La espera ha sido demasiado larga —desde su primer EP Badlands, de 2013—, pero finalmente podremos ver en directo a una de las bandas de rock australianas más interesantes de la última década. A lo largo de cuatro estupendos elepés, la formación de Adelaida ha sabido conjugar en su cancionero ese ímpetu emocionalmente turbado propio de la tradición aussie más irredenta con una singular sensibilidad para poner el foco en temas que requieren de especial valentía y honestidad como, por ejemplo, la masculinidad tóxica o el violento, sangriento pasado de Australia.
De todo ello, y muchísimo más, hablamos con Alex Cameron, guitarrista y letrista de unos Bad//Dreems que incomprensiblemente no han acabado de despegar lejos de su país como por su sólida discografía merecerían. ¿Demasiado rudos para los indies? ¿Demasiado sensibles para los punks? ¿¡Demasiado australianos!? ¡Memeces! Son un bandón que harías bien en no dejar escapar si tienes oportunidad de verles en concierto en Donostia (Dabadaba, 02/09), Madrid (Fun House, 03/09), Barcelona (Paral·lel 62, 04/09) o Valencia (Loco Club, 05/09).
Me gustaría empezar hablando de las portadas de vuestros discos porque las cuatro tienen una fuerza singular e intuyo que es algo que cuidáis especialmente. Empecemos con Dogs at Bay y la imagen de los dos chicos jóvenes, uno con mirada penetrante y el otro con una actitud más serena. ¿De dónde sale la foto, quiénes son los chicos y cómo dirías que encaja esa portada con el contenido de las canciones de vuestro debut?
Me alegro mucho de que me hagas esta pregunta, nadie nos había preguntado nunca por nuestras portadas y es algo a lo que dedicamos mucho esfuerzo. Todas las portadas las hace el mismo fotógrafo, un muy buen amigo nuestro llamado Mclean Stephenson. La historia de esa primera portada es interesante. Una de las cosas que exploramos en ese álbum era la idea de masculinidad; somos una banda de cuatro hombres blancos de clase media y, cuando empezamos, recibimos algunas críticas porque eso, combinado con el tipo de música que tocábamos, hacía que la gente dijera «oh, no son más que hombres blancos aburridos tocando rock and roll» y que pensara que éramos un poco estereotipadamente masculinos.
Sí, nos conocimos en un club de Australian rules football, similar al rugby, somos tíos que venimos de ese ambiente, pero también somos tíos profundamente interesados en la política de izquierdas, la política progresista, la creatividad y el arte. Parte de la esencia de la banda es desafiar los estereotipos y de alguna manera nos presentamos diciendo «sí, eso es lo que parecemos, pero eso no significa que no podamos estar interesados en la poesía». Porque la música que tocamos tiene mucha testosterona, de eso no hay duda, pero también queremos cantar sobre cosas que no sean misóginas ni intolerantes, queremos explorar temas más profundos. Y es lo que hablamos con Luke para que nos ayudara a plasmarlo gráficamente en la portada.
Y en cuanto a la verdadera historia detrás de esa portada… Por cierto, uno de los chicos, el que no tiene tatuajes, es un australiano llamado Jack Colwell, un cantautor muy bueno. Luke les filmó y fotografió a ambos haciendo el amor; nos dijo que fue un rodaje muy intenso y que salió material más gráfico, pero me gusta la imagen de la portada porque no se sabe muy bien si son amigos o amantes, si hay afecto o agresividad entre ellos. Encaja muy bien con el contenido del álbum y con lo que defendemos como grupo.
Ahora miro la portada con nuevos ojos, es más hermosa si cabe conociendo su historia. Hablemos del protagonista de Gutful, ciertamente puedo imaginármelo cantando eso de “Sick and tired of these nothing dreams / Because nothing’s ever what it seems…”
En ese álbum empezamos a explorar algunos de los elementos de la cultura australiana. Por aquel entonces yo vivía en Darwin, una ciudad del norte de Australia, una región donde la mayoría de los aborígenes siguen viviendo de forma tradicional. Viven en el campo y Darwin es un puerto con una base militar y mucha minería. Es una extraña dicotomía entre dos cosas que son prácticamente la antítesis del modo de vida y la cultura aborígenes: el blanco y el negro, la minería frente a la conexión con la tierra.
