El certamen estival madrileño de referencia afronta en esta nueva edición su apuesta más ambiciosa, dada la cantidad y entidad de los artistas programados. Y dentro de tan variopinta terna, siempre hay un espacio importante para el producto nacional. Ejemplo de ello es el tándem que formaron navarros y catalanes. Dos caras de una moneda, la del indie español en su más amplia expresión, que quedaron abiertamente representadas merced de unos y otros.
Más allá de Marc, Axel y Jes, el reciente álbum de los barceloneses, la ocasión sirvió más como amplia muestra de su batería de hits, que de presentación al uso del mismo. Así, desde viejos hits como «Fascinado», hasta la ultimísima «La Matanza de Texas», hubo espacio para sacar a relucir el luminoso repertorio del en directo cuarteto catalán. Sus tablas y su positivismo son contagiosos y, aunque por momentos alguna letra resulte un pelín sonrojante, pocos peros se les pueden poner, en vista de su capacidad para hacer feliz a su nutrido público. En sus letras hay referencias al Black & Blue de los Stones, a Brian Eno o a The Doors, aunque su música apunta a un indie pop español de alma rock, con momentos para el buenrollismo veraniego propio de un anuncio de cerveza catalana. Sin los vistosos arreglos de su versión enlatada, sus canciones se vuelven más vibrantes y sencillas. Píldoras pop-rock breves y concisas, hechas con el oficio que les otorga tan dilatada carrera. A destacar su versión festivalera de «Fascinado» y una extensa interpretación de «Mil colores» en la que hubo espacio para una divertida intersección en la que Jes Senra exhibió su destreza con el sitar, en una sorprendente versión de «Mathar», de Indian Vibes, el proyecto de reminiscencias indias y psicodélicas en el que participó Paul Weller a mediados de los noventa.
Y si lo de Sidonie es soleado, positivista y felizmente azucarado, lo de El Columpio Asesino es todo lo contrario. Su rock electrónico preñado de sintetizadores gruesos crece en el escenario, con la noche ya cerrada. Su hábitat. Porque la nocturnidad y la alevosía (musical) son características intrínsecas del combo pamplonés. Tras el anuncio de su próxima disolución, amén del deceso de Daniel Ulecia, bajista y pieza importante en la confección del sonido característico del quinteto, cada concierto es parte de una extensa despedida. Un adiós que hay que disfrutar a flor de piel, por si fuera la última vez que les vemos en directo. Y como se trataba de un concierto especial, hicieron parada en cada uno de sus álbumes, tocando seguidas varias canciones de cada uno de ellos, trasladándonos a ese momentum concreto de la carrera del Columpio.
Empezaron con «Babel» y una secuencia de canciones de Ballenas Muertas en San Sebastián, pero fue a la altura de las canciones de su debut homónimo, cuando la cosa ya estaba caliente y sonando de forma más ordenada. Acto seguido, con un par de acercamientos a De Mi Sangre A Tus Cuchillas, explotaron su lado más divertido y electrificante. Y en el turno de las canciones de La Gallina, Abraham Boba irrumpió en «La marca en nuestra frente es la de Caín», poniendo así una tercera pata importante del indie español, la que representan León Benavente, sobre el escenario del Botánico. Y con los hits certeros y oscuros del álbum Diamantes y los del reivindicable último elepé, Ataque Celeste, vivimos un tramo final de alta intensidad, con el que sentir nostalgia anticipada de lo que será la vida sin ellos. Una melancolía que llegó a su cénit con la siempre celebrada «Toro». Una de las mejores canciones españolas de este siglo, y garante de que la música de ECA permanecerá muy viva, a pesar del inminente cese en la actividad de sus creadores.
Texto: Daniel González
Fotos: Salomé Sagüillo