Coincidiendo con el comienzo de mes y el regreso vacacional, Nikki Hill daba comienzo a su gira por nuestro país con la primera de ocho fechas en diez días. Y lo hacía colgando el cartel de no hay billetes con varios días de antelación, en un Rock & Blues que esperaba sediento un nuevo trago de la artista de Carolina del Norte. Hill y sus huestes salieron como un huracán, con intención de morder y comerse todo lo que se les ponga por delante. Definir su estilo es prácticamente imposible y por otro lado innecesario. Su apuesta es hacer las canciones que le vienen en gana manteniendo esa actitud cuasi-punk de hazlo-tu-misma que le ha venido caracterizando toda su carrera. Y si bien es cierto que este afán puede limitar con mucho el éxito de sus grabaciones, sobre el escenario se traduce en un derroche de energía pura, honesta y alegre.
Y aunque no presentara un nuevo trabajo, Nikki se muestra como un torbellino capaz de cantar todo lo que se le ponga por delante con soltura y al mismo tiempo, conectar con la audiencia desde el primer tema, convirtiendo cualquier sala en una fiesta de ritmo y baile sudoroso. Pero para que esto suceda es necesaria una banda a la altura. Con su fiel escudero y marido Matt a la guitarra, Nick Gaitan al bajo y Marty Dodson a la batería, Nikki tiene un seguro de vida con una base rítmica precisa como un reloj suizo y contundente como un martillo de batalla. Mención especial merece su guitarrista Laura Chavez, que demostró porqué ha estado nominada varias veces en los últimos años a mejor guitarrista en los Blues Music Awards. Cada solo de guitarra de Chávez fue ovacionado, y con razón, por una audiencia cada vez más entregada al devenir de la fiesta. Tras 100 minutos -que parecieron 100 segundos- Nikki se despedía prometiendo volver cuanto antes con un nuevo disco bajo el brazo.
Allí estaremos.
Texto: Hildy Johnson
Fotos: Cristina Deville
