La llama del Mono más viva que nunca
Volvemos una vez más al festival del que nunca nos vamos del todo. Aunque echamos de menos la Alameda y sus alrededores, más esos dobletes que hacían muchas de las bandas, Alhambra Monkey Week recupera la normalidad total y funciona a pleno rendimiento desde su jornada inaugural del jueves, hasta su clausura final en la madrugada del sábado (o mañana del domingo, para muchos y muchas); asentado definitivamente en el confort logístico y la comodidad de movimiento de los 33.000 metros cuadrados de un Cartuja Center Cite preparado para la ocasión.
Éxito total de tres días de música en ocho escenarios diferentes (el Auditorio Alhambra, el Escenario Altafonte, el Escenario Cristal, el Escenario Fundación SGAE, el Escenario AIE, el Escenario Plaza, el Escenario Parkineo by Jägermusic y el Club de Baile), donde se intercalan los reencuentros festivos, con las jornadas profesionales (DICE Monkey PRO) en El Espacio Santa Clara.
No hay artista pequeño ni secundario en Alhambra Monkey Week y todas y todos han brillado fuerte delante de su público. Más de ochenta grupos de géneros mil, para todos los gustos y generaciones, nos han dejado el sabor de boca de aquellos mejores años del Monkey, con reconfirmaciones, shows únicos, muchas sorpresas y descubrimientos. De nuevo recobra todo el sentido el espíritu del festival: “Descubre hoy a las bandas de mañana”.
Es hora de recapitular y, para nuestra crónica rutera, seleccionaré a una veintena de artistas que, aunque algunos y algunas se alejen del latido más rockero de nuestra publicación, sí poseen esa alma en llamas que todos compartimos. Así que, fuera el frío y adelante, ¡fuego, camina conmigo!
Jueves
La expectación y la corona del jueves (posiblemente también del festival) se la lleva de pleno Rocío Márquez y Bronquio, representando su excelentísimo “Tercer cielo” (22). Y si el disco (para mí, el mejor trabajo nacional del año) es en sí una experiencia única, la representación del mismo en directo es sublime. Dos grandes cortinas de fondo, Bronquio a los mandos de la nave electrónica tras su mesa, de pie en la izquierda del escenario y comienzan con “Paraíso. Cuántos cuerpos por venir”, con Rocío Márquez cantando desde el suelo, tendida boca abajo y reptando, poco a poco, desde la derecha del escenario, al encuentro de su pareja artística. La voz de Rocío se abre paso por las atmósferas espectrales que teje Santi en esta Milonga espacial inicial, en un show que corta la respiración y no nos da un momento de respiro emocional. Así, canción a canción, un Bronquio demiúrgico expande su hechizo sobre nosotros y juega con la voz de Rocío sin parar, desplegando por el auditorio una bruma electrónica de lo más diversa, oscura y resplandeciente, fundiéndose o desvaneciéndose, por momentos, con cada susurro, fraseo y quejío eléctrico de una Rocío Márquez más allá del bien y del mal. La cantaora, más valiente y libre que nunca, además de dejarse la vida en cada interpretación, danza, gira sobre sí misma, desaparece y renace de las cortinas, pariéndose a sí misma una y otra vez. Pura luz en continuo movimiento y transformación.
El flamenco y la electrónica siguen su dialéctica de fuego y alcanzamos momentos de éxtasis colectivo en cumbres como los ra-verdiales de “Niña de sangre”, los sensuales tangos del “Agua”, las seguiriyas descarnadas y fragmentadas de “La piel”, o ese garrotín liberador que hace volar a todo el auditorio en “Ala rota”.
Del aguilando más bello jamás cantado, “Droga cara”, con pandero y en llamas, como esa mariposa de fuego que siempre renace, a ese “Prefiero la muerte”en el que a voz de Rocío se hace cristalina y robótica en el mismo parpadeo, repitiendo y degustando las palabras y las sílabas, como si las hubiera creado en ese justo instante.
El concierto es una montaña rusa para los sentidos de la que no queremos bajar; con ese plus del vestuario y la magnética escenografía de Roberto Martínez, más los juegos de luces y sombras en los que Santi y Rocío flotan como mágicas pompas de jabón. De “A tí” a ese “A mí” que creen escuchar nuestros oídos, para rematarnos con el “Corte más limpio” directo al corazón y dejar “La marca” de libertad más profunda e imborrable de esta 14.ª edición.
Del jueves destacamos también el rompecabezas sónico y visual de Los Voluble con su espectáculo “Jaleo is a crime”, una nueva rave de alma punk, denuncia afilada y raíces jondas que nos hace bailar hasta el amanecer y más allá.
