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Wáchina Wáchina, 16 Toneladas (Valencia)

The Mocks

 

La onceava edición del WÁCHINA WÁCHINA arrancaba con un sold out fulminante, bajo un luminoso y tornasolado cielo, entre palmeras, asfalto y tierra, y ese característico aroma a caramelo. Valencia tiene algo especial, electrizante.
El pistoletazo de salida del primer asalto, de este evento en tres actos, tenía lugar en la mítica Sala 16 Toneladas, club de referencia de la ciudad. Los fieles se agrupaban en la puerta, expectantes y sonrientes, ¡Qué felicidad ver tantas caras conocidas!. Los autóctonos, INDISPUESTAS, encendían la mecha con una puesta en escena festiva y chispeante. Se respiraba un ambiente denso y lujurioso, a pesar de que solo eran las doce de la mañana, las paredes de color rojo sangre del local y la tenue luz de neón propiaciaban
ese aspecto propio de los clubs de alterne más selectos. Sonaron composiciones inéditas como “Punki Cincuentón”, “Murciano”, “El Bar” o “Vete De A Aquí”, entre otros, enlazados con extraordinario alborozo junto con los cortes que componen su primer trabajo de título homónimo, entre los que despunta “Camino Al Swan”, con el que finalizaron, versión en castellano de “Teenage Kicks” de The Undertones, cuya composición incluye un guiño a la mítica “Soy Así” de Los Salvajes, tal y como reza la canción: “Camisa a rayas, estrecho pantalón, aunque yo solo llame la atención”. Letras ácidas, mordientes y divertidas, todo ello
amenizado por una revoltosa y juguetona armónica. Una Maravilla.

Indispuestas

Los holandeses MOOON llegaron, después, presentados por el maestro de ceremonias, Camilo Binguero, también conocido como “el hombre torrezno”, por el fabuloso traje de gala que luce en tales acontecimientos. El trío formado por Timo Van Lierop, y sus primos, los hermanos Tom y Gijs De Jong, dos de las piezas fundamentales que, a su vez, conforman The Colour Collection junto a Fleur, facturaron una brillante y preciosa amalgama de Beat, Garage y Psych de tintes sesenteros. Sorprenden por su virtuosismo, y sobre todo por su juventud. Sonidos cristalinos, melódicos y luminosos, ejecutados a la perfección, con una apabullante naturalidad, y una delicada estructura vocal. Relajados y risueños, con ciertas reminiscencias hippies en lo que a su apariencia se refiere, parecen haber salido del rancho Spahn de la Familia Manson, allá por el año 68, en California. A nivel musical, me atrevo a afirmar que este fue el grupo, que en su totalidad, causó mayor impresión a una parroquia conocedora y altamente instruida en la materia. A día de hoy, se erigen como uno de los estandartes del actual panorama psicodélico y del denominado Nederbeat, pero no solo en su país de origen, también de Europa. Repasaron su discografía pasada y presente, que pese a su mocedad no es tan breve, en un recital que por su calidad y disfrute se hizo corto, con una sobresaliente versión de “Dancing In the Streets” de Martha & The Vandellas, que puso el punto y a partecon asalto masivo de los asistentes al escenario.

Moon

Tras este festín sonoro, jadeantes y pletóricos, nos dirigimos hacia el George Best, bar musical donde tenía lugar el segundo acto, para reponer fuerzas con la degustación de una rica paella valenciana y seguir quemando suela en un guateque lleno de amigos -entre charlas, risas, trifásicos y cazalla- dirigidos por unos auténticos adalides de los platos, TÚ NO ERES YEYÉ (ALEJANDRO EFE ERRE & VANESSA G RAMALLO), DEBORAH DEVOBOT, JUANITO VOLUMEN, GIUSSEPPO TULSWAN, y CAMILO BINGUERO, a ritmo de cuarenta y cinco revoluciones.

