Ocho años han pasado ya desde que Michael Whiteman tratara de iniciar una carrera en solitario bajo tan peculiar denominación (un anagrama de su nombre y apellido, en realidad), para pronto darse cuenta de que funcionaba mejor como banda y bien acompañado. Ocho años al cabo de los cuales nos llega este su cuarto y nuevo trabajo, tan estimulante como su propio título sugiere: un compendio de relatos en forma de canción, inspirados por un viejo libro que el propio Whiteman encontró tiempo atrás en una no menos vetusta librería, un volumen de historias de misterio dirigidas a un público juvenil. La nostalgia aventurera que desprendían aquellas páginas le ha servido ahora a la banda para escribir sus propias historias en la mejor tradición narrativa del progresivo británico, poblada de personajes excéntricos y singulares.
Y así, como si de una versión musical de The Twilight Zone se tratara, I Am The Manic Whale nos invitan –desde la inicial «Ghost Train (part 1)»- a recorrer con ellos un mundo fantástico a lomos de su exquisito universo sonoro. Volvemos entonces a encontrarnos ese rock suyo basado en la melodía, las segundas voces (cortesía del teclista John Murphy) y un marchamo progresivo que atiende tanto a los fundadores (Genesis, siempre ellos) como a los herederos, ya se llamen Spock’s Beard, It Bites, Arena o sobre todo, Big Big Train; al respecto, no ha de ser casualidad que el disco esté de nuevo mezclado y masterizado por Rob Aubrey, también ingeniero de sonido habitual en los álbumes de los de Bournemouth.
No eluden tampoco esas atmósferas a lo XTC que colorean su música desde sustratos art pop (que no pop art), conformando todo ello un disco tan sugerente como evocador, de clara trayectoria circular. Cuando ese tren fantasma del inicio detiene su avance tras ese última «We Interrupt This Broadcast…», recuperando el motivo inicial en funciones de coda, la sensación es similar a la de cerrar un viejo libro de cuentos; un libro en cuyas páginas nos hemos encontrado con leyendas tradicionales, con Verne y Enid Blyton e incluso con el famoso invento del señor Rubik en la magnífica «Ernő’s Magic Cube». Y entonces, sin poder evitarlo, volvemos a abrirlo por la primera página.
Eloy Pérez