Con Galicia pasa lo siguiente: cuando uno la visita por primera vez, quiere volver; cuando uno la visita innumerables veces, sigue queriendo volver porque se da cuenta de que nunca se ha ido del todo. Supongo que eso es la tan afamada morriña, pero tenía entendido que eso solo lo pueden sentir los oriundos y yo no soy quién para entrometerme. Aun sintiéndome uno de ellos desde hace bastante tiempo.
Mi morriña ha despertado de nuevo gracias al Outono Codax Festival, el evento por el que Santiago de Compostela lleva todo el mes bebiendo Martín Códax (qué maravilla de vino) y vestido de Mardi Gras. Quizá “vestido” no es la palabra, ya que salvo Big Chief Monk Bourdeaux, nadie se ha carnavalizado como lo hacen en Nueva Orleans, otra ciudad que, al parecer, cuenta con su morriña particular. Diremos entonces que Santiago lleva todo el mes respirando blues del bueno y sacando los botines y los sombreros a la pista. La ciudad peregrina por antonomasia abre su espectro y recibe a algunos de los artistas más influyentes del género sureño.
Ilustres como Daddy Long Legs o Bart Davenport fueron los encargados de inaugurar esta nueva edición, pero el plato fuerte era este pasado fin de semana con la actuación de Big Chief Monk Boudreaux, octogenario jefe indio de los Golden Eagles que salía por primera vez de Luisiana. El viernes empezaba con la presentación de un gran libro, que no todo es música en este maravilloso festival. Fernando Navarro -periodista de El País y pluma habitual de esta revista- contó cómo gestó su Todo lo que importa sucede en las canciones, una novela cuyo título explica todo. Navarro habló con los presentes sobre las vivencias reales y no tan ficticias que ha dejado por escrito, con una deliciosa selección de canciones que ejercen de narradoras en off. Un ejercicio de catarsis y sobre todo de valentía, porque una cosa es exponerse a través de un libro y otra muy distinta es hacerlo a través de las canciones que te han marcado.
Nastasia Zürcher primero y Carlton Jumel Smith & The Harrycane Orchestra después protagonizaron las primeras grandes actuaciones del fin de semana en la Sala Capitol, esa maravillosa sala de cine reconvertida dónde los shows se ven bien desde cualquier lugar en que te pongas. Dos actuaciones enérgicas que dejaron a los allí presentes bastante impresionados, como comentaban minutos después en Riquela Club, epicentro de todo este festival y uno de los bares más carismáticos que un amante del rock en todas sus vertientes puede disfrutar.
El sábado a mediodía teníamos cita con Honky Tonk Heels, banda asturiana que combina de maravilla rockabilly y r&b. Una banda a tener en cuenta, donde la mezcla generacional funciona de forma impresionante. Honky Tonk Heels a mediodía y La Perra Blanco para abrir la noche confirman que la escena nacional está en muy buenas manos. La banda gaditana posee un directo extático, para dejarse llevar por las emociones y berrinchar como si estuviéramos en un rancho. Dos bandas comandadas por dos potentes voces femeninas: Brenda Savoy y Alba Blanco (o cómo levantar la voz con estilo y muchísimo talento).
Al fin llegaba el momento que todos esperábamos. John ‘Papa’ Gross salía al escenario, se sentaba al teclado y daba paso a su maravillosa banda. Con un público ya entregado a la causa, los protagonistas parecían cualquier cosa menos músicos, algo que cerciora que los habitantes de Nueva Orleans aprenden antes a leer un pentagrama que a leer en general. Tras casi veinte minutos, “momento “Whiplash”, como bautizó alguien entre bambalinas. Batería manteniendo el pulso y un extenso solo coral para dar la bienvenida a Big Chief.
Se abre el telón y aparece un inmenso hombre vestido entero de naranja, desde las babuchas hasta las plumas que coronan su cabeza. Una especie de Antorcha Humana psicodélica que centra todos los focos…o casi todos, porque varios nos fijamos en su pandereta y en el símbolo serigrafiado. Ese símbolo que mezcla la unión entre el género masculino y el femenino, que oficialmente se describe como el “símbolo del amor”, pero que para el ciudadano medio es el que dio lugar al Artista Anteriormente Conocido Como Prince. Una pandereta que, como nos enteramos tras el concierto, el genio de Mineápolis en persona regaló a Big Chief.
Una actuación hipnótica que, en honor a la verdad, se hubiera quedado en una gran puesta en escena y poco más si no fuera por Papa Gross y su virtuosa banda. Puro talento. Puro Nueva Orleans. Rocanrol de antros, humo y olor a rancio. De sudor estampado en el escenario. Música de otra época que sigue impregnando en estos días, o eso al menos quiero creer. Si no, ya sé que tengo una excusa –una más- para volver a Santiago. Para quitarme este mono que sigo sintiendo.
¿Lo mejor? Que este festival ya es una realidad palpable y fecha obligatoria en la agenda de cualquier simpatizante de las músicas de raíz.
¿Lo peor? Como describió perfectamente Daniel Mirallés en la crónica del año pasado: “…una edición tan especial que dejó con ganas de más. Esa es la sensación cuando las noches son tan redondas. Pero habrá que esperar 365 días para un nuevo Outono Codax”.
Texto: Borja Morais