Vivos

Tim Easton – El Tropezón (Barcelona)

Cada vez que Tim Easton se presenta en tu ciudad es un poco como las visitas, cuando eres un crío, de ese tío lejano, un tanto bohemio y tarambana. Sabes que te deleitará con chascarrillos, anécdotas y vivencias sin fin. La diferencia es que el bueno de Tim lo hace, además, pertrechado con un amplio repertorio que glosa lo mejor de la música americana de raíces. Y si encima la velada transcurre en la trastienda de la antigua Musiqueta (el mítico local de la calle Avinyó donde el hígado de media Barcelona perdió la virginidad), ahora regentado por el viejo e igualmente mítico Tropezón, el show se convierte en algo maravillosamente cálido y familiar.

Armado tan solo con su electroacústica (Paco para los amigos), unas cuantas armónicas y su siempre rasposa voz, el músico de Akron nos regaló una hora y media (aprendan, rácanos modernetes adscritos a la hora pelada) de rock, folk, bluegrass y country blues intercalando numerosos clásicos menores («Black Dog», «All the Pretty Girls Leave Town», «Elmore James»…) entre varios temas pertenecientes a su última entrega hasta el momento, ese estupendo You Don’t Really Know Me editado el año pasado y del que cayeron «Festival Song», «The River Where Time Was Born» o el maravilloso tributo a John Prine que es «Voice On The Radio». Una lección -una clase magistral, en realidad- de un perro viejo, miembro honorario de esa clase de artistas forjados en mil y un escenarios y esquinas; vagabundos con una sabiduría y experiencia que les permite interactuar y ganarse al público en cuestión de minutos a base de simpatía y bonhomía. Escucharle desgranar todas esas magníficas canciones y deleitarnos con su pericia a las seis cuerdas mientras, en los interludios, bromeaba sobre el inexistente técnico de sonido o comparaba Akron, Ohio (la ciudad donde creció) con Valladolid, fue un auténtico lujo. Y unas buenas risas.

Lujo que hay que agradecerle a él en primer lugar, pero no menos a los responsables de haberle traído de nuevo entre nosotros. El feliz contubernio entre Rocksound y Acaraperro estrenaba de este inmejorable modo esos anunciados conciertos exclusivos y gratuitos entre sus socios. Y hoy día, en la que está tan de moda ser socio del club de fans de ajados sacacuartos, la membresía en este pequeño club se antoja tan exclusivo como ilusionante. Porque yo no sé ustedes, pero para mí, entre regalos como este y esas membresías de mierda para acceder en preventa -tras catorce horas en cola virtual- a unas carísimas entradas que te permitan ver el huesudo culo de Steve Harris desde la quinta polla, no hay color.

 

Eloy Pérez

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Contacto: jorge@ruta66.es
Suscripciones: suscripciones@ruta66.es
Consulta el apartado tienda