En Australia hay un día que se llama el Día de Australia y es muy controvertido porque se celebra el día en que los primeros blancos se establecieron en Australia en 1788. Sin embargo, hoy se considera un día de luto para los aborígenes porque marcó el inicio del genocidio, la persecución y la muerte de una gran parte de su población. Mucha gente, como yo, cree que ya no deberíamos celebrarlo. Invité a Mclean por el Día de Australia a venir a fotografiar Darwin, un lugar interesante porque hay muchos aborígenes y muchos paletos, a falta de una palabra mejor Es un día bastante incómodo porque hay tensión en el ambiente.
Fuimos a un pub en medio de la nada llamado Humpty Doo, lleno de memorabilia de Cocodrilo Dundee, y allí conocimos al tipo de la foto, un habitual que va allí a beber. Le preguntamos si podíamos hacerle una foto y el movimiento que se aprecia en la foto es su gesto yendo a coger su dentadura postiza. Como te decía el ambiente en el pub era tenso, era todo gente blanca con banderas y nos sentimos un poco incómodos, así que le contamos que Mclean era el fotógrafo de un periódico y que estábamos haciendo un reportaje sobre el Día de Australia.
Murió años después, pero al parecer estaba muy orgulloso de aparecer en la portada y de hecho la tenían colgada en el pub. Creo que su instantánea ejemplifica el estereotipo del australiano de esa generación, un tipo de clase trabajadora que ha vivido una vida dura y muchas horas en un pub. No creo que refleje exactamente lo que queríamos expresar sobre las complejidades de ese día, pero sí que capta una de las cosas que nos interesan como banda, que son las historias de gente como ese hombre. Y puedes decir por su apariencia que ha tenido una vida muy interesante.
De haberle conocido antes podríais haberle metido en el videoclip de «Hiding to Nothing», encajaría entre el público que os está viendo tocar.
Eso es en un lugar llamado Andamooka, en pleno desierto de Australia. Solía ser un pueblo minero de ópalos, pero se agotaron hace más de 20 años y ahora es una especie de pueblo fantasma. Nos gusta explorar lugares interesantes como ese porque gran parte de Australia está muy concentrada en las ciudades y es muy monocultural. Somos afortunados de vivir bien, existe una clase media muy grande pero que está muy formada casi exclusivamente por blancos. Para nosotros eso es aburrido, queremos explorar los márgenes. Nos interesan los pueblos originarios de nuestro país, los aborígenes, pero también esas personas que están en la periferia de nuestra sociedad, es ahí donde están las historias interesantes.
¿Has visto Hotel Coolgardie? Es un documental sobre dos mochileras finlandesas que empiezan a trabajar en el bar de esta localidad aislada; es ciertamente escalofriante observar el acoso diario que sufren por parte de la clientela.
Me han hablado de él, pero no lo he visto. Andamooka es lo que pasaría si Coolgardie quebrara. En nuestro último álbum hay una canción llamada «See You Tomorrow» que explora eso, hay un elemento de la cultura masculina australiana en esos ambientes. Estos hombres realizan trabajos muy difíciles, a menudo peligrosos y suelen estar alejados de las mujeres y desgraciadamente eso transforma esos bares en entornos amenazantes y muy cargados.
Hay una película de culto australiana llamada Wake in Fright que trata sobre un hombre de la ciudad, un maestro de escuela que es destinado a un pueblo del interior similar a Coolgardie. Vuelve a Sydney para ver a su novia durante las vacaciones, pero se queda varado en un pueblo ficticio del interior. Es la historia de su fin de semana allí, donde sufre una especie de colapso alimentado por el alcohol y por la tóxica influencia de unos lugareños que parecen ser sus amigos. Hay algo siniestro en esa película, un poco como en Deliverance.
Siniestra, casi aterrada, es también la mirada del animal de la portada de Doomsday Ballet, vuestro tercer elepé. ¿Es un caballo?
No, ¡un toro! Mclean tenía esa foto y nos gustaba porque su fuerza conectaba con el trasfondo de miedo y paranoia que envuelve el disco. Por cierto, ¿no acabáis de celebrar lo de los toros?
Los Sanfermines, sí, pero sigamos con la música. En Hoo Ha! vemos a Ben poseído por el espíritu de Jack Torrance, ¿cómo es que habéis esperado hasta ahora para aparecer en la portada, a través de él?