La tarde de directos, la abrirían THE COURETTES, de nuevo, en 16 Toneladas. El dúo brasileño/danés, con Flávia a la guitarra y voz, y Martin a la batería, despegaba con la tremenda “Hoodoo Hot”. Directos a la yugular y sin contemplaciones. Garage crudo, cavernícola y visceral, sin artificios. Le seguirían otras partituras, encadenadas en un entramado vibrante y atronador, con bombas como “The Boy I Love”, uno de los hits de su primogénito largo, producido por Kim Kix de Powersolo, y otras joyas como “Time Is
Ticking” , “Trash Can Honey” o “Daydream”. Enfundada en un vestido de líneas clásicas de principios de los años sesenta, con un bonito cardado, sin despeinarse, y con unos Chelsea en sus pies, Flávia se expresaba en un perfecto castellano, con el desparpajo de las starlettes de la época. Sus grandes ojos negros, de mirada intensa, dominaban el espacio mientras lanzaba salvajes alaridos, que invitaban al baile más primitivo, con una voz, a su vez, dulce en su tonalidad, y melódica. De la batería parecían surgir ondas sónicas, y
coloridas, como en los dibujos animados. Dominaron a las fieras con diligencia y una facilidad abrumadora. La front woman recorrió el lugar en volandas, sin dejar de tocar en ningún momento. Un espectáculo.

THE MOCKS, provenientes, asimismo, del país de los girasoles, subían a la palestra. Seductores y atractivos, me resultó casi imposible apartar la mirada de los pantalones hipster blancos ajustados que llevaba Tim, el guitarrista. Bocabierta y pasmada, con los ojos como platos, mientras movía sus caderas de manera espasmódica y lasciva, acariciaba y golpeaba la guitarra con espontaneidad y precisión. La voz aterciopelada de Rens van der Sluis y la brillantez de la batería se fundían en un todo, en una minuciosa y estimulante sinfonía, un juego de artificios orgiástico que no hacía más que aumentar a medida que se sucedían los temas, uno tras otro, en un increscendo superlativo. Elegantes, para nada evidentes, con un sonido particular, que hacen propio, que bebe de muchos estilos: Rythm & Blues, Garage, Beat, Mod. Lo tienen todo.

En algunas melodías me pareció, incluso, vislumbrar la sombra de Marc Bolan. Atronaba una enloquecida “Bogey Man”, con ecos a The Cramps, en su versión más sibilina, momento en el que sobre nuestras cabezas
sobrevolaban algunos objetos, balones hinchables, me pareció ver una porra de grandes dimensiones como la de los Picapiedra, botellas de plástico en su mayoría, salpicados por chorreones de cerveza y otros fluidos. Con “Do Me Good”, uno de los proyectiles de su último siete pulgadas, acabarían de abofetear a las masas, que alzaron a Tim en brazos mientras disparaba acordes sin sosiego. El respetable reclamaba a gritos una más, y para su deleite tocaron hasta tres. Me dejaron aturdida, colocada, algo maltrecha, y con ganas de
escarmiento.

Paella en el George Best

El conjunto de Sheffield, THE MOURNING AFTER, pondría el broche final a una jornada de conciertos sobresalientes. Los más veteranos, referentes del Garage Revival de los años ochenta y principios de los noventa, demostraron sus tablas. Garage Sucio y depravado, potenciado con la personal voz “rota” de Chris Blackburn, acompañado por las notas de un pegadizo y vivaracho órgano, muy propio en las formaciones de esa hornada. Resonaron clásicos como “She’s gonna get it”, incluído en un cassette de 1988, o “Do Your Thing”, de su primer single, y otras perlas, más recientes, como “Once Over Twice”, con la que
emprendieron el vuelo de una sesión magistral que logró achispar, aún más, a una audiencia que llevaba ya muchas horas desatada.

La fiesta siguió hasta el amanecer con las sesiones de los pinchadiscos y sus oscuros objetos de deseo en formato vinílico. Hubo congas y bailes al estilo Wigan Casino, eso sí sin polvos de talco, no hacían falta después de casi veinte horas de semejante jarana. Con las suelas desgastadas, alguna que otra coyuntura, las mandíbulas desencajadas de tantarisotada, y una felicidad inmensa, nos despedíamos. Grandes momentos grabados en la retina.

Gracias infinitas a Suso Gutierrez, responsable de la organización del festival, y a Pepe, al frente del 16 Toneladas, por su buen hacer. Inmensa gratitud a todas las bandas y a los fantásticos deejays. Sin olvidarnos de un público espléndido y entregado. Nos vemos en el próximo desmelene, amigos.

Texto y fotos: Tatiana Rius

One Comment

  1. Bocabierta y pasmada me he quedado. Gracias Ruta66 por compartir estos momentos de rica paella. Por favor, contraten a plumillas que se preocupen por la música.

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