Encuentros

Screamin’ 50s Rock And Rhythm – Calella (Barcelona)

Rosie Flores

A pesar del cansancio acumulado, nos despedimos del Screamin’ y de Calella con lágrimas en los ojos. Una semana intensísima en la que no tan solo hemos podido escuchar excelentes aportaciones musicales, sino que también se han sumado sugestivas conversaciones con los artistas, miembros de la crew e incluso ha surgido alguna que otra nueva amistad. Y es que en este sentido, el evento del Maresme es incomparable, especial, amable, colorista, la contraposición a las congregaciones veraniegas que tanta polémica y apretujones causan.

Una familia bien avenida (hasta los músicos colaboran en distintos proyectos), dónde no existen cuñados intransigentes o plomizos y en la que, apenas, aparecen contratiempos. Los abrazos, las sonrisas y el baile (en ocasiones desenfrenado), son su seña identitaria. La pasión por venerar la década de los 50’s une, de tal modo, que las discrepancias se aparcan para otras ocasiones. Ni los diversos géneros que construyen la base musical (no sólo de rockabilly viven los asistentes) entorpecen la convivencia. El único problema con el que nos encontramos, como comentaba, acertadamente, el todoterreno Agustí Burriel (una de las almas más significativas de la fiesta), es que no existe relevo generacional y si aparece alguna cosa con pies y cabeza, nunca llegará al nivel que ya empieza a estar demasiado lejano. Volveremos a este tema, trascendental para la supervivencia del entrañable festival, más tarde.

El Screamin’ 2024 arrancó, a media marcha, con un par de jornadas (lunes y martes) en las que los DJ (otro sustento fundamental) fueron los protagonistas. Las magníficas piezas que atesoran sonaron en el 777 CLUB DE MAR para darnos la bienvenida y situarnos en contexto, no dejarían de hacerlo durante toda la semana. DJ. Mr. Fez, The Nobster DJ, DJ Swanny o el encantador DJ Alex, entre otros, hicieron las delicias de un público siempre dispuesto a mover las caderas. Sostén primordial.

The Lazy Tones

Como no queremos convertirnos en su pesadilla, no les mencionaremos, uno a uno, los más de veinte conciertos con los que contó el acontecimiento, intentaremos, siempre según nuestro criterio, destacar lo mejor o lo que nos produjo mayor impacto. El miércoles, todavía situados a orillas de la playa de Calella, empezó el desfile de los shows en vivo. El blues añejo de los valencianos The Lazy Tones y la bestial perfomance de Jake Calypso & His Red Hot (artista procedente del norte de Francia e influenciado por el pionero norteamericano Charlie Feathers) fueron los encargados de levantar el ficticio telón. Mención especial al amigo Jake (repitió el día después junto al fenomenal armonicista británico Craig Shaw), quien se partió la garganta, saltó, bailó sobre una de las mesas, rodó por el suelo y hasta hizo la vertical. La mañana después nos lo encontramos, como si nada hubiera pasado, tomando un café con leche; el auténtico Dr. Jekyll y Mr. Hyde (así se definió).

Drew Davies

El jueves era la primera fecha marcada con una gran X por los aficionados. Previamente, como cada día y antes de la apertura del escenario de LA FABRICA, el 777 había abierto sus puertas para ofrecer la habitual sesión doble protagonizada por el mentado dúo Shaw/Calypso y el trio italiano The Dimaggio Connection, magnífica formación que acompañaría, pasada la madrugada, a uno de los estrellones del programa.
Situado en plena N-2, LA FABRICA (Llobet-Guri) es un enorme edificio (antiguamente dedicado al negocio textil) en el cual el Screamin’ acomoda las actuaciones de relumbrón. En él también tiene cabida un mercadillo dónde se puede encontrar la vestimenta perfecta para no desentonar mientras escuchas, por ejemplo, a los británicos The Drew Davies Rhythm Combo, en mi opinión la banda top de este año. Cinco maravillosos músicos, liderados por el saxo de Mr. Davies, que ofrecieron una auténtica exhibición tanto solos como acompañando a los cantantes que precisaron de su fastuosa colaboración. Especializados en el rhythm and blues de New Orleans, excitaron a los presentes en 45 minutos mágicos cerrados con un “Choo Choo Ch’Boogie” (Louis Jordan) apabullante. Volveremos a ellos.

“Vel Omarr salutes Sam Cooke” era una de las grandes apuestas de esta edición y no defraudó. Apoyado por los coros de The Velvet Candles, el de Atlanta supo lidiar con el repertorio del Dios del Mississippi con sapiencia y respeto, gracias a una voz en plenitud, evocadora de uno los mejores cantantes de la historia de la música popular. Pelos de punta.

Vel Omarr

A la pundonorosa Marti Brom le relevó el carismático Les Greene, un portento vocal que despistó a muchos por su amaneramiento, pero congratuló a los que creemos en el regocijo. Le acompañó The Dimaggio Connection. Soberbia ración de soul-billy que a Little Richard le hubiera encantado. El Winter Dance Party” (65th Anniversary Special), homenaje a la tragedia que acabó con la vida de Buddy Holly, Richie Valens y The Big Bopper, finiquitó la reluciente velada.

Alcanzado el viernes, la banda italiana Los Coguaros se erigió, para un servidor, como una de las grandiosas revelaciones. Lucen una máscara casi risible, sin embargo, cuando tocan instrumentales (su fuerte) como “Perfidia” te arrebatan. Poca broma. La energía de Rampage (Reino Unido again) nos preparó, en el 777 para otra noche explosiva en el interior de la ciudad costera.

