Empecemos por lo peor: no voy a ocultar mi decepción inicial tras comprobar que la Jim Jones All Stars no estarían presentes en este último concierto de la gira europea. Dicho esto, el evento de los Black Crowes arrancó en realidad a media tarde, cuando los hermanos Robinson descubrieron su estrella en el Paseo de la Fama de la localidad emeritana. Todo esto ocurrió, además, delante de los bares donde los seguidores de la banda de Atlanta nos preparábamos para el concierto, con lo que el revuelo generado fue importante. Hay quien asegura que Rich ¡incluso sonrió!
Convengamos que en este concierto había un elemento extraordinario, el entorno, pese a que, de partida, cuesta entender cómo pueden casar los conceptos “rock” y “sentados”. Lo cierto es que finalmente muy pocos mantuvieron sus posaderas sobre sus asientos y que, en todo caso, ese marco incomparable (lo siento, pero era inevitable este lugar común) justificaba ese sacrificio. Por no hablar del económico, que no era menor; pero eso es otra historia. Ciertamente pocos espacios se me ocurren tan espectaculares.
Y lo digo sin pretender desmerecer al Fillmore de San Francisco, el anfiteatro de Red Rocks en Colorado o el londinense Royal Albert Hall, por ejemplo. Sí, fue un auténtico lujo poder disfrutar de un concierto en un teatro milenario y con esa acústica tan espectacular, con una iluminación que realzaba la belleza de esas columnas que enmarcaron la actuación de la banda de Atlanta. Supongo que algunos dirán que más bien de los Robinson junto a sus mercenarios, pero peor para ellos.
Al grano, vamos con el titular: ¡Los Crowes dieron un conciertazo! Sí, así, sin paliativos. Estuvieron tremendos. Todos y cada uno de ellos muy solventes con sus instrumentos, sonando engrasados, a piñón; aunque ciertamente es lo mínimo que espera de una banda de su caché y tras unas cuantas decenas de bolos juntos. Sobra decir que Chris es un enorme frontman, de los mejores de su generación. Que efectivamente bebe de Mick Jagger y Rod Stewart, pero también luce un estilo propio y una voz inconfundibles.
Y ya puestos vamos con otra perogrullada: la sobria solidez de Rich. Estuvo fantástico y además encontró en Nico Bereciartúa a un complemento perfecto: muy solvente con el slide y capaz de intercambiar solos y riffs con el cuervo como si llevaran lustros tocando juntos. Es evidente que el rock corre por las venas del músico argentino. En realidad lo lleva en sus genes, puesto que su padre es Vitico, el bajista y cantante de los míticos Riff, la banda con la que Pappo actualizó su guitarreo acercándose a la NWOBHM en los ochenta.
Otra cosa es el repertorio, centrado en “Happiness Bastards” y los dos primeros álbumes de los Crowes, excepción hecha del “Then She Said My Name” del “By Your Side”. Entiendo que la mayoría habríamos preferido escuchar “Soul Singing” o “A Conspiracy”, por ejemplo, en lugar de alguno de los cinco temas de su último trabajo, máxime tras la fría reacción del respetable ante alguna de estas, como “Flesh Wound”. Para los que no hemos seguido los repertorios de esta gira nos sorprendieron las versiones del “White Light / White Heat” o del “God’s Got It” del Reverend Charlie Jackson, con la que cerraron y se nos acabó de dibujar una bonita sonrisa en nuestras caras.
En fin, lloremos sólo con un ojo, porque aquella fue una noche memorable.
Texto y fotos: JF León