La gira que celebra los treinta años de Sulo y compañía daba el pistoletazo de salida en Barcelona, primera de una docena de fechas en un país, el nuestro, que siempre ha sido como una segunda casa para los suecos. Tomando Too Much Is Always Better…Than Not Enough, (para muchos su mejor disco junto al anterior, As Your Greens Turn Brown) como eje del repertorio, interpretándolo por entero, la dosisde buenos recuerdos quedaba cubierta de inicio.
Con una formación siempre cambiante, Sulo y su fiel escudero Henrik The Duke Of Honk Widen se presentaron en escena, para la ocasión, con Stefan Bellnäs y Federico de Costa al bajo y batería respectivamente, más Lars-Åke Karlsson y Robert Damberg a las guitarras.
Ninguno de ellos un chaval (el batería, si acaso), tampoco se veía excesiva juventud entre el público, veterano en su mayor parte. Tal vez por ello la respuesta de la audiencia, desde un inicio y en general, discurriera entre lo cortés y lo nostálgico más que por la juerga y el desmelene.
Veinte años atrás y con una salva inicial como la de «Charity Song», «Bound to Ravage», «Sad to Say I’m Sorry» y «Somebody Elses Lord», doy fe por propia experiencia de que -al menos en las primera filas- el ambiente hubiera sido otro. Y bien es cierto que la voz de Sulo no es la de entonces, ni andan ya por ahí Stevie Klasson, Boba Fett y otros perlas, pero la banda -digámoslo ya- cumplió y bien.
Considerando que era el primer bolo del tour, y que el sonido tampoco fue para tirar cohetes, el cómputo global se puede calificar de positivo. La segunda parte del show, con otros pequeños clásicos como «Honked!», «Off the Record», «Recall Rock ’n’ Roll» o «Rush for Comfort» fue mostrando a la banda progresivamente más engrasada, hasta el punto final con una «Goodbye, Miss Jill» que dejó ese buen sabor de boca del reencuentro, del volver a verse y disfrutar de ello.
Personalmente eché un poco de menos su vertiente más glam, esa que siempre esgrimieron y que sublimaron en aquel maravilloso y todavía infravalorado Up the Rock del 2006, aunque al menos quedó compensado -en lo estético- con las estrafalarias pintas del bueno del duque de Honk.
Si de algo sirve la experiencia es para aventurar, muchas veces, lo que uno puede encontrarse. Y si uno aventura un buen show de ese añejo boogie rock de bareto, británico hasta la médula, eso va a encontrar. Puede que no con la energía de antaño, no con el Sulo de 2002, pero sí con una entrega y unas ganas, de agradecer. La espalda empapada de su americana, al final, no era solo producto de las luces y el sobrepeso: el tipo todavía aguanta el tipo con dignidad, sudando los temas como siempre.
Evidentemente quien acudiera con el monóculo y el carnet del club de los escépticos colgando de la tripa -que siempre los hay-, salió de la sala con ese aire de flatulenta autosuficiencia del que cree estar ya de vuelta de todo. Nadie le dice a esa gente, por educación y pereza, que para pasarlo bien en un bolo de rock siempre hay que mantener un mínimo de inocencia y de ilusión, aunque tengas más años que un bosque. Armado con ellas y unas cuantas cervezas, un rato como el que nos dieron estos Diamond Dogs del 2024 se pasa de lo más estupendamente.
Texto: Eloy Pérez
Fotos: Fernando Ramírez