Quizá sea porque hemos mejorado a la hora de plasmar lo que intentamos hacer como banda y en lo que respecta a mi papel como letrista me siento más satisfecho que nunca. Mi relación con Ben es interesante: normalmente la persona que escribe las letras es quien las canta, así que nos ha llevado un poco más de tiempo lograr plenamente que las letras fueran creíbles para que las cantara Ben.
Él es realmente bueno poniéndose en la piel de un personaje, así que hablamos extensamente de aquellos personajes en los que podrían verse reflejados los protagonistas de Hoo Ha!: del Jack Torrance de El resplandor al Travis Bickle de Taxi Driver, pasando por el verdadero Rasputín o el protagonista de Bad Boy Bubby, otra película australiana de culto. La genialidad de Ben es darle vida a mis letras poniéndose en la piel de distintos personajes y en este álbum nuestra dinámica de trabajo, por así decirlo, ha mejorado de forma significativa.
Hagamos un paréntesis antes de seguir hablando de Hoo Ha! En Ruta 66 tenemos especial predilección por el rock australiano y me interesaría saber de qué manera el Alex Cameron pequeño o adolescente empezó a descubrir ese legado.
Para todos los de mi generación, la música de nuestros padres incluye –si les gusta la música, claro– a las grandes bandas australianas, como AC/DC, Midnight Oil o Cold Chisel. Pero cuando eres joven siempre rechazas los gustos de tus padres, así que pasaba de esas bandas cuando era adolescente. En esa época The Strokes eran la banda del momento y, además de sonar distinto a cualquier música australiana que pudiera escuchar en casa, tenían algo exótico; para un chaval de Adelaida, esos chavales de Nueva York personificaban escapismo, fantasear con una realidad muy distinta a la mía.
Pero a medida que te haces mayor y estás más inmerso en la música, eres capaz de valorar las bandas de la generación de tus padres con oídos nuevos. Lo que me gusta de esos grupos, y es lo que más me valoro en la música, es la autenticidad. Escribían sobre su entorno, sobre historias de Australia y cosas con las que los australianos pueden identificarse. Por otra parte, otro aspecto singular de esas bandas está relacionado con el ambiente en el que se tocaba ese tipo de música y que sirvió para acuñar el término pub rock.
En los 70 y 80, las salas de conciertos en Australia eran grandes pubs, cervecerías donde la gente acudía a beber sin parar: había ruido, gritos, risas, peleas y, también, música en directo. Las bandas tenían que tocar música animada y enérgica para captar la atención de los borrachos y creo que ninguna banda ejemplifica mejor eso que AC/DC. Canciones no muy complicadas, con una dinámica irresistible, perfectas para ser coreadas con la cerveza en alto.
Si The Strokes significaron escapismo en tu adolescencia, ¿con qué banda, álbum o canción reconectaste con tu realidad de joven australiano?
Te daré dos respuestas. Primero con una canción en particular, «Finding You», de The Go-Betweens; de su último álbum, el que grabaron justo antes de que Grant McLennan muriera. Es una canción muy bonita que me llevó a otras bandas similares de corte alternativo o más arty, como The Triffids o incluso The Bad Seeds.
La segunda respuesta a tu pregunta me lleva cuando tenía 18 años y me mudé de Adelaida a Melbourne. Una noche estaba en un club al que solíamos ir en aquella época llamado One Six One y vi a un grupo del que no había oído hablar jamás; de hecho, era su segundo concierto. Eran Eddy Current Suppression Ring y me volaron la cabeza. Verles en directo fue crucial porque era algo más emocionante que ver a The Strokes o cosas similares en la tele, porque me llevó a descubrir otras bandas con un rollo DIY que eran de aquí y porque empecé a barajar la idea de pasar de ser un melómano que rasgaba la guitarra de vez en cuando a meterme de lleno en ello y formar mi propia banda.
Yo diría que hay un montón de bandas australianas que vienen a Europa este verano, como Stiff Richards, Mini Skirt o Amyl y Sniffers, que han sido en gran parte inspiradas por Eddy Current Suppression Ring. Crearon una enorme ola de música en Australia.
Cuando entrevisté a Lewis Hutchinson, de CIVIC, me vino a decir lo mismo; les vio también de adolescente y todo se desencadenó para él.
