Noche de sábado para pocas aventuras en Barcelona. Nublado amenazante de lluvia y segunda velada en tres días de El Boss en Montjuïc, con más de cien mil personas congregadas cerca de donde vivo. Aun así, me dispuse a ejercer el mítico doblete en sala, ese recurso tan periodístico y sobre todo tan de fan, de tratar de ver a dos bandas en horarios con algo de solape en dos lugares diferentes, cada una en una punta de la ciudad. Pero con casi todo el mundo conocido en el Azkena ¿Qué mejor plan nocturno puede tener un padre inquilino de la quinta planta?
La primera cita era en la sala Wolf, allí tocaban las L7 que, después de las vicisitudes pandémicas que les hicieron cancelar una fecha, volvían a tocar en Barcelona veinticuatro años después de tocar en Mephisto. Me costó entrar y encontrar buen sitio en la difícil configuración de la sala, pero al conseguirlo, allí estaba Donita Sparks, pergeñada en escena con su flying-V entre la legendaria Jennifer Finch y Suzi Gardner, con Demetra Plakas al fondo a las baquetas.
Tras el concierto me llegaron varios comentarios negativos de su actuación el día anterior en Azkena Rock Festival –de gente con criterio, no de los que se apostan al fondo en el césped con la trufa y pretenden que el sonido les embauque-, y tengo que decir que en el enjuto recinto de la Wolf, aunque los hits que la banda fue desgranando sin dejarse ni uno (“Wargasm”, “Pretend we’re dead”, “Everglade”, “Monster”, etc.) no sonaron con ese torrente de energía original, sí sonaron bien, diría que conservadoramente bien.
Y aunque no puedo decir que el show que vi y escuché me embargara, sí que me gustó, y al entregado público también. Eso sí, ni rastro de los bailes y saltos enloquecidos con los que el cuarteto angelino todavía nos deleitó en Azkena 2015, nueve cortísimos años atrás. Jamás olvidaré aquel bolo, seguramente el mejor que he visto protagonizar a un grupo completamente femenino; no me corto en afirmar que si sumamos sus desarrollos discográficos para mi las L7 son la mejor banda femenina de la historia, así que muy agradecido de poder haberlas visto quizá una última vez al borde todas de la sesentena.
Finalizada la cita con la historia salí raudo hacia Apolo para intentar ver la segunda parte de Snỡỡper, una de esas bandas venidas de esa quimera futurística que nos hace perder vida a cambio de placer musical. Mi entrada por Nou de la Rambla no fue menos accidentada que la de Almogàvers dos horas antes, la taquilla había cerrado. “No puedes entrar”. Pero en Apolo siempre hay una carta escondida y justo cuando me estaba dando la vuelta una cabeza amiga emergió de la oscuridad para salvar mi cuello y abrirme la puerta.
Cuando los negros portones de hangar de La 2 se abatieron a mi paso, solo vi brazos en alto, sudor y copas planear al ritmo endemoniado de un sonido embrutecido, de bobina fallando por contacto o de transistor al límite de la sintonización; electro y ravero a más no poder, pero con un montón de cuerdas encima latigueando a la vocalista, Blair Tramel, que parecía haber recuperado la gravedad en medio de una demostración de gimnasia aeroespacial. En solo tres segundos, el maravilloso veneno de la novedad estilística, fresca y orgánica, pobló mis venas y llegó a mi cerebro inundándolo de un verde fluorescente y hormigueante para dibujar en mi sonrisa un visto tan grande como el Pentágono. Se hace difícil entender cómo se puede tocar y cantar una melodía encima de un ritmo a esas BPM, pero qué más da si estoy bailando como un loco.
La sensación final es parecida a la que me provocaron los australianos Private Function hace unas semanas en el festival Desemboca. Y creo que lo principal es el albedrío que consiguen invocar unos y otros. A la década le ha costado coger el camino estilístico, pero ahora nos está brindando nuevas propuestas basadas en una rabiosa y acelerada libertad musical para mezclar lo que apetezca y en una impensable locura estética vestida para hacer ejercicio. Y nos encanta. El sello final lo puso la post-party convocada en una nueva y fantasiosa estancia de la sala, La 5, en la que un par de pinchas hicieron girar 7” de ese mismo alocado punk de base synth, y allá que acudió la chavalada embarcada en esa misma movida. Que el presente les sea leve, como a mí, que volví a casa mojándome por fin en la lluvia que me debía la noche y aun encontré a la multitud saliendo de Springsteen.
Texto: Pacus González Centeno