Se conmemora este 2024 el décimo aniversario de «Razor Wire». El álbum debut de Hannah Aldridge, exquisita carta de presentación de una voz llamada a dejar huella en la música de raiz norteamericana de nuestros días. Una efeméride que la de Muscle Shoals, Alabama, festeja con una reedición revisada del plástico en cuestión, también con una extensa gira europea que está cruzando la península mientras lees estas líneas y que cierra en Madrid hoy lunes 3 de junio en Wurlitzer Ballroom.
Su parada en Girona contó con el inestimable apoyo de Concerts Impossibles, asociación sin ánimo de lucro que se dedica a enmarcar delicias sonoras en espacios tan inverosímiles como el concesionario local de la marca de motocicletas más legendaria del planeta. El entorno idóneo para catar un cancionero que bebe de la misma fuente de la que mamaron en su día Lucinda Williams o sus paisanos Drive-By Truckers, y que evoca el Sur norteamericano con todo su esplendor y toda su crudeza.
Fue Jordan Allen Dean, teclista en la banda de Aldridge y productor de parte de su discografía, quien hizo los honores con un breve set acústico en solitario. Sirviéndose de una austera guitarra, defendió con creces las canciones que fomarán su primer disco, previsto para después del verano. Un repertorio que sabe casar la tradición con una fina sensibilidad pop, y que podría conectar perfectamente el Springsteen de finales de los 70 con los primerísimos Wilco.
Lo de Aldridge fue de otro mundo, literalmente. Respaldada por el mismo Allen Dean a las teclas y por un power trio de músicos suecos con espíritu 100% sureño, derrochó actitud a raudales y desprendió esa clase de oficio que solamente puede llevarse en las venas. Salió a darlo todo desde el minuto cero con ese pepinazo de country rock a toda castaña que fue «Old Ghost», y lo encadenó casi sin pensarlo con el grasiento southern rock de «Howlin’ Bones».
Lo que vino acto seguido fue un exhaustivo repaso al citado «Razor Wire», una obra con carácter casi definitivo que no obstante gana enteros sobre las tablas. Ahí tuvimos el blues nocturno de «Strand of Pearls», el rock’n’roll torrencial de «You Ain’t Worth a Fight» o el desgarrador relato de «Parchman», la historia de una mujer condenada por el asesinato del hombre que la maltrataba. También «Yankee Bank», declaración de principios compuesta a cuatro manos por el padre de Aldridge y James LeBlanc –progenitor del mismísimo Dylan LeBlanc-.
En tanda de bises se marcó una espectral revisión del «Psycho Killer» de Talking Heads a dúo con Allen Dean. De nuevo con toda la banda en el escenario, el teclista cantó una sentida lectura del «Storm Windows» de John Prine. Remataron la faena con este himno en potencia que es «Burning Down Birmingham», con el respetable coreando el estribillo como quien acaba de hallar la salvación, y Aldridge paseándose por la pista hasta acabar cantando en la calle. Apoteósico es poco.
Texto y fotos: Oriol Serra