Era una banda totalmente real que no perseguía ningún tipo de sueño para encajar dentro de la industria. No anhelaban sonar en la radio ni conseguir un contrato discográfico, solo querían hacer buena música, original, y formar parte de una escena local musical e independiente. El otro grupo de la época que ejerció una influencia similar fue The Drones; hacía una música increíble y distintivamente australiana. Fueron una banda catalizadora para un movimiento de gente que empezó a creer que aquí también se podía hacer buena música, hacerlo de manera independiente y sin esperar nada a cambio. Por el puro placer, la pura necesidad de grabar y tocar. Y hacerlo toda la vida.
Ya que mencionas a The Drones, en Hoo Ha! habéis contado con Dan Luscombe como productor. ¿Cómo recuerdas las sesiones de grabación con él y de qué manera su orientación crees que influyó en el nuevo álbum?
Dan Luscombe es una leyenda de la música australiana. Empezó a tocar en grupos a los 18 años y lo ha hecho con la mayoría de los grandes de la música independiente australiana, como The Blackeyed Susans, Stephen Cummings, Paul Kelly y, por supuesto, The Drones. Es un tipo que realmente sabe de dónde venimos porque conoce bien toda esa música de la que él ha formado parte y que nos ha influido enormemente.
Con él vivimos la mejor sesión de grabación que hemos hecho nunca y lo fue porque nos impidió pensar y producir en exceso. Nos preocupamos en hacer música lo mejor posible, pero a veces puede parecer que te esfuerzas demasiado en que las cosas suenen perfectas, cuando no es realmente nuestra forma de tocar. No somos perfectos, tocamos con instinto y energía y captar eso en el estudio a veces significa que tienes que decir «No, esa toma ya está bien». Y tener a alguien de confianza capaz de generar esa mentalidad, sin intentar exagerar las cosas pero al mismo tiempo logrando que todo suene bien, fue un regalo del cielo.
«Mansfield 6.0» fue el primer sencillo que lanzasteis del disco. Tengo entendido que su videoclip se inspira en unos días caóticos en Australia durante los que hubo disturbios por las restricciones del COVID y eso coincidió con un terremoto, ¿es cierto?
La mitad de la banda, el batería y yo, vivimos en Victoria, que fue la segunda zona más confinada después de Argentina, creo. Estuvimos encerrados cientos de días, la gente se volvió loca y los trabajadores de la construcción se amotinaron porque les obligaban a vacunarse. Eso coincidió con un terremoto, algo ciertamente muy inusual; no fue grande, pero lo suficiente como para sentirlo. La canción habla de esos días de locura.
Los videoclips son siempre un poco pesados de hacer porque no tenemos mucho dinero, pero siempre intentamos cuidarlos, claro; en este caso fuimos al grano, dijimos «Ben, tú eres bueno en esto. A por ello».
Ahora parece surrealista lo que vivimos durante casi tres años, fueron tiempos extraños y angustiosos los del COVID. ¿Cómo lo viviste personalmente y qué lecciones sacas de aquellos meses de aislamiento e incertidumbre?
Realmente puso de relieve las cosas valiosas de la vida porque nos arrebataron muchas de las que damos por sentadas. Para mí una de las principales es la música, tocar. Obviamente, podía seguir escuchando y escribiendo música, pero cuando me quitaron la posibilidad de ver conciertos, de mezclarme con mis amigos y de tocar en directo, todo dejó de tener sentido. Fue una experiencia que me inculcó la pasión por crear y hacer música durante el resto de mi vida.
Además, para mí la comunidad y la interacción social que forman parte de la música son tan vitales como poder escucharla; estar presente y rodeado de música y de gente. Me di cuenta de que todos mis amigos íntimos están relacionados con la música, son músicos, ingenieros, técnicos de guitarra o simplemente los tipos que ves en cada concierto. Y eso es muy importante para mí y también para mis compañeros de la banda.
En realidad estábamos todos separados, ni siquiera podíamos vernos, así que nos dimos cuenta de lo especial que es nuestro vínculo. Llevamos diez años con el grupo, es algo que ya damos por sentado. Pasas tanto tiempo con tus compañeros que, es cierto, tiendes a querer alejarte de ellos cuando puedes, pero sueles olvidar lo bien que os lleváis y lo bien que lo pasáis juntos. Creo que una de las cosas buenas del COVID fue que nos hizo estar muy agradecidos por las oportunidades que tenemos.
