Tiene su gracia que Julia Jacklin haga sonar «My Heart Will Go On» de Céline Dion justo antes de entrar en escena –“es una gran canción”, comenta ante el murmullo risueño de parte del público–; su pompa melodramática puede que le sirva a la australiana para liberar tensión, pero sin duda enfatiza el contraste entre la épica de aquel hit titánico y la desnuda sutileza de «Don’t Let The Kids Win», el tema con que inicia su concierto con el único acompañamiento de su guitarra acústica. Es una perfecta carta de presentación de la artista ante su expectante audiencia: la canción que da título y cierra su disco de debut es la desolada toma de conciencia del confuso tránsito a la edad adulta con la que empieza a impregnar las paredes de la sala pequeña del Apolo con el eco espectral de su voz.
En «Be Careful With Yourself», de su último PRE PLEASURE y ya con la banda respaldándola, le ruega a su ser querido que deje de fumar porque quiere que su vida dure mucho; “cuando conduzcas, ¿puedes no superar el límite? / estoy haciendo planes para mi futuro y te quiero en ellos.” Los vínculos afectivos y los vaivenes de la (in)dependencia emocional nutren buena parte de su cancionero –«Don’t Know How to Keep Loving You», «Love, Try Not to Let Go» –, así como el deseo y la pasión en conflicto interno con la educación religiosa que recibió de pequeña y que tiñe su último trabajo desde la inicial «Lydia Wears A Cross», con una minimalista pulsión electrónica que se revuelve en libérrimo baile en su tramo final.
El público, embelesado por la voz de Jacklin y calado por unas canciones que suenan de maravilla en directo –mención especial para los técnicos y para la banda sin mácula que forman Mimi Gilbert (bajo), Laurie Torres (batería), Will Kidman (guitarra) y Jennifer Aslett (guitarra y teclados)– recibe con especial júbilo los pequeños hits de esta artista de futuro mucho más que prometedor: «I Was a Neon» y la dupla mágica que conforman «Head Alone» y “Pressure to Party”, dos maravillas que un grupo de chicas cantaba a mi lado con la llorosa felicidad de quien agradece que esa persona subida al escenario haya puesto música y palabras a sus emociones.
Texto: Roger Estrada
Fotos: Sergi Fornols