Las mejores canciones siempre serán cantadas
De camino a la cantera de Nagüeles para reencontrarnos con el maravilloso escenario de Starlite, espacio único que parece haber cruzado cielos y estrellas para terminar por alunizar plácidamente entre montañas. Estrés y calores amainando, problemas y preocupaciones alejándose por el retrovisor y, mientras el sol se funde poco a poco en el marbellí skyline anaranjado de Sierra Blanca, presagiando una de esas noches de verano que se quedan grabadas en la memoria para siempre, comentamos la jugada on the road con unos amigos: “No se me ocurre ninguna banda que roce la perfección y el pellizco que alcanzan Wilco en directo”. Y así es, quizás, los Bad Seeds de Nick Cave y poco más. La primera vez que tuve la suerte de presenciar ese mágico eclipse sonoro que crean Tweedy y compañía en vivo, fue también en tierras malagueñas, allá por 2009, en el majestuoso Teatro Cervantes de la capital, lleno a reventar, en el final de gira del “Sky Blue Sky” (2007) y con el “Wilco (The Album)” (2009) a punto de salir. Ese lunes inolvidable comenzó, tras una inconmensurable “Ashes of american flags”, con Jeff dedicando el show al que fue su mano derecha y pieza fundamental de la banda hasta 2001, el multiinstrumentista y compositor Jay Bennett, fallecido la madrugada del domingo, con tan sólo 45 años. Aún se me pone la carne de gallina al recordar como temblaba el teatro con el bellísimo y atronador “Via Chicago” que nos regalaron en aquella ocasión.
Tomamos posiciones y el sexteto de ensueño, tras ovación de bienvenida, hace lo propio: Glenn Kotche (batería, percusiones y coros), John Stirratt (bajo y coros), Pat Sansone (teclados, coros, maracas y guitarras), Mikael Jorgensen (teclados), Nels Cline (guitarras) y Jeff Tweedy (voz y guitarras). Juegan casi en casa y se nota, con un público entregadísimo desde el primer segundo, que no parará de cantar cada himno y ponerse en pie para saltar y aplaudir a rabiar. Los de Chicago son asiduos a estas tierras y suman cinco fechas veraniegas este año, siendo esta parada en la Costa del Sol la tercera (vienen de tocar en el Sonorama Ribera y en el Festival Porta Ferrada).
La función comienza a por todas, con una vibrante y eléctrica joya de una de sus obras cumbres, “Handshake Drugs” del “A Ghost Is Born” (2004), quinto disco de la banda que, junto al previo y rompedor “Yankee Hotel Foxtrot” (2002), ocuparan casi la mitad del ganador repertorio, una veintena de canciones con las que nos conquistaran y harán flotar de principio a fin. Bajan las pulsaciones y nos mecen con dos piezas country a fuego lento, ambas de su último trabajo, “Cruelty Country” (2022), “I Am My Mother” y la titular; surcos donde Tweedy recorre la música tradicional americana, los claroscuros y la culpa compartida de su país: “I love my country like a little boy, / red, white, and blue. / I love my country, stupid and cruel, / red, white, and blue; / All you have to do is sing in the choir, / Kill yourself every once in a while / And sing in the choir with me”.
La brasa de la noche ya está al rojo vivo y nos disparan al pecho una “I Am Trying to Break Your Heart” con la que alcanzamos cima y primera vida extra de la velada. La banda a todo gas haciendo funambulismo por esa fina línea acústica y eléctrica, armónica y ruidista que manejan como nadie, acariciándonos y centrifugándonos el corazón en el siguiente parpadeo. Recomponiendo latidos aún y se abre paso en el silencio de la noche un onírico tren de mercancías, con Glenn Kotche marcando el ritmo, en busca del tiempo perdido, “If I Ever Was a Child”, susurrante y plácido vaivén que nos lleva, sin que nos demos cuenta, a un triángulo de las bermudas sónico en el que nos hubiera dado igual perdernos para siempre: la soleada tristeza cubista de una “Company in My Back” en la que escuchamos los ojos de Jeff (“listen to my eyes”) y saltamos al otro lado del espejo; flotamos rápidamente como un colibrí en la melodía infinita de una “Hummingbird” en la que se entrecruzan Lennon, Brian Wilson y el Daniel Johnston más despierto y luminoso bajo multicolores fuegos artificiales; más esa herida plagada de recuerdos y preguntas (“Do you still love rock and roll?”) que continúa sin cicatrizar, una esplendorosa “Misunderstood” (única canción en la que Jeff suelta la guitarra y se hace gigante al micro) que crece y crece en directo como una montaña rusa sonora cristalina y, en la curva siguiente, se enmaraña, descarrila y explota, engulléndonos, masticándonos y escupiéndonos hacia el espacio exterior una y otra vez.
