“Nunca encontraréis un festival de este tipo en el Reino Unido”. A la hora punta del certamen, Goat Girl, uno de los grupos indie de moda en Inglaterra, dijo lo que todo el mundo piensa cada vez que pisa Andoain por estas fechas. Habrá otros festivales gratuitos y molones repartidos por distintas geografías —Hogaza Rock Festival, en la provincia de Granada, es uno de ellos—, pero lo que se ha tejido en Andoaingo Rock Jaialdia durante sus dieciséis años de historia hay que vivirlo para contarlo. El buen rollo y cariño entre los asistentes; la familiaridad; la sensación de que este es un tesoro a preservar por su carácter romántico en la era de los macrofestivales y los precios disparatados de los grandes eventos.
El público acude a Andoain con los ojos cerrados. Es un verdadero punto de encuentro. La cita anual subrayada con fosforito toque quien toque. La marca Bloody Mary (la tienda de discos y promotora de Irún) está lo suficientemente arraigada entre los aficionados al rock del País Vasco como para dejarse llevar y disfrutar de las bandas seleccionadas. La entrada de Joan Vich (de Ground Control) para atar a pujantes bandas internacionales y el relevo en la familia Bloody Mary (ahora es Marcos García, hijo de Juancar, el que pilota y diseña la programación) ha diversificado y reseteado el festival.
Si el año pasado Black Lips refrescaron el cartel y reinaron sobre el escenario, esta vez ganaron a los puntos los holandeses Tramhaus. Fueron una apisonadora. Un ciclón. El colofón idóneo a una tarde-noche rebosante de energía juvenil. Estos chicos de Róterdam cuentan con un frontman hiperactivo y muy pintón que recuerda a un espigado Jim Morrison con bigote. No para quieto un momento y su presencia es hipnótica. A veces canta susurrando, en otras a grito pelado con el acompañamiento de una banda que late al unísono. La explosión en el estribillo de «Bleech», con un aire a los Pixies más desatados, fue uno de los momentos álgidos. Pero hubo otros muchos hitos destacados en un set huracanado que parecía que iba a barrer al público y desplazarlo a miles de kilómetros. Qué pasión, qué energía. Si logran colocar un par de hits en su primer LP, previsto para el otoño, engrosarán el pelotón de cabeza del pospunk y el rock más descarnado y asfixiante de Idles, Fontaines D.C. y compañía.
Pese al exitoso puñetazo final de Tramhaus, el modelo por el que se ha optado claramente este año ha sido el de la horizontalidad. Nadie destacó especialmente por encima del resto. Todos cumplieron sobradamente con su papel de joven banda más o menos emergente. En este renovado Andoaingo Rock Jaialdia, con más mujeres y savia nueva que nunca, hubo un pequeño borrón en el orden de las actuaciones al colocar a Goat Girl a las 22:30 horas. El cuidado cóctel de indie y pop del combo femenino no terminó de conectar con un público que se había venido arriba con una serie de estupendas y entretenidas actuaciones. Fue un show sutil y bajo en revoluciones, con parones entre un tema y otro, en un momento en el que había que echarle más gasolina al fuego del rock and roll.
Lo que hubo antes y después mereció mucho la pena apuntalado por el factor sorpresa de la programación. Que no hubiera un cabeza de cartel claro benefició a todas las bandas, especialmente las más pequeñas. Desde la hora del aperitivo (con Indabe, Amorante y Munlet versionando a Devo) hasta el comienzo en el escenario principal a las 18 horas, nadie se quiso perder nada. Las guipuzcoanas Ithaka marcaron el rumbo de las siguientes siete horas de música en la plaza Nafarroa, sede principal del festival, con tres ingredientes: arrojo, liderazgo femenino y electricidad. Su líder, Leire Olariaga, canta con convicción sobre un manto de música post punk, rock alternativo y una propuesta que, por cercanía, puede recordar a los primeros Belako.
A continuación, llegó el turno del dúo (batería, guitarra) Pinpilipussies, que se transforma mágicamente en un furioso monstruo de dos cabezas: Raquel y Ane. Se turnan a los instrumentos y las voces, mezclan varios idiomas y la sintonía es total entre ambas. Con lo mínimo se las ingeniaron para que un terremoto sónico sacudiese la plaza. Una ofensiva de rock crudo y visceral que terminó con la mitad del combo vascocatalán aporreando la guitarra entre el público.
¿Fue mejor el afinado tiro vintage de Howlin’ Jaws o el simple pero efectivo rock and roll de los galeses The Bug Club? Los gustos van por barrios, como casi siempre, pero cualquier melómano mataría por poder ver en directo dos grupos de auténtico lujo como estos. En el primer caso, el trío parisino compuesto por Djivan Abkarian (voz, bajo), Lucas Humbert (guitarra) y Baptiste Leon (batería) no solo entra por los ojos, sino que revisan y actualizan el sonido de algunos de sus maestros (The Beatles, Slade o Supergrass) gracias a un buen ramillete de canciones propias. Su entusiasmo caló en una audiencia que empezó a perder la timidez cuando en Andoain empezaba a caer el sol. De su último LP, Half Asleep, Half Awake, brilló la joyita con sonido beatle «Lost Song». Bandaza. Que los festivales sixties y mod los apunten en sus agendas.
The Bug Club están hechos de otra pasta. Comandados por Sam Willmett (guitarra y voces) y Tilly Harris (bajo y voces), suenan anárquicos pero compactos, encantadores y deliberadamente amateurs. Como un cruce que va de The Velvet Underground al sonido lo fi de Pavement y el rock and roll primigenio con gancho pop. Sí, es música que hemos oído millones de veces pero parece como si fuera la primera vez. Ese es su mérito. Ser auténticos sin renunciar a unos referentes obvios. Como ellos mismos cantan: «It’s Art». Por supuesto. Y del bueno. Y, por último, en el tiempo muerto de la cena hubo un emotivo recuerdo a la masacre de Israel en Palestina cuando un grupo de mujeres salió al escenario con una pancarta de apoyó al pueblo palestino. La gente aplaudió el gesto. Se encogieron los corazones. Buena música, camaradería y valores. Todo eso es Andoain.
Texto: Jon Pagola
Fotos: J.A. Areta Goñi (JUXE)