En «Jack» y «Mallee» abordáis lo que definís como la falta de liderazgo y de empatía que la Australia blanca ha mostrado hacia la historia y la identidad indígenas. Hay otros grupos australianos actuales que hablan de esta lacra que probablemente ha estado apartada del diálogo público durante décadas, pero ¿crees que es una preocupación para la gran mayoría de la juventud australiana?
Es una pregunta interesante. Creo que los músicos australianos vienen hablando de esta injusticia histórica desde hace años; Midnight Oil escribió mucho sobre esta realidad, sobre los aborígenes y las injusticias cometidas con ellos y creo que en general la mayoría de los músicos han intentado hablar y apoyar su causa.
Este otoño se celebrará un referéndum en nuestro país que es muy importante pero también muy divisivo: se trata de decidir si el gobierno debe tener un órgano formado por aborígenes que tenga voz directa, un órgano representativo directo ante el Parlamento. Gente como yo, y la mayoría de los músicos que conozco, estamos totalmente a favor de ello. Pero, por desgracia, muchas de las generaciones anteriores a la nuestra siguen siendo muy ignorantes y la derecha política, los partidos conservadores de aquí, como los de otros países del mundo, juegan con el miedo y buscan crear división, enfrentamiento.
Nuestro país aún tiene mucho camino por recorrer hasta reconocer las injusticias de lo que ocurrió, como en muchos países que fueron colonizados. Nunca habría pensado que escribiría algo que podría considerarse como música política, pero supongo que si nos sale así es porque es algo que como banda nos importa mucho y la música a veces ayuda a poder difundir un sentimiento entre la gente. No creo que ninguna de nuestras canciones proponga respuestas o sermonee, pero solo aspiro a que la gente piense. Que escuche, piense y aprenda; y esa canción, «Jack», trata de cómo nuestra educación omite gran parte de la verdadera historia de lo que ocurrió en Australia. Y eso es un problema y la gente necesita leer libros y aprender y abrir los ojos y los oídos.
Es ciertamente preocupante el auge de la extrema derecha también aquí en Europa y ver cómo los mensajes del miedo conectan con una parte de la población de edad avanzada, sí, pero también con jóvenes que parecen no recordar, o seguramente desconocen, lo que esos mensajes de odio al diferente, de miedo ante lo exterior y de exaltación de la patria, provocaron no hace tantas décadas.
La historia de Europa es mucho más tumultuosa y compleja que la de Australia. Es asombroso, como dices, lo rápido que se olvidan las lecciones aprendidas en los últimos 50 o 100 años y cómo se cometen los mismos errores. Y por eso tengo tantas ganas de ir a Europa, porque creo que allí, por lo que tengo entendido, existe una cultura en la que la gente está realmente interesada en la política, en el debate y en ideas progresistas.
Dicho esto, es importante reconocer la historia, pero sabiendo que ahora somos personas diferentes; esa es la cuestión, no se puede esconder bajo la alfombra, no se puede ignorar y hay que contar esas historias y de eso va «Jack». Esas cosas terribles ocurrieron, sí, pero hay que sacarlas a la luz para que la gente aprenda.
Reincidís en el tema de la masculinidad tóxica en «See You Tomorrow» o «Waterfalls», canciones que interpelan al estereotipo de australiano machote y fanfarrón del que hablábamos al principio. En estos diez años, ¿alguno de ellos se os ha acercado después de un concierto u os ha contactado de alguna manera para deciros “vuestras canciones me han hecho pensar”?
Al principio nos preguntábamos si esos tipos que venían a vernos en directo, se quitaban la camiseta y hacían moshing o bailaban de forma agresiva, escuchaban y entendían nuestras canciones. En plan “¿lo entienden?”. Pero ahora, una de las cosas que molan con este nuevo álbum es que la gente lo está entendiendo; hay tipos que puedes ver bailando de forma muy bulliciosa, pero a la canción siguiente cantan de cabo a rabo una canción sobre su deseo de abrazar la historia aborigen.
Nunca debes juzgar un libro por su portada y espero que nuestro grupo sea un lugar donde la gente se sienta libre de venir y expresarse; tenemos fans de distintas procedencias y apariencias, y el hecho de que tengas un aspecto determinado no significa que deban juzgarte o forzarte a actuar de una forma con la que no estás de acuerdo.
Hablando de apariencias, preparando la entrevista me he enterado de que te ganas la vida como cirujano plástico y reconstructivo. He mirado en el Instagram de la clínica donde trabajas, Sandhurst Plastic Surgery, y tus compañeros se muestran muy orgullosos de tu dualidad músico / cirujano, dicen que eres una estrella del rock a muchos niveles. ¿Cómo se compaginan la cirugía plástica y el rock and roll?