Los Coguaros

Jason Starday, finísimo cantante, llegó desde Berlín con ganas de ofrecer su rockabilly clásico, a la vieja usanza, cualidad que conjugó, excepcionalmente, con The All Star Doo Woop Show, conjunto de voces con el que pudimos deleitarnos, de nuevo, con Vel Omarr.

Sin gritos y manejando las cuerdas vocales con pericia, la sueca Eva Eastwood y sus Major Keys, nos dejó un sabor de boca lujoso, entrante perfecto para que Big Boy Bloater (a lo Albert Collins) nos desbaratara, junto a Drew Davis y sus chicos, con un apoteósico bolo. Muy grande. Lo de Rosie Flores (se superó un día después), Marti Brom, Little Rachel y Connie, emulando a las pioneras del rockabilly, no alcanzó las cotas esperadas.

Mike Sanchez

El penúltimo asalto ofreció una preciosa prestación del norteamericano Sebastien Bordeaux, en el 777, antesala de otra noche inolvidable. Mike Sanchez (ídolo del maestro de ceremonias, Juan Ibañez) ya no se prodiga tanto como antaño. Vive tranquilo en la Sierra de Gredos, se acuesta a las 23:00 horas, se levanta temprano y riega sus plantas, poco más. No obstante, sigue ofreciendo brillantes espectáculos con el objetivo de cubrir gastos (comentarios privados). Vistas sus actuales condiciones físicas (ya ha cumplido los 60), uno piensa que si apretara un poco el acelerador, nadie le vencería. Con la garganta fastidiada (los aires acondicionados comienzan a fastidiar) y sudando la gota gorda, se marcó un concierto excepcional, únicamente, al alcance de los ases. Cierto es que The Drew Davies Rhythm Combo y Big Boy Bloater le condujeron al éxito, pero sus ágiles dedos y esos aullidos, al estilo lobo peligroso, crearon una atmósfera inigualable. Su tremenda actuación, superó, con creces, todo lo posterior, que tampoco estuvo nada mal.

Rosie Flores, a los 73 años, sigue siendo una rockera imparable, Marcel Riesco, un prodigio de sutileza rítmica (espléndido Mario Cobo en la steel guitar), The Rhythm Aces (claros herederos de Carl Perkins) arrasaron con su brío natural y Big Sandy with The Torontos (especial producción de la dirección). La conclusión superó el notable.

Agustí Burriel (Los Torontos)

Por desgracia, los zaragozanos Raunchy, el Don Diego Trio y la Jam final, del domingo, tuvieron que acarrear con la lluvia y el 777 no lució como esperábamos. Pese a todo, seguíamos sonriendo y la felicidad quedaba reflejada en los rostros de los postreros bailadores.

La vorágine había concluido, pero Carlos Díaz Vallejo, director del festival, todavía tuvo tiempo y ganas de dedicarnos unos minutos:

“Empezamos la andadura en 1999 y sólo paramos un año por la pandemia. Cuando se nos permitió reunirnos, unos cuantos hicimos una fiesta para no hacer un parón en seco, fue un tema de amor propio”. Carlos nos habla con honestidad, la realidad no admite tapujos: “El tipo de música que hacemos y el público que nos sigue nos está condicionando mucho. Cuando Rosie Flores llegó al hotel, se dio un golpe en el pie y casi vuelve a Estados Unidos, la edad no perdona, es ley de vida. Volver a niveles anteriores se antoja imposible, aunque este año hemos cubierto, de sobras, las expectativas”. “Debemos ser realistas, el rock and roll morirá con nosotros”. La edad de los asistentes es un factor trascendental: “Hace veinte años era una salvajada la fiesta que se montaba y ahora la gente busca mesas y sillas donde acomodarse tranquilos”. “Avanzamos hacia un concepto de música que acabará siendo como la clásica, la escucharemos sentados en un sofá”. El público del Screamin’ sigue siendo variopinto, aunque abundan los foráneos: “Me fijo mucho en lo exótico. Tenemos gente de Hong Kong, brasileños, australianos, canadienses y norteamericanos, incluso rusos, que no sé cómo lo han hecho para comprar las entradas”. Al preguntarle por lo más destacado, defiende la producción propia: “El show de Vel Omarr ha sido imbatible. Cualquiera que tenga un mínimo amor por la música o el nacimiento del soul debería haber estado allí”. “Muchos tienen un concepto erróneo del festival, nosotros no tenemos un género definido, musicalmente, mi idea siempre ha sido introducir una década, no un estilo determinado”.

La coyuntura marca, no obstante el director se muestra satisfecho por lo conseguido: “Mantenemos la misma cantidad de público porqué nos vamos adaptando a la edad de los espectadores que siguen siendo fieles y ofrecemos acceso gratuito a los menores, es importante que aprendan”. La tensión vivida no le permite pensar en la próxima edición, tiempo habrá para meditar. “Seguiremos ofreciendo cosas que no existen en otros festivales como, por ejemplo, reunir a Big Sandy con The Torontos, una idea mía”. “No nos manda nada nadie, lo mantendremos vivo nosotros, nadie más”.

En el capítulo de agradecimientos, no deberían faltar Carlos Díaz Vallejo, como jefe supremo, aunque tampoco queremos olvidarnos de Carlos Mandel “Bomby”, Jesús López (el batería omnipresente), Agustí Burriel, Mario Cobo, DJ Alex o Mike Sanchez, sin ellos todo hubiera sido más difícil.
Larga vida al Screamin’ Festival

Texto: Barracuda
Fotos: Marga Merí

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