Y de ese rabioso y liberador bucle final (“I’d like to thank you all for nothin’, / Nothin’, / Nothin’, / Nothin’, / Nothin’, / Nothin’ at all!”) de una de las piezas imprescindibles del segundo álbum de la banda, “Being There” (1996), a tres canciones que no devuelven a los últimos pasos de los de Chicago: la crujiente y resplandeciente “Love is everywhere (baware)”, con esa guitarra de Nels Cline disipando nubarrones, del prepandémico “Ode to Joy” (2019), a dos más de su último largo hasta la fecha (“Cruelty Country”), “Bird Without a Tail / Base of My Skull” (alt-country instrumental de altos quilates en su parte central) y la belleza envolvente de “Tired of Taking It Out on You”, dándonos un respiro y haciendo que, bajo una delicada y preciosista brisa folk, la cantera de Nagüeles se hermane con parajes naturales e indómitos de la América profunda y salvaje. Y guitarras (tres ahora y en gran parte del show) siempre al poder, claro, con Pat Sansone tomando la eléctrica y uniéndose a la fiesta de tejer paisajes y atardeceres mil, mietra Jeff se pasa a la acústica por momentos y Nels, incombustible y relampagueante, aparca su rugiente Jaguar y cabalga sentado al pedal steel guitar.
La nave espacial despega de nuevo con la alucinógena “Random Name Generator”, con Glenn Kotche y el jefazo John Stirratt marcando el pulso desde el centro de la Tierra, mientras las tres guitarras eléctricas y el teclado se entrecruzan como si no hubiera mañana… Y no, ya no hay vuelta atrás, éxtasis colectivo con el repóquer de ases final: Llegamos al cielo con la cada vez más sublime “Imposible Germany”, con solo sideral de más de cinco minutos de Neals Cline incluido, una “Jesus, Etc.” que para el tiempo, la contagiosa felicidad y optimismo de “The Late Greats”, la melancolía marciana y bailonga de “Heavy Metal Drummer” y la fulminante balacera de sentimientos de la apoteósica “A Shot in the Arm”, con la banda al completo fundiéndose y atravesándonos el pecho sin tregua a la vista. Se marchan y aún se tambalean las montañas de Nagüeles y alrededores.
Ovación de libro y salen con tres bises que terminan por dejarnos grabada en la cara una sonrisa a fuego que, como poco, nos durará todo lo que queda de verano: una magistral “Ashes of American Flags” con la que no sólo lanzan desde el escenario sus propias perseidas al cielo, sino que crean una supernova sonora de mil colores que nos ciega, arrastra y eleva por encima de los riscos de Sierra Blanca… Maravilla que, si no estuviste presente, ojalá puedas vivir muy pronto. Nos rematan con el galopar country de “Falling Apart (Right Now)” y el enjambre alienígena de “Spiders (Kidsmoke)”, que no revienta la cantera marbellí de milagro, con el público al completo en pie cantando y haciendo palmas desde el ojo del huracán.
Una de las frases de “The Late Greats” reza: “Las mejores canciones nunca serán cantadas”. Mentira, muchas de ellas las cantó Jeff Tweedy esta noche en la Costa del Sol y las seguirá cantando a lo largo del mundo y más allá. Larga vida a Wilco, quizás, en estos momentos, la mejor banda de rock de la galaxia.
Texto y fotos: David Pérez Marín