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Bill Callahan – Sala Paral·lel 62 (Barcelona)

 

 

Las frecuencias graves de la voz del cantante de Austin aun se tambalean por los rincones de Paral·lel 62. Su voz, que estaba configurada en primer plano, se deshilachaba en protagonismos de contralto. Navegaba por el espacio conquistando cada vacío con suavidad, serenidad y entereza.

Bill se presentó con una banda inaudita.  Sobretodo porque operaba sin bajo, que en gran parte no se le echó de menos, aunque reconozco que en algún momento oí alguna línea de bajo imaginaria. En justo intercambio incorporó un saxo. Debo decir que en las tres o cuatro primeras canciones no acabé de entrar con su sonido. Fue a partir de un momento dado que el saxo irrumpió a base de zumbidos interplanetarios y otras interferencias oxidadas, emulando cosmicidad y nightclubbing, para intercambiar un sonido único con la banda, a medio camino entre la arkestra y un oscuro combo folk de sonidos asimétricos.

El guitarra se sintonizaba con la misma empresa, con arreglos a la Marc Ribot le enseña a Nels Cline su nueva pedalera de efectos. Y el batería, Jim White (Dirty Three, Kim Salmon, Xylouris White, PJ Harvey, etc), un viejo marinero con una imagen entre Einstein y David Crosby, apaleaba sus tambores con pieles flácidas, que interpretaban a su manera aquellos bajos que nunca estuvieron. Terciaba con un golpeteo arrastrado, con la templanza necesaria para sostener el arte de Bill. Una banda singular, errática y lunar, que junto a las agudas, rítmicas e imprecisas guitarras de Bill Callahan, cabalgaba entre lo sencillo y lo repetitivo.

Entre Richie Havens, Damien Jurado y los Modern Lovers, entre lo inarmónico y lo deshilvanado, lo retumbante y lo repetitivo. Descargas de entropía minimalista que vibraban con toda su voluptuosidad delante de un público conquistado. Bill es para mi uno de los interpretes esenciales de este siglo XXI, un tipo con una de las discografías más emblemáticas y perfectas si juntamos Smog y su discografía en solitario. Y es de recibo decir que si a eso le sumamos su directo, lo confina al selecto club de los elegidos. El artista se reinterpreta absolutamente en vivo, como ese Dylan desafiante con su publico y sus himnos.

Sus canciones parecen sueños de las propias canciones y abruman por su cualidad única y su impronta tan especial. Son frágiles como el bambú y regias como la secuoya. Estoy seguro que me encontraré a Bill en sueños y le podré pedir que nos venga a visitar pronto otra vez. Sus dos horas de show ordeñando toda su magia se me pasaron demasiado rápido. Harto fugaz. Es un one of kind, un artista que sabe que el arte de componer es vivir el presente abrazando toda su incertidumbre. Alguien que no tiene miedo al hacerlo. Alguien que parece describir el universo a cada verso que retumba en su música. Sencillamente, un tipo genial.

Andreu Cunill Clares

Fotos: Sergi Fornols

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