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Los Planetas, 1001 Músicas-CaixaBank / Teatro del Generalife (Granada)

 

Ceremonia en la cumbre

Los Planetas se han convertido en un icono indisoluble de Granada, la marca con la que la capital española de lo que se denominó indie en los 90 exporta su imagen al exterior como un folleto turístico. Si en 2003, Eric Jiménez decía que al grupo ya lo escuchaban hasta los taxistas por la manera en la que «Un buen día» había roto barreras entre el underground y el mainstream, 20 años después el idilio entre Los Planetas y la ciudad alcanza de lleno las instituciones (el alcalde Paco Cuenca es planetero confeso) y se ha sellado definitivamente en el corazón espiritual y símbolo absoluto de la ciudad, con una actuación memorable en el Teatro del Generalife de la Alhambra.

Sin el mítico batería de Los Planetas y Lagartija Nick, pero con el piano omnipresente de David Montañés, muy protagonista toda la noche, y la guitarra flamenca de Eduardo Espín, por primera vez asociado el grupo granadino y de menos a más tras zafarse del aura eléctrica de Florent, la banda se reinventó por completó. El setlist así como las interpretaciones fueron muy poco convencionales, nada canónicas para aquellos seguidores que están acostumbrados a sus shows con banda completa en festivales. Los Planetas que se plantaron sobre el hermoso escenario de los jardines y las huertas del Generalife, rodeados de un ejército de cipreses, se mostraron ceremoniosos y extremadamente cautos, como si no quisieran meter la pata.

A las 21 horas Jota paseaba con una gorra de estilo marroquí por los alrededores del teatro. En los altavoces sonaba la profunda y sosegada voz de Bill Calahan. Fue el preludio del concierto, una señal. Una intro de banda sonora de cine de aventuras y ciencia ficción dio entrada al grupo. Fue una extraña salida de tono porque durante la hora y media que duró el concierto se impuso la contención. La reunión en la cumbre era esta vez para rendir pleitesía a la ciudad-fortaleza del antiguo Reino de Granada. Todo empezó con las letras existencialistas de «Los Poetas» (sacadas del Corán, según dijo Jota), que se ahogaban en una nube de humo mientras sobresalía la habitual maraña guitarrera de Florent, apuntando al cielo estrellado. A las 21:45 el tiempo era agradable, casi de verano.

Enseguida tomó el mando el piano. Se jugó a lo que quiso Montañés, en realidad, como el futbolista que reparte el juego desde el mediocentro. Quizás por eso no estaba Eric, para no desviar la atención y fijar la atención en detalles concretos. Al batería, todo corazón y fuerza bruta, se le echó de menos en algunos momentos: el público dibujó en sus cabezas el golpeo marcial e inconfundible de «Segundo Premio», convertido en himno generacional con el paso del tiempo; a «Toxicosmos» le faltó chicha; y «Corrientes Circulares en el Tiempo» quedó coja y desfigurada, sin magia. Hasta aquí el vacío que dejó Eric en la Alhambra.

«Santos que yo te Pinté» rompió el silencio generalizado con el murmullo de sus famosos primeros versos: “Yo no tengo la culpa de que te duela el alma / No tengo culpa ninguna de que te fumes plata”. La temperatura subió de repente, el frescor de la sierra se frenó. «Islamabad» se consagró como la última cima artística de Los Planetas, perteneciente al disco Zona Temporalmente Autónoma (2017). La larguísima y monótona «El manantial» (12 minutos) rebajó la euforia, pero su presencia era inevitable por los versos de Lorca y, de nuevo, el peso de Montañés.

En la segunda parte del concierto se descubrió un alma distinta, nueva y aflamencada. Antes, «Línea 1» sonó canónica, limpia y sobria, igual que en Una Semana en el Motor de un Autobús (1998). Otra canción con unos versos para el recuerdo: “Iba a hacerlo esta mañana, levantarme de la cama”. La preciosa «Si estaba loco por ti», la letra infantil de «Se quiere venir», «Colombiana» y la festiva y contagiosa «Alegrías de Graná» sirvieron para que Espín se soltase a la guitarra y reivindicara al fin su sitio. Eran las once de la noche.

La gran sorpresa llegó en el bis. Primero, una versión instrumental del «Danza del Fuego» de Manuel de Falla, gaditano de nacimiento pero granadino de corazón, con Miguel Martín (Migueline), del grupo Unidad y Armonía y parte del equipo técnico de Los Planetas, a la guitarra. El broche final corrió a cargo de «David y Claudia», uno de esos inmortales temas pop marca de la casa. Fue una combinación curiosa, música clásica e indie puro y duro revisitados, un final atrevido e inesperado, como un resumen condensado de la velada.

 

Texto: Jon Pagola

 

 

 

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