Viernes
En nuestra segunda jornada rutera caemos totalmente rendidos a Anna Andreu, que nos mece y araña con su voz y guitarra eléctrica, parando las manecillas del reloj con cada interpretación de su sobresaliente “La mida” (22), un disco que pide a gritos bucle continuo. De la delicadeza de una “Penyora” que se nos clava en el pecho como un cuchillo en la mantequilla, al huracán final de “El mur”. De su anterior álbum, el también imprescindible “El mals costums” (20), nos dejan especial huella las sentidas interpretaciones de “Torrent sanguini” y “El calvari”, además de una lorquiana “Canción del jinete” que deja “perfume de flor de cuchillos” por toda la sala y, por primera vez en directo, la hermosísima “Un revés”, tema escrito para la serie de Netflix “Alma”.
Nos quedamos en Cataluña y aceleran las pulsaciones del viernes Chaqueta de Chándal, que desgranan su último “Futuro, tú antes molabas” (22), con Natalia Brovedanni sacando chispas a su guitarra y Guillem Caballero al mando de la balacera. Corrosivo pop-rock y punk espacial con ya clásicos como “A moderno resabiado no le mires el dentado” y “El amigo del mal”.
Otro de los trabajos más interesantes del año, con la minimalista y magnífica producción de Raül Refree, han sido los “Tres golpes” (22) de Perrate que, tras más de una década de parón discográfico, no podía faltar en nuestro particular Monkey rutero. Con ese carisma que solo poseen los más grandes, sale a escena acompañado del bajo eléctrico y teclados de Pepe Fernández, la batería y percusiones de Antonio Moreno y la flamenquísima guitarra de Paco de Amparo. El cantaor utrerano tarda pocos segundos en propagar el fuego inextinguible que posee en su garganta por todo el auditorio, demostrando un dominio total de la tradición y un insaciable espíritu por explorar el pasado y hacerlo presente, volando, quejío a quejío, golpe a golpe de nudillos, hacia el futuro.
Repasa las canciones de su flamante álbum y nos explica que son el resultado de un meticuloso y respetuoso estudio de la música popular del siglo XVI, XVII y XVIII. Sones caribeños de ida y vuelta, ritmos y aromas africanos que dan voz a los sin voz, a los esclavos silenciados de allí y de aquí, a la rica mezcolanza creativa que siempre encuentra la luz y esperanza entre las grietas. Así, nos ofrece un recital en el que viajamos a un proto-flamenco puro y bastardo, empapado de mil esencias y olores que van de: romances carolingios de tradición sefardí, a jácaras, folías o tonás. Todo desde la negra fragua de una voz picassiana y salvaje que haría aullar de placer a los mismísimos Rolling Stones.
Ardemos y danzamos alrededor de la hoguera que crece y crece de cada una de las hechizantes interpretaciones: de la folía “Yo soy la locura”, a la chacona de negros y gitanos, “Boa Doña”, pasando por tonás espectrales en “Noche oscura” o esas seguidillas mitológicas donde “arde la casa de Cupido” y el Alhambra Monkey Week al completo.
Sudando caribe y tarareando el fandango callejero “Tres golpes”, salimos al exterior a coger aire y, sin buscarlo, no tardamos en sumar una grata sorpresa más en nuestra ruta (¡la magia del Monkey!) con los suecos The Boo Boo Bama Orchestra. Combustión instantánea sobre las tablas, entre el público o colgando de los andamios del escenario. No dejan títere con cabeza, en una plaza que se sostiene los ojos a duras penas para que no se escapen de sus órbitas a ritmo de afrobeat, reggae, funky y rock n’ roll. La banda se funde en una y la voz de su frontman, por momentos poseída por el más seductor y salvaje Alex Turner, nos pasa por encima una y otra vez. Se nos fue el frío y vamos a por más.
La gran celebración y el concierto más esperado de la noche llega con los 30 años de “Échate un cantecito” (92), uno de los discos más importantes de la música popular española y que, para la ocasión, junta sobre el escenario del auditorio principal a su autor, el grande entre los grandes, Kiko Veneno, y a la genuina psicodelia callejera-espacial de Vera Fauna.
Instrumental envolvente de los sevillanos, sale el maestro y “Salta la rana”, subrayando desde el inicio los arreglos lisérgicos de Vera Fauna, omnipresentes, reconvirtiendo el universo sonoro de cada una de las diez masterpiece, pero manteniendo su esencia intacta.
“Si tú no te das cuenta de lo que vales, el mundo es una tontería, si vas dejando que se escape lo que más querías”. Eso hacemos, cantamos, bailamos y nos aferramos a cada tema, de “El mensajero” a “Fuego” o “Superhéroes de Barrio”, pasando por los pegadizos ritmos reggae de “Lobo López”; sembrando de ojos brillantitos la oscuridad del auditorio, “riendo y llorando” de alegría de principio a fin, hasta “echar de menos” ese “Mercedes blanco” que se va y deja sus huellas rumberas y psicodélicas en un show para el recuerdo. Hay tiempo para un “Martes” que suena a fin de semana eterno y nos vamos sin tocar el suelo, con un “Volando voy” multicolor que parece haberlo firmado un Kevin Parker nacido en La Isla de San Fernando. La celebración de estas tres décadas de “Échate un cantecito” continua durante todo el fin de semana en el espacio que montan los compañeros de Mondo Sonoro Sur, por donde pasan muchos de los artistas del festival, para eso, “echarse un cantecito” y homenajear al creador con más rayos en la cabeza de la música española.
