Vivos

El Bosque Sonoro – Mozota (Zaragoza)

La Costa Brava

Cinco horas de crucigramas y autodefinidos para descubrir que no conocemos el nombre de nada, ni siquiera el de este tren que nos arrastra a la capital de provincia homónima donde tiempo atrás un vecino ya había convertido esta debilidad humana en la letra para una canción: “aunque nos creamos especiales, todos preguntamos los nombres de las calles”. Si nosotros no hemos preguntado nada es simplemente porque nos basta con girar la página para ver la solución: El Bosque Sonoro.

Me tomo este festival como una suerte de segunda parte de aquella película de los ochenta, El Bosque Animado, de la que ya no espero árboles que hablen, sino que además lloren, griten y se transformen. Con estas demenciales expectativas, desembarcamos en Zaragoza.

Subimos al autobús rumbo a Mozota ­­­­—nombre que nos ha impregnado para siempre— y nos sentamos entre parejas de gafas tupidas y camisas playeras. Si no fuera porque nos rodea el desierto, sería evidente que nos dirigimos a La Costa Brava.

Y voilá, árboles. Los atravesamos como termitas, bordeando un riachuelo, sin bañador y sintiéndonos idiotas por haber escogido la montaña. A lo lejos, un claro en el bosque: una playa interior. Ricardo Vicente abandera su pandereta. Definitivamente, estamos condenados a nadar.

Los últimos rayos de sol resplandecen sobre joyas como “El Cumpleaños de Ronaldo”, “Olímpicos” y “Adoro a las pijas de mi ciudad”. Mientras tanto a mi alrededor las chicas modernas rondan los nueve años —están permitidos niños y perros— y todo va adquiriendo una atmósfera de gigantesco cumpleaños.

Menos luz cada vez, no tardan en llegar las alusiones a ese alguien especial: Sergio. Tocan “Mi última mujer” y yo la canto sin saber que a la mañana siguiente volveré a pensar en ella cuando una señora me despierte al confundirse de habitación de hotel.

Cayendo como el sol, una sutil reverencia hacia su público atento. Así termina el primer concierto de este fin de semana, sin el broche final de “Treinta y Tres” y con un vacío que rápidamente sellará Soledad Vélez, dando por inaugurada la noche.

Soledad Vélez

La oscuridad da paso a un ritmo mucho más acelerado. El entorno parece un cuadro, pero sin tiempo para contemplarlo, vamos en busca de Soledad al escenario de La Chopera De Radio 3. Primera reacción, anonadados: sensación de estar en una madriguera, escenario no más alto que un escalón y árboles azules como de otro planeta. Soledad Vélez se sube al escenario enlutada en su vestido negro y no puede brillar más.

El choque entre la naturaleza y su sonido electrónico desata la confusión: pasado o futuro, un presente algo raro, nadie sabe dónde estamos. Ella alza los brazos y nosotros nos disponemos a adorar lo que sea que esté invocado. De pronto suena “Flecha”.

En un momento empieza a moverse libremente por el escenario. La gente en lugar de bailar como que flota con ella, hasta que la chilena regresa a los teclados. Entonces se acaba el show y no la queremos olvidar, pero el humo nos advierte que, en el escenario principal, bajo un disfraz de incidencia, se camufla Iván Ferreiro.

Probablemente el concierto que más multitud congrega: por supuesto, multitud trágica, desengañada y melancólica. La multitud romántica y fiestera ya brillaría al día siguiente con Miranda!, Amaia y La Casa Azul. En ese sentido hay que felicitar al festival por una gran distribución de fechas según los dos grandes hemisferios de toda personalidad: desencanto y purpurina.

Iván se abre paso silencioso, como un ser imaginado, para de pronto precipitar cual torrente canciones que nos obligan a bailar, “La Humanidad Y La Tierra”, que nos incitan a caer, “En El Alambre”, y que directamente nos engullen, “Canciones Para No Escapar”.

Se hacen de rogar las más esperadas como “El Pensamiento Circular” o “Canciones Para El Tiempo Y La Distancia”, pero al final llegan y entre el sonido atronador, el entorno y las voces de un público que se las sabe todas no puedo más que reconocer que lo de bosque sonoro es verdad.  Luego todo explota con “Turnedo” y lloran por fin los árboles.

Breve pausa para asimilar lo vivido: no la hay. Mi compañero se va un momento al baño y yo llego al concierto de Lorena Álvarez con un vaso cargado en cada mano y una voz en oído que me va susurrando “Hazte Camarera”.

Lorena Álvarez

Lo de Lorena Álvarez y sus rondadores es otro nivel. Parecen el auténtico espíritu del bosque. Volvemos a estar en la Chopera, con este componente de por sí natural y mágico que ellos con sus trajes e instrumentos tradicionales acentúan.

Antes que nada, de este concierto debo hacer especial mención a Mario, quien se ha dibujado su propia camiseta y baila con fervor sobre el escenario. Todo el mundo le ha cogido tanto aprecio que empiezan a formar un gran círculo para que este dios de las camisetas handmade se coloque en el centro. Y así sucede.

Lorena aprovecha para cantar “Persona” dos veces. Porque sí. Y luego salta del escenario junto a sus rondadores para tocar entre la gente “Dos Pájaros En Un Almendro”, dejando que todos se sientan zagales mientras ellos desparecen entre la espesura de ese bosque azul del que sin duda son moradores.

Un respiro para mirar las estrellas. Esta noche la luna pálida es la cabeza de León Benavente. La melena que agita contra el piano, como llamando a su brigada: misma brigada que antes se emocionaba con Iván Ferreiro y que ahora se desvive por gritar no a la nostalgia.

León Benavente

La energía de León Benavente contrasta radicalmente con la nuestra después de tantas horas. Pero aun así nos quedan reservas para gritar y bailar los frenéticos “Amo”, “La Ribera” y por supuesto “Ser Brigada”. Pequeño inciso para recordar que este festival admite niños, mascotas y, en definitiva, familias enteras. Ahora sí, podemos volver al concierto donde algunos de estos padres lo están dando todo al grito de “Ahora soy feliz”.

Entonces un arrebato, Abraham, igual que Lorena, salta del escenario en busca del calor de sus admiradores; pero esto no es La Chopera así que se hunde en las profundidades del mar de gente, en un naufragio que por supuesto no es eterno, sino provisional.

Remata la noche Dj Amable, el amigo de todos, con su tracklist noventera para hacernos sentir como en casa, cuando en realidad ni crecimos en los noventa, ni Barcelona queda cerca, estamos más bien desmayados y mañana directamente desfalleceremos en La Casa Azul cuando una señora a la que hemos tapado medio concierto nos felicite por lo bien que hemos bailado.

Por la ventanilla del autobús que nos lleva a la cama, nuestro reflejo decadente y varios gritos de fondo: “¡Nacho, Nacho!”. En mi delirio viajo asustada creyendo que ese tal Nacho todavía dará un concierto.

Texto: Sara Moa

Fotos: Arnau Galí

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Contacto: jorge@ruta66.es
Suscripciones: suscripciones@ruta66.es
Consulta el apartado tienda