó el mejor concierto de lo que llevamos año sin tener que cambiar un ápice de lo dispuesto. Las entradas no se agotaron (malas noticias para el promotor). No obstante, en el cielo, se notaba que algo grande había sucedido. Bob Dylan es Dios y Cat Power su mejor discípula. Oremos.
Texto: Barracuda