Aterrizó Feist en Barcelona con su particular ‘show de 360 grados’ y se convirtió en el concierto del año. O en uno de los mejores. Así, como suena. Y así, como sonó.
La canadiense lleva unos cuantos años participando en distintas iniciativas artísticas (People Festival, SFSH) que han acabado conformando una visión y una manera diferente de configurar sus shows. Y eso se notó. Feist arrancó la actuación en un pequeño escenario circular situado en medio de la Razzmatazz. Ella sola, tres guitarras a sus pies, un iPhone, un proyector y una tela que hacía de pantalla sobre el escenario principal. Parece mentira que con solo esos elementos nos pudiese impactar de la manera en la que lo hizo.
Empezó con dos bellos golpes certeros: The bad in each other y Mushaboom, su magnífica voz y el sonido tan característico de su guitarra acústica inundaban una sala repleta de silencio reverencial.
A continuación, la canadiense entregó a alguien del público su iPhone para que hiciese de realizador improvisado entre el público y animando a que mostrasen fotos de sus seres queridos a la vez que todo se proyectaba en la pantalla grande. Ella mientras tanto cambiaba de posición en el pequeño escenario circular para que todo el público pudiese disfrutarla bien. Todo un detalle.
Forever Before de su último álbum In Lightnin sonó desgarrada y melancólica, luminosa y bella, así como Become the earth y A man is not his song. Fue una primera hora sencillamente gloriosa donde se la vio realmente cómoda.
Después, en un golpe de efecto sencillo pero sorprendente, se desplazó al escenario principal de la Razz donde cayó el telón de proyección y apareció su banda atacando con fuerza sus clásicos My moon my man y I feel it all mientras el público no dejaba de flipar.
Pero lo mejor estaba por llegar después de casi una hora de descarga eléctrica, y es que los bises se convirtieron en una experiencia profundamente emocional e interactiva.
Feist bajó de nuevo entre el público con una tela (que utilizó a modo de croma, mientras se proyectaba de nuevo a tiempo real) y mientras interpretaba Ofwomankind se fundía en abrazos amorosos con la gente y nos daba una clase de canto polifónico compartido entre todos.
Como digo, fue una experiencia intensa, un concierto sin barreras artista-público con un trasfondo emotivo realmente impresionante. Tanto fue así, que al recibir una tremenda ovación final (que parecía no tener fin) Feist se emocionó tanto que nos regaló una sincera cara de sorpresa mientras le caían las lágrimas de la emoción.
Fue realmente bonito, una ola de belleza emocional en ambas direcciones, tanto, que improvisó un Gatekeeper inédito en el resto de su gira europea y que sonó a colofón celestial. Y tras 21 canciones y más de dos horas de un show inolvidable, la canadiense desapareció tras su telón mágico dejando al personal con una sonrisa impagable.
Texto: Martín Page
Fotos: Sergi Fornols