La sala Nazca está a rebosar poco antes de las 21h, es víspera de festivo en Madrid (San José), y esto se traduce en ganas de jarana. De fondo suena, con cierta sorna, la melosa «Unchained Melody» de los Righteous Brothers. La playlist es de lo más variada: poco antes de que salgan los londinenses Shame, propulsados por ese alimento para gusanos lleno de energía y nutrientes básicos, Public Enemy repite en loop su acertado consejo «Don’t Believe the Hype».
Una melodía a medio camino entre la música disco y la épica ridícula anuncia que ahora sí, empieza el show. Josh Finerty se rebela contra la naturaleza de pies en la tierra y actitud discreta que caracteriza a los bajistas y sale más espitado que nadie. Ejecutan con frenesí los primeros acordes de «Alibis», del nuevo álbum que presentan esta noche, Food for Worms. No necesitan ninguna coartada ni pretexto, ya tienen a todo el público tirando de pogo desde el segundo uno, sin necesidad de calentamiento previo ni nada; y eso que el cantante Charlie Steen anima a hacer una especie de jogging -volverá a hacer esto entre canción y canción más tarde, quizá para no quedarnos fríos (como si hubiera tiempo para ello). Steen conservará su elegante camisa granate un par de canciones nada más.
Finerty, por su parte, no para de corretear con un impulso mayor que el espacio del que dispone, por lo que tampoco tardará demasiado en caer de bruces contra el suelo y partirse el labio. El público atiende antes al bajista que su propia crew, lanzando al escenario un paquete de klinex a modo de primeros auxilios. Pese a que los sprint y quiebros accidentados de éste restan protagonismo al lead singer, Steen parece buscar el contacto visual con cada uno de los presentes. Nos da la mano e incluso nos bendice con el pie de micro.
Es su segunda vez en Madrid, proclama, y todos nos volvemos locos y nos dejamos noquear con el trallazo de su nuevo disco «Fingers of Steel» y la ‘vieja’ «Concrete», de su aclamado debut en largo Songs of Praise. De este mismo LP extraen y detonan con nervios de acero «Tasteless». Steen acelera la letra cual audio de whatsapp a velocidad ¡x4!, y acaba lanzándose al público y abrazando el caos, rendido a su propio mantra “I like you better when you’re not around”. Finerty sigue luchando contra los elementos, incluida su propia sangre. Un miembro de su crew tira de remedio casero y friega los restos del crimen del suelo con un refresco o bebida gaseosa por determinar.
Steen hará varias y pintorescas demostraciones de crowdsurfing durante la hora y media de puro keroseno que es este concierto; ora me lanzo en plancha, ora camino sobre las sufridas cabezas y férreas manos que me sostienen a duras penas. Incluso se cuelga, literal, de la barandilla del piso de arriba, en una pirueta que, si me permiten la maldad, ha tenido que ensayar durante la prueba de sonido. Parecía complejo, que diría el ministro Escrivá.
Steen, sudoroso y empoderado, tampoco se resiste a dirigir el pogo, cual Filarmónica de Viena, durante explosiones sin ningún control como es el caso de «6/11», del álbum Drunk Tank Pink. Mención especial merece el batería Charlie Forbes: vaya despliegue de contundencia y velocidad supersónica.
Finerty recupera tono tras el tropiezo –reaparece con media boca vendada, un apaño que no le durará ni medio tema–; y reanuda sus carreras hilarantes de un lado al otro del escenario. Con toda la distancia y sin ninguna prudencia, su cara de loco recuerda vagamente a la Iguana.
Steen arenga al público y como novedad, se anima a las cuerdas –lo hace en el nuevo álbum en los temas «All The People» y «Adderall»–. Precisamente la tierna y retorcida «Adderall» nos deja unos coros de catarsis después de la tempestad, con la que preparan una despedida efusiva que incluye grandes hits como «One Rizla» –enésimo baño de masas– o «Gold Hole», con la que se despiden, exactamente a las 22:30 hora peninsular.
Nos lo advirtieron en una reciente entrevista en esta casa: “Estamos preparando un show bastante entretenido. Tal vez podríamos aparecer cabalgando sobre un gran elefante”, pronosticaba el malherido y entregado Josh Finerty. Y así son sus directos: una auténtica animalada.
Texto: Amaia Santana
Fotos: Salomé Sagüillo