La nueva escena barcelonesa se preparaba la noche del pasado martes para un encuentro especial con una banda consolidada que, a estas alturas de su carrera, tras más de quince años de trayectoria y con seis álbumes de estudio, consigue atraer más público al hormiguero del que suelen hacerlo otros combos de su estilo o de su nivel. Así pues, la entrada de la sala más grande de Barcelona resplandecía sobre un montón de cabezas haciendo cola desde primera hora.
Y digo nueva escena, porque uno quiere pensar que la oscura –y ya innombrable- etapa iniciada en 2020, que ha significado seguro un cambio asintótico en algunos comportamientos sociales, ha provocado consecuentemente también algún cambio en la escena rock de Barcelona, asociándose al normal paso del tiempo. Permítaseme el inciso.
Tanto es así, que el pasado 13 de enero tuvieron lugar dos conciertos punkrock de bandas más o menos jóvenes y festivas que provocaron dos sold-outs en dos salas de pequeño o mediano formato de la ciudad. El público congregado en al menos uno de esos bolos era relativamente nuevo, plagado de chicos recién entrados en la treintena, ataviados con ese look post-apocalíptico surgido del confinamiento: ropa holgada toda negra, gorrito de punto y barba muy poblada (cuales polis infiltrados de la serie Hill Street Blues). Que se vistan como quieran, pero que sigan regando de cerveza los pogos como lo hacen, bendita nueva era sin tickets en taquilla.
Una vez dentro de la Apolo 1 vemos aparecer a Christian Bland y Alex Maax en el escenario también con los gorritos, y nos damos la razón al tiempo que sentimos que nos cuadra con algo que ya empieza a ser congénito en sus directos: les cuesta arrancar más de lo que debiera. Al parecer el set-list que emplean en esta gira europea es prácticamente calcado cada noche, lo cual –si es así- quizá también ayude a cierto acomodamiento.
A pesar de iniciar con “You on the Run”, cabecera de uno de sus mejores discos -su segundo Directions to See a Ghost (2008, Light in the Attic)-, al sonido le faltaba intensidad y no fue al menos hasta el sexto corte, “Manipulation” -uno de sus temas más reconocibles, perteneciente a Passover (2006, Light in the Attic), su primera entrega- que el quinteto se desperezó.
Entre medias sonó “Icon”, el tema nuevo que más recuerda a su aquella ya lejana primera etapa de guitarras sureñas poblando las melodías. Sí se echó de menos “La Pared”, otro de los pelotazos del nuevo álbum doble Wilderness of Mirrors (2022, Partisan), aunque llegaron a tocar más de la mitad de los quince cortes del nuevo disco.
Y así, a partir de la manipulación, y con la salvedad de la lenta “Firefly”, el set-list destiló una ristra de pildorazos que el público identifica porque los posee en su disco duro cerebral. Ritmos amerindios, guitarras psicodélicas y teclados melotrónicos desde los que se emite una suerte de fiesta, narcotizante para el cuerpo y alucinógena para la mente: “Without a Trace”, “A Walk on the Outside”, “The Prodigal Sun”, “Entrance Song”, “The River”, “Mission District”, “Black Grease”, “Empires Falling”, y tras el parón, “Wilderness of Mirrors”, “Bloodhounds on My Trail” y “Vermillion Eyes” sonaron a colorida gloria sinestésica y sexual.
Siguieron “Choose to Choose” de su EP Phosgene Nightmare -una balada de pop luminoso sensiblemente oscura- que junto a la rítmicamente similar “100 Flowers of Paracusia” sonaron en el encore casi al final, bajando demasiado las revoluciones de la sensación general anterior. “Young Men Dead” y “Haunting at 1300 McKinley” nos hicieron recuperar el aliento con sus envenenados tonos, redondeando un litúrgico buen final para esta noche con sabor a fiesta mayor del futuro.
Texto: Pacus González Centeno
Fotos: Sergi Fornols