Tras bajar al parking subterráneo (escenario Parkineo) y presenciar la misa negra y la posesión continua de Lunavieja, tocando cima el nivel de decibelios, volvemos al auditorio principal para la verbena padre de la noche: el estreno en directo de Carlangas en solitario, acompañado de unos Mundo Prestigio que queman las naves en cada tema. Del muy coreado “Cae la noche”, adelanto de su esperadísimo álbum, a la locura colectiva de un encadenamiento de temazos al alcance de pocos, Novedades Carminha rules: De “Verbena” a “Ya no te veo”, pasando por “A Santiago voy” o un “Dame veneno” como jolgorio final.
Nos quedamos sin batería y quemamos nuestra última bala con los valencianos Yo diablo, que dibujan paisajes western y crepusculares a base de sonidos que zigzaguean como serpientes de fuego, con ecos de cavernas y pantanos de inframundo. Otra matrícula que apuntamos.
Sábado
El atardecer de la jornada final nos llega con los mallorquines Bad Shades, bajo una brisa de folk eléctrico y americana a fuego lento, con un fraseo y regusto sonoro que recuerda a clásicos morfínicos de los Stones o del Dylan más psicodélico. Repasan su disco homónimo y nos encandilan con temas como “Have a blast”, “The rat” o “Karla”.
Los teclados sintetizados y las espectrales atmósferas resplandecientes en las que flota la voz de Verde Prato, nos atraen con una fuerza de la que es imposible escapar. De la magnética sensualidad de “Neskaren kanta”, del espléndido debut “Kondaira eder hura” (21), a temas más recientes, como los mágicos paisajes que teje en “Mundu Leunema” o esa personalísima versión del “Zu atrapatu arte” de Kortatu con la que termina por conquistarnos una vez más.
Con el hombre orquesta y alienígena sonoro Julián Mayorga, vivimos otro de los momentos imborrables de esta edición. Multiinstrumentista y artista inclasificable colombiano que, sin parar de hacer movimientos espasmódicos y bailes imposibles, con tropicalismo electrónico en vena y conocimientos de la música popular y folclore colombiano como marca de identidad de su cancionero, nos conduce a un laberinto musical del que no queremos salir bajo ningún concepto. Letras que rezuman ironía reivindicativa, genialidad y locura por igual, aderezadas con teclados y percusiones espaciales, efectos caleidoscópicos que crecen y se enredan en nuestras orejas y ojos, más guitarras psicodélicas que nos absorben la mente como una resaca, mar adentro: de “La fiesta de transmigración de los pollos” a “Las culebras nos esperaban al salir de misa”, o ese rabioso y enérgico “Del cielo cae un bachiller” que nos deja más de una quemadura.
No hay pausa y otro show genuino llega con Los Cogelones, cinco hermanos que podrían ser los primos mexicanos de DMBK. Vestidos con indumentarias indígenas y armados de guitarras eléctricas, bajo y batería, más un buen puñado de instrumentos autóctonos, nos noquean con sus ritmos tribales, gritos de guerra y bailes ancestrales, bajo una afilada lluvia de rock psicodélico. Es su primera gira a este lado del charco y nos presentan su único álbum hasta la fecha, “Hijos del Sol” (20). Tambores en pie de guerra en “Mexica”, rabia y dentelladas en “Hijos de puta” o el explosivo “Danza del Sol” final en el que nos hermanamos con ellos para siempre.
Las raíces flamencas y el powerpop-rock con aires de americana toca techo con Dani Llamas en una sala AIE con aforo completo. El músico de Jerez, con una banda a mil revoluciones, recorre “La Verdad” (20) y “A fuego” (22), desplegando palos jondos y fundiéndolos en su cara más rockera. De la siempre emocionante “Caulina”, a otras huellas de la memoria abiertas en carne viva, como “Se canta a lo que se pierde” y versiones de sus queridos Menese y Moreno Galván: la emocionante y desgarradora “Romance de Juan García” y la muy cañera “Que bien me sabe tu nombre”. La luz (que siempre deja la sombra vencida) nos alcanza fuertemente en los “Fandangos de la libertad” de Agujetas, y con ese primer hit que parece renacer y regalarnos una vida extra en cada nueva interpretación, “Fui piedra”.