Durante años me sentí como dividido entre esos dos mundos porque ambas son ocupaciones que amenazan con apoderarse de tu vida, pues consumen mucha energía física y mental. Hubo periodos de mi vida en los que solo me dediqué a la medicina y otros en los que solo a la música; supongo que una vez que terminé mi formación quirúrgica, me sentí finalmente cómodo con ambas partes de mi personalidad. Sí, es inusual, pero ya he aceptado que soy así.
Y, para qué negarlo, esta dualidad tiene aspectos prácticos. Es muy difícil ganar dinero con la música, por eso tengo la suerte de que la cirugía me permite obtener unos ingresos que me dan la flexibilidad necesaria para dedicarme a la música todo lo que puedo. A veces me resulta frustrante porque la cirugía requiere mucha dedicación y a veces no tengo la energía suficiente para mi parte más creativa. Pero creo que he encontrado un equilibrio. Ahora vivo y trabajo en una zona rural, lo que me da mayor flexibilidad para irme de gira. Es un sueño hecho realidad porque puedo hacer las dos cosas que me gustan. Antes, cuando estaba en el mundo de la música, ocultaba que era cirujano y cuando era cirujano, ocultaba que era músico.
¿Pero por qué?
Porque tenía miedo. La gente tiene ideas preconcebidas, y yo pensaba que la gente del mundo de la música diría «este tío es falso, no es punk de verdad, no es rock and roll de verdad». Y en cirugía, me preocupaba que los pacientes o mis jefes dijeran «no es profesional ni dedicado». Pero, curiosamente, eso eran mis miedos jugándomela; ahora, cuando los pacientes se enteran de que toco en una banda, aunque tengan 85 años, me dicen que les gusta.
Y por otro lado, la gente de la música también me apoya; les parece raro, la mayoría no suele creérselo. (risas)
Si en mitad de un concierto alguien grita «¿¡hay algún médico en la sala!?», puedes dejar la guitarra, levantar la mano y decir “¡yo!”
¡Exacto! De hecho, he atendido a un par de chicos de Amyl and the Sniffers con lesiones en las manos. El batería, Bryce, se la rompió y fui yo quien le operó. Fue divertido, todas las enfermeras del hospital pensaban que estaba buenísimo; todavía hablan del día que vino.
Una última pregunta. En vuestros dos primeros álbumes trabajasteis con el legendario productor Mark Opitz; ¿alguna anécdota memorable que os contara?
Trabajó en Let There Be Rock y Powerage de AC/DC, era el aprendiz de Vanda & Young. Angus tenía unos diez cabezales Marshall diferentes y unos veinte amplificadores distintos, así que el primer trabajo que tuvo que hacer cuando empezó en la industria fue probar todas las combinaciones de cada cabezal con cada ampli para conseguir el sonido perfecto.
Opitz también se hizo muy amigo de Michael Hutchence desde la primera vez que grabó a INXS, cuando Shabooh Shoobah. También se fue con ellos en la gira Kick, cuando era la banda más grande del mundo. Hace poco le entrevistamos para un podcast y nos dijo que fue el encargado de grabar el directo de Live at Wembley ’91. Nos contó que justo antes de salir al escenario, en el camerino solos la banda, el mánager y él, se le acercó Michael Hutchence y le dijo «tío, escucha esto, esto es lo que me gusta ahora mismo»; le puso los auriculares y estaba sonando el primer álbum de Massive Attack. Se los quitó de un tirón y le dijo “toma esto»; le puso algo en la mano, que Opitz se metió en el bolsillo, y le dijo “cuarta canción».
Salieron a tocar y en la cuarta canción se sacó del bolsillo lo que era una papeleta, la abrió y era un éxtasis. Así pues, la banda y Opitz tomaron éxtasis en la cuarta canción de ese directo –si el tracklist sigue el orden del concierto se trata de «The Stairs»; N. del R.–; hace tiempo que no lo escucho, pero me intriga saber si se nota algún cambio en su forma de tocar cuando todos toman éxtasis.
Impagable anécdota, sin duda. Gracias por tu tiempo, Alex.
Gracias a ti. Nos vemos en septiembre.
Texto: Roger Estrada