La carrera de Miguel Ríos está llena de momentos épicos, gestas que solo tipos como él, marcados con estrella, son capaces de llevar a cabo y triunfar en un porcentaje muy alto de las ocasiones.
Fue épico que triunfara internacionalmente con su versión del «Himno a la alegría»; fue épico llegar a montar aquél festival itinerante en el 78 que bautizó como La noche Roja y épica la torta monetaria que se dio; como fue épica la grabación del Rock & Rios original en el 82 y vivir un resurgimiento brutal a los 38 años. Y, por supuesto, en otro arrebato de heroicidad, a los 79 años, y contra todo pronóstico, reta a la madre naturaleza celebrando los 40 años de aquel inmortal doble álbum en vivo (41, para ser exactos) ofreciendo el set list tal cual se vivió en aquellas dos noches madrileñas de principios del 82 en las que se registró el trabajo. Bueno, no sonó «A tumba abierta», que me hubiera hecho aún más feliz de lo que fui, pero tampoco seamos puntillosos porque nos regaló un plus en el bis final: «El Rock de una noche de verano».
Miguel no es el mismo, ni física ni vocalmente. Se emborrona continuamente en los largos discursos cuando se dirige a la audiencia y entra a destiempo en algunas estrofas intentando concentrar su mirada en el teleprónter. ¿Y? Nadie esperaba al guía mesiánico que controlaba a las masas a su antojo que tenía la seguridad en sí mismo de un superhéroe, porque asistir a este evento era un acto de fe, para él y para nosotros. Hay una línea fina que separa lo nostálgico de lo lamentable y Miguel, acompañado de una banda excelente (quedando tan solo el brillante guitarrista John Parsons de la formación original del 82) y todavía con una solvencia vocal envidiable, pasó al otro extremo: sonó vigente, caliente y emotivo.
No olvidemos, por otro lado, que dadas las características del set list, esta era la única oportunidad de escuchar canciones que de otra forma no hubiera sido posible: «Generación Límite», «Banzai», «Al Sur de Granada», «Al-Andalus», etc, etc. Hubo invitados especiales (Gerard Quintana, Coque Malla, Amaro y Leslie de los Sirex), pero no era ese el motivo por el que la audiencia había pagado el precio del ticket, aunque fueron un añadido a la gran fiesta, la celebración del disco que rompió definitivamente con el pasado dictatorial y trajo el color a todos los rincones del país, no solo a Barcelona o Madrid. No puedo acabar sin mencionar que la media de edad del público asistente era alta, lo cual dice poco del lenguaje cultural que trasmitimos de generación en generación. Si Johnny Hallyday hubiera celebrado su disco más exitoso en una gira, no hubiera habido estadios suficientes en Francia para dar cabida a tantos franceses, y de todas las edades. En fin, que así nos va. Sea como fuere, de nuevo, lo de Miguel sólo puede definirse de una forma: ÉPICO.
Texto: Sergio Martos
Fotos: Alberto Belmonte