La senda de quejío eléctrico, muy presente en esta edición, nos tenía deparado un último gran show, pero antes sumamos un descubrimiento más: Avalanche Kaito. Potente noise y post-punk que se funde con sudoroso afrobeat y nos pasa por encima como una bola de fuego que llega desde Bélgica. Tridente en llamas formado por Benjamin Chaval a la endiablada batería y Nico Gitto al trance y enjambre de riffs eléctrico a la guitarra, más el alma y pasión desenfrenada del proyecto, Kaito Winse, vocalista y multiinstrumentista de Burkina Faso. Se vacían en el escenario y entre el público, con Kaito bailando sin parar, escupiendo fuego a la flauta y sacándole chispas a un pequeño tamboril, mientras se deja la garganta en cada tema del debut homónimo de la banda.
Y si Dani Llamas electrificó antes palos flamencos y cantes populares, otra propuesta ganadora que suma nuevos seguidores por allí donde pasa, es Cristian de Moret. Guitarra eléctrica en mano y bien acompañado por Pablo Prada al bajo, Jesús Flores a los teclados y Javier Tovar a la batería, le saca brillo a su genial debut “Meteoro” (21) y a las nuevas canciones de su flamante “Caballo rojo” (22), dejando que su espectacular quejío relampaguee y haga temblar los cimientos del auditorio una y otra vez. De esa “Magia negra” de ritmos electrónicos, a un “Romance de la cautiva” en el que el espíritu de Jimmi Hendrix se hace flamenco. Se atreve con la “La leyenda del tiempo” de Camarón y nos cae un “Meteoro” a los teclados con unos hipnóticos cantes del Alosno, pasando por esos ritmos árabes, rebosantes de groove, raíces y guitarras futuristas de “El pañuelo” y “Dos pájaros”. Un personalísimo cancionero y estilo que, si les llegara a sus oídos, haría salivar al mismísimo Dan Auerbach y encajaría a la perfección en su sello Easy Eye Sound.
Cogemos aire en el escenario Plaza con el dúo chileno Vuelveteloca, derrochando potente rock progresivo y psicodelia experimental y, en nuestro siguiente movimiento, nos topamos con la penúltima sorpresa del Monkey: los jóvenes mexicanos ACTY, que nos zarandean bajo un tornado de kraut punk y atmósferas shoegaze que nos deja con ganas de mucho más.
Nuestra última parada rutera en el Auditorio principal la hacemos con Doctor Explosión, que salen a tumba abierta y tardan pocos minutos en poner boca abajo el recinto, conectando una traca de hits que nos revienta en la cara sin pausa. De clásicos instantáneos de su flamante “Superioridad moral” (22) como: “Insatisfacción”, “Grises” o “El día que Bowie murió”; a producto altamente inflamable y esperado que va de “Eres feo chaval”, a “Drácula ye-yé”o “Chesterfield Childish Club”. La recta final es pura fiesta y conexión total con el público, que canta sin parar los divertidísimos himnos de unos Doctor Explosión a quemarropa: “Surf talibán”, “Let’s go in 69” y “Comanchee”, con previo salto de valla de los músicos, con instrumentos incluidos, sin parar de tocar y bailar entre la gente. Rock n roll actitud y sonrisa colectiva de oreja a oreja en la sala.
El espíritu de Ian Curtis nos hace señales para que bajemos al escenario Parkineo, donde los portugueses Conferencia Inferno aceleran las pulsaciones de la madrugada con oscuro kraut y corrosivo post punk, al más puro estilo Joy Division, con su frontman a la cabeza de cada violenta y nerviosa embestida.
Nos llega la onda expansiva de los pogos y gente volando en el escenario Altafonte con Parquesvr, pero repartimos las energías que nos quedan, primero, con el rock garagero de los chilenos Perrosky, con Lou Reed y la Velvet muy presentes, más cortes afilados de última hornada como “Todo lo que sube”, con delay a fuego y un estribillo que nos deja marca en la cabeza. Y el verdadero broche de oro a nuestro periplo y “selección rutera en llamas” de esta exitosa 14.ª edición de Alhambra Monkey Week, la ponen los ingleses Plastic Mermaids, sorpresón de elegantísimo space rock y dream pop, rebosante de sensibilidad y paisajes psicodélicos que crecen y recorremos una y otra vez. Repasan su altamente recomendable y aún humeante segundo disco, “It’s Not Comfortable to Grow” (22), del que brillan hasta cegarnos temas como la muy pegadiza “Disco wings”, “Disposable love”, con regusto a Arcade Fire, la belleza y épica adictiva del tema titular, “It’s Not Comfortable to Grow”, o una “Elastic time” con la que estiran, encogen y paran el tiempo a su antojo. Ya lo cantó Pata Negra: “Vente pa cá y déjate de frío… Yo me quedo en Sevilla y hasta el final”.
Texto y fotos: David